El Renacer de un Imperio

Capítulo 36. Inicia la Última Batalla

El tiempo se volvía más pesado fuera de la cabaña, como si cada segundo arrastrara el filo de la incertidumbre por mi piel. Los gritos comenzaron a filtrarse entre los árboles, ahogándose entre la lluvia que había comenzado a caer con fuerza. Eran los de Zareth, el tratamiento había comenzado… y ya lo estaba sintiendo.

También escuché a Draven, aunque más leve. Su voz arrastraba un esfuerzo silencioso, un desgaste que no había sentido antes, era realmente desesperante. Estar allí, sin poder hacer nada, siendo solo una sombra, una espectadora atrapada entre la impotencia y el miedo.

Con la tormenta azotando, no tuve más opción que refugiarme en el granero. El viento colaba sus lamentos entre las rendijas y yo, sin darme cuenta, terminé cayendo en un sueño intranquilo. La preocupación me había robado hasta el hambre, sin darme cuenta, no solo no había hecho nada más que escucharlos en todo el día, sino que un día había pasado y no lo noté. Después de que la lluvia tapara sus voces que se me hacían tan largas e interminables como si un minuto fuera una hora, el tiempo fluyo sin conciencia. Entonces, con el primer atisbo del amanecer, una voz se coló abruptamente en mi mente, sacándome de golpe del letargo.

— Storm, presentando informe de misión.

Me incorporé de inmediato, desorientada, sintiendo el vértigo de quien ha dormido demasiado poco y comido aún menos. La voz… era familiar. — Habla — murmuré, aún medio dormida.

Pero entonces la reconocí. Era Sylas. — No, espera… Mordrek, tú primero — corregí enseguida, poniéndome en guardia.

La voz grave de Mordrek se activó al instante. — Todo está calmado… pero parece que han comenzado a moverse los persas, el nuevo emperador extrañamente está juntando sus tropas rápidamente.

Necesitaba un detalle más. —¿Todos están en esta conversación?

Debía ser cuidadosa, muy cuidadosa. No podía permitirme errores ahora.

— No — respondió Mordrek —. Solo Sylas, Azel, Lorien y yo.

Suspiré en silencio, eso significaba que mis mensajes habían llegado y todo marchaba según lo planeado.

— Perfecto — dije —. Mordrek, necesito que mantengas la conexión todo el día, será duro pero no podemos cortar la comunicación en ningún momento y los demás, intenten mantener la mente despejada, aunque sé que dentro de unas horas será difícil, pero no deben flaquear, yo haré lo mismo.

— De acuerdo — respondieron al unísono, con sus voces cruzando el lazo mental nítidamente.

— Bien, Sylas, continúa.

— El acceso a la Cueva de los Dragones es complicado — informó —. Aunque el rey dejó instrucciones claras, me temo que no llegaremos a tiempo.

Ya había anticipado ese problema. — Te enviaré apoyo — dije con firmeza —. Con su ayuda, podrás entrar en la cueva sin contratiempos. Además, ya conoce el método para avanzar, solo debes confiar en lo que te diga.

No mencioné su nombre, Rathmar, porque si lo hacía ahora, solo generaría dudas y conflictos innecesarios. Ya habría tiempo para explicaciones, por ahora, cada movimiento debía ser preciso, silencioso, como una jugada de ajedrez en plena niebla.

Por ahora no había nada nuevo que reportar. Los demás permanecían conectados, atentos, y listos para actuar si surgía algún problema con las instrucciones que dejé a cada grupo. El ejército persa había comenzado a moverse, esto quería decir que el tiempo era un lujo que ya no teníamos… pero aun así, yo no me movería de aquí hasta que Zareth saliera con vida, no pensaba dar un solo paso.

Me obligué a levantarme y buscar algo para preparar en la cocina improvisada del granero. Ambos, Zareth y Draven, estarían exhaustos cuando todo esto terminara, hambrientos y vacíos, si es que… no. No debía pensar así.

Los gritos volvieron, muy nítidos y tan cercanos que parecía que estaban a mi lado. Cerré los ojos con fuerza, quería ignorarlo, era como si el dolor de Zareth desgarrara también algo dentro de mí y mientras cocinaba con manos torpes, no podía evitar pensar en todo lo que había ocurrido más de un año atrás. Ironías del destino… aquellos días, con todo y sus batallas, habían sido los más tranquilos que conocimos.

Solté un suspiro largo, resignado, y observé cómo el viento peinaba los árboles. Solo podía esperar.

Salí al río cercano para despejarme, y limpiarme para dejar que el agua helada me devolviera algo de claridad. Mientras sumergía los pies, una voz irrumpió en mi mente con la precisión de un filo.

— Thavian, reportando desde la frontera sur.

Ya era su turno. Mordrek la había conectado al canal mental, y por fin, la segunda fase del plan comenzaba.

— Habla — ordené sin rodeos y metí el resto de mi cuerpo al río.

— El mensaje fue entregado y la respuesta fue positiva. Nos dirigimos a la guardia en este momento, Luther nos lleva a cuestas — informó con eficacia.

Entonces la voz de Luther se coló con su tono cargado de dramatismo. — Coronel Storm, me está torturando. ¿Por qué me hace llevar a tres personas al mismo tiempo? ¡Tengo límites!

No pude evitar sonreír. Su queja, fuera de lugar, resultó casi reconfortante. — Pronto lo sabrás — le respondí con un deje de complicidad, y sin perder el ritmo, pregunté —. Azrael, ¿cómo va todo por allá?

Hubo una breve pausa. Luego su voz llegó, agitada y urgente. — Los persas están llegando a la frontera oeste… pero se me escapó la rata, un leve percance, nada de qué preocuparse, la estoy persiguiendo ahora mismo y no tardare en atraparla.

Y de inmediato, su voz se se cortó. Supuse que estaba demasiado ocupado para mantener la conexión, pero pronto regresaría con noticias. Antes de que pudiera decir algo más, la voz templada de Lorien llenó el silencio.

— También estamos por llegar a la frontera oeste, parece que será justo en el punto que predijiste.

Lo supe desde el principio. Ese sería el lugar.

La frontera oeste no era un accidente. Sabía que el espía informaría a los persas de nuestros movimientos, y por eso, ellos responderían yendo directo allí, por supuesto que nunca planeé pelear en territorio persa, eso habría sido una desventaja… y yo no me permitía errores en esta guerra.




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