Draven me tomó por sorpresa. Sus manos firmes se aferraron a mis hombros llenas de decisión y temblor apenas perceptible. Me guió de nuevo al banco y, sin decir una palabra, se arrodilló sobre una rodilla frente a mí, soltándome lentamente, como si su toque quemara, o tal vez porque no quería parecer desesperado.
¿Estaba nervioso? Quizá solo era mi imaginación… pero lo sentí.
— Se podría decir… — empezó, y su voz tenía un timbre distinto, más profundo — que la primera y la segunda condición se cumplirán ahora, Xalenir.
Mi nombre en sus labios sonó distinto, casi sagrado, fue algo incómodo pero debía acostumbrarme a partir de ahora, realmente son como si hasta ese momento, nunca lo hubiera pronunciado de verdad. Un escalofrío me recorrió, pero quizá sentía respeto, tal vez. O la sensación de que algo importante estaba por suceder.
Draven bajó la mirada un instante, y en ese suspiro que soltó, parecía cargar años de palabras no dichas.
— Sé que al principio… cuando nos conocimos, te traté muy mal. Fui injusto, cruel incluso, lo hice por un juicio apresurado, porque pensé que te daban privilegios… que no habías ganado tu lugar. — Hizo una pausa breve, como si le doliera recordarlo —. Pero con el tiempo… empecé a ver, a verte de verdad. Que cada herida que recibías, la enfrentabas con más fuerza que antes, que, en vez de quebrarte, te levantabas… una y otra vez y lo hacías sola.
Desvió la mirada, pero esta vez no era frialdad… era culpa y quizá un poco de vergüenza. — Cometí el error de pensar que, si te empujaba hasta el límite, si yo era el que más duro te trataba… entonces nadie más podría herirte. Me dije que estaba protegiéndote, que si yo era el villano en tu historia, aprenderías a soportar cualquier cosa. Pero en realidad… solo estaba huyendo.
Yo realmente lo entendí, un poco tarde pero lo comprendí, él no me odiaba, nunca lo hizo. Solo no supo cómo manejar lo que sentía y pensó que ocultarlo tras la dureza era más fácil que admitirlo.
Draven levantó la mirada, y esta vez, sus ojos se encontraron con los míos, en este instante no había escudos, solo él, con el alma desnuda. — Xalenir… fui un cobarde y fui inmaduro. Estuve enamorado de ti por más tiempo del que me atrevo a admitir y lamento no habértelo demostrado de la manera correcta. Pero si hay algo que aún puedo pedirte, es que confíes en mí, aunque solo sea como un amigo o como un hermano, si así lo prefieres. Déjame, al menos, seguir formando parte de tu vida… incluso si ya no hay lugar para mí en tu corazón.
Sus palabras me golpearon con la fuerza de un pasado compartido que no supe ver. Todos esos momentos en los que pensé que me vigilaba por deber, ahora se teñían de un significado completamente distinto porque sé que siempre estuvo ahí, en las sombras, cerca de mí a propósito al acecho del peligro, por si yo caía.
Le respondí con un suspiro. — Si desde un principio me hubieras tratado como lo haces ahora… — le dije con suavidad — quizá no me habría fijado en nadie más. Eres un buen hombre, Draven, aunque te escondas tras esa máscara de indiferencia, lo que hay dentro de ti… vale mucho más. Y aunque no puedo corresponder tus sentimientos, no quiero que desaparezcas de mi vida. Si me lo permites, estaré a tu lado como una hermana, como alguien que te respeta… y te valora profundamente.
Por un instante, el silencio se hizo espeso, sabía que ambos estábamos fijando unos votos de hermandad, pero en el fondo esto dolía, dolía para él y le tomaría tiempo superar sus sentimientos hasta convertirlos en nada más que sólo familiaridad. Y cuando Draven sonrió, lo hizo con una amargura que partía el alma.
— Así que… fui demasiado lento y demasiado terco — susurró.
Y ese susurro, más que una confesión, fue una despedida a algo que jamás llegó a ser.
Draven se puso de pie lentamente. Su sombra se alargó por el suelo de piedra, y por un instante, me pareció que vacilaba. Entonces habló, con una voz grave y resignada. — Bien… eso me es suficiente. Ya te puedes ir.
No levantó la voz, pero el eco de sus palabras quedó flotando entre nosotros, el ambiente se tornó denso, y aunque no lloró ni tembló, pude sentir la grieta que se abría dentro de él. Era ese tipo de tristeza silenciosa que solo se percibe si has pasado por ella antes. Pero sabía que lo superaría, Draven era más racional que yo, y más centrado. Le dolería, pero estaría bien, de eso estaba segura.
Antes de cruzar la puerta, me detuve. — Necesito tu ayuda mañana — dije, girándome hacia él.
Sus cejas se alzaron levemente, intrigado. — ¿Con qué?
— Hay un par de personas que tenemos que ver — respondí con firmeza.
Su expresión cambió, ahora más atenta, como si comenzara a vislumbrar que lo que venía no era algo menor. — Suena muy serio.
— Lo es — afirmé, tomando aire —. Ya sé quién es el espía.
Sus ojos se abrieron con incredulidad.
— ¿Cómo? — preguntó, dando un paso hacia mí.
Vi cómo intentaba procesarlo, su mente funcionando con rapidez, escaneando posibilidades. Luego, una calma tensa lo cubrió de golpe, como si de repente recordara quién era yo… no una soldado cualquiera, no una peón en este tablero, sino el comodín. Suspiré, resignada ante la verdad que debía decir y le di el nombre sin dudar.
Draven palideció. — No… no puede ser. No él. No es posible…
La incredulidad lo sacudió como un golpe y lo entendía perfectamente. Yo también me resistía a creerlo, pero los hechos eran contundentes, al pensar en todas las batallas pasadas que fracasaron, en las que tuvieron que usarme a mí como respaldo, todo encajaba ahora. Las piezas se habían estado moviendo desde el principio y finalmente tenían sentido, por suerte nadie sabía mi identidad o no hubiéramos sobrevivido hasta ahora.
— Tampoco lo quería creer — admití, con tristeza —. Pero tras repasar cada detalle… no hay duda. Por ahora solo puedo confiar en ti, necesito tu ayuda para atraparlo. Tengo un plan.