— ¡Zareth! — grité desde mi posición, mi voz casi se desgarra.
Pero estaba demasiado lejos, el caos del campo de batalla rugía a nuestro alrededor y mi grito se perdió en medio del estruendo. Tampoco podía comunicarme con él por telepatía; cualquier interferencia en ese momento podría costarle la vida, así que lo evitaba, sin embargo, él reaccionó instintivamente, dando un paso atrás justo a tiempo para esquivar otro ataque de Ravakh, que no dejaba de reír como un demente ante su aparente victoria.
A lo lejos, las grietas comenzaron a extenderse por la capa de hielo que Zareth había creado, el crujido de su fractura era como un presagio de catástrofe, no resistirían por mucho tiempo.
Zareth, temblando pero decidido, se arrancó parte de su propia ropa y la ató de forma rápida y torpe alrededor de su brazo y pecho, intentando contener la hemorragia, y así, volvió a alzar su espada, dispuesto a continuar.
El miedo comenzó a extenderse entre nuestras filas como una sombra silenciosa cuando vieron que el hielo, lentamente, empezaba a ceder ante el avance brutal de los gigantes y el calor abrasador de las serpientes de fuego. Un bramido siniestro de aquellas bestias bastó para que el hielo se rompiera completamente con un BOOM y los trozos de hielo salieron por doquier.
Cuando todo parecía perdido, un estruendo diferente sacudió el aire, esta vez, no era el de los gigantes, ni el de las serpientes, era de una manada que exhalaba fuego. Pero no cualquier fuego, era un mar de llamas extendiéndose por kilómetros, surcando el cielo y ardiendo como una tormenta de luz incandescente. Las serpientes se detuvieron en seco, aterradas y un rugido ensordecedor llenó los cielos cuando los dragones finalmente aparecieron, liderados por Drarex y Othus, sus cuerpos colosales cubriendo el cielo.
Habían llegado, por fin, los dragones.
Sylas apareció junto a mí, jadeando, tambaleándose por el esfuerzo, su ropa estaba empapada en sudor y la ceniza. — Cielos, Storm… tus malditas tareas no son nada fáciles — soltó con una sonrisa cansada, casi desmayándose en el suelo.
Yo exhalé profundamente, aliviada por su llegada a tiempo… pero mi mirada seguía clavada en Zareth quién seguía luchando y sangrando.
El rey, al ver la oportunidad, no dudó. Subió de un salto a su dragón, con rapidez, su silueta se alzó imponente contra el cielo. Uno a uno, los miembros de la guardia real comenzaron a llamar a sus dragones, que emergían entre rocas, niebla o desde los cielos y el equilibrio de la batalla comenzaba a inclinarse.
La sonrisa arrogante de Ravakh desapareció al instante, ahora era él quien parecía preocupado.
Había jugado sus cartas, y nosotros aún teníamos una más, despertar a los dragones en hibernación.
Sabía que no sería fácil. Los dragones no despertarían a menos que sintieran un peligro inminente para la vida de sus jinetes, un instinto ancestral que los protegía de activarse ante falsas alarmas, pero no podía esperar a que todos estuvieran al borde de la muerte para llamarlos, así que usé el otro método. Había otra forma, algo arriesgada… pero posible.
El despertar por fuego, claramente no cualquier fuego. Necesitaban ser tocados por lava.
Tuve suerte con Regan. Por su naturaleza, no necesitaba ese proceso, ya que llevaba exiliado mucho tiempo y se adaptó a las condiciones fuera de la montaña, por otro lado, con el dragón de Rathmar, fue incluso más sencillo, pues se encontraba en un ambiente que rompía las condiciones ideales de su letargo, había acabado de salir de su zona de conford y no se había adaptado a las nuevas tierras, así, con la orden de su amo bastó para que se alzara rugiendo.
El problema no era ellos, el problema era el resto.
Para lograrlo, instruí a Renegan y a Jhon Dusk en una técnica antigua propia de su clan, la cual me dio el rey. Una habilidad tan complicada que, en cada generación, solo un par eran capaces de dominarla. Se trataba de fusionar sus fuegos elementales en un único núcleo, lo suficientemente denso y potente como para generar lava pura.
Entrenaron durante semanas, sin descanso, con fallos dolorosos y avances mínimos… pero finalmente, lo lograron. Concentraron su energía en la montaña donde los dragones dormían, y como una llamada brutal, el calor de la lava rompió sus sellos de hibernación.
Uno por uno, los colosos alados comenzaron a despertar, sus ojos encendiéndose como antorchas y sus alas desplegándose entre rugidos que sacudían el suelo. No fue una tarea fácil pero al final lo lograron.
Y finalmente estaba Sylas.
— ¿Lo lograste con todos? — le pregunté, aún sin poder creerlo del todo, mis estrategias eran buenas pero no siempre podría asegurar que funcionaran al 100%.
Él, jadeando por el esfuerzo, me miró con una sonrisa agotada pero orgullosa.
— Por supuesto. ¿Quién crees que soy? — se señaló el pecho con el pulgar —. Estás viendo al futuro líder del clan Raven. — Su tono era arrogante, sí, pero había verdad en sus palabras. — Fue duro — añadió —. Casi me consume... pero lo logre, están por todo el maldito camino.
Asentí en silencio mientras observábamos cómo los traidores gritaban por sus dragones, llamándolos desesperadamente sin obtener respuesta alguna. Sus rostros se desencajaban a medida que comprendían que sus bestias no vendrían. Sylas, estaba exhausto pero hizo un trabajo impecable.
En este caso, tuvimos que usar una técnica prohibida del clan Raven. No fue fácil conseguir que revelaran sus secretos, mucho menos convencerlos de que la activaran... pero no había otra opción, era vida o muerte. Esta técnica consistía en inducir una parálisis tan profunda que sumía al objetivo en un estado de inconsciencia total. Había sido prohibida porque, mal ejecutada, provocaba la muerte inmediata del portador. Sin margen para el error y sin segundas oportunidades.
No quería usarla tampoco pero, era clave, el rey quién fue el que me contó sobre ella, dijo que el riesgo era grande por la cantidad de personas que inmovilizaban en las guerras. Pero nosotros, no la usaríamos en personas, la usaríamos contra los dragones y se me ocurrió que quizá, sería más fácil evitar la muerte del que la usa.