Ámbar
El hombre súper alto debe tener cohetes en sus zapatos elegantes. Suena exagerado pero cada zancada suya equivale a cuatro de mis pequeños pasos. Corriendo tras él, dejé de estar en la sala de visitas para encontrarme junto al gran portón del reformatorio.
—¿Usted quién es?— no responde —¿A qué esperamos?— vuelve a ignorarme.
Grosero.
Me causa cierta curiosidad la forma en que observa al vacío teniendo a mi amiga en sus brazos. Lo más lógico sería que utilizara este momento de fragilidad para lanzarle miradas lujuriosas, fantasear cositas sucias con su cuerpo. Eso es lo que hacen los hombres. ¿Cierto? Pero no, el desconocido hace como si ella no estuviera presente, aunque la sostiene con firmeza. Además ¿qué hombre cargaría a una mujer que no conoce por pura gentileza? Demasiada amabilidad para mi gusto.
Decido pasar por alto la mala educación y extraño comportamiento del susodicho para detallar su apariencia. Obviando su altura de rascacielos y vestimenta carísima, tiene una cabellera azabache única, completamente uniforme, muy bien peinada y carente de rizos. Su barbilla de un par de semanas resalta sus labios carnosos y seductores, su cuello es esbelto y juraría que bajo ese traje de ¿empresario? se esconden unos músculos tonificados, forjados por los Dioses del Olimpo.
Si viéndolo de perfil estaba así de buenorro no me imagino como se verá de frente.
—¿Ya terminaste de desnudarme el alma?— pregunta haciéndome salir de mi ensoñación con su cuerpo, se voltea a verme.
Que vergüenza. ¿En qué momento comencé a babear?
—¿Qué le hace pensar que lo estaba mirando?— afirmo más para él que para mí misma.
—Tienes razón. Son ideas mías— acaso está ¿sonriendo?
Un taxi aparece en mi campo de visión, el trigueño buenorro coloca a mi amiga en el interior de este con sumo cuidado, sostiene la puerta abierta y me mira invitándome a entrar.
Dejo de estar estática y entro al auto. Él cierra la puerta, le paga al taxista y le dice algo que mis oídos no logran decifrar. Vuelve a entrar en la cárcel.
El auto ya está en movimiento. Ciertos escalofríos recorren mi espalda, siento una intensa mirada sobre mí. Examino la ciudad a través de las ventanas del auto buscando al dueño o dueña de esa mirada pero no encuentro nada.
Ubico la cabeza de Nely en mi regazo para acariciar su cuero cabelludo con facilidad. Identifico cada lugar que veo: Dream Shop, Piacere Smeraldo, el bar del señor Rick, mi pizzería favori...Ese cuervo no estaba antes en la entrada de la pizzería ¿o sí?
¿Realmente era un cuervo? Ni siquiera ví con claridad, seguro era una gallina pero ¿qué hace una gallina en plena ciudad? No tiene sentido.
—Hemos llegado señorita— el taxista me saca de mis pensamientos.
—¿En dónde estamos?—una Neila somnolienta se sienta despacio en el asiento.
—Estamos en mi casa. Bajemos—el chófer nos abre la puerta del taxi.
—Mejor me voy a la mansión.
—¿Estás segura? Te ves más pálida de lo normal.
—No te preocupes, estaré bien. Te llamaré luego.
—Vale.
No muy convencida salgo del auto y entro en casa. Eso de "estaré bien" es puro cuento. Su rostro estaba lívido, sus labios tenían una tonalidad azulada, podía notar sus náuseas; aunque lo disimulaba bastante bien intentando mantener su figura estilizada y una sonrisa que, en el interior, sabía que la estaba matando. Tenía miedo, podía verlo en su mirada.
Se veía tan vulnerable, desorientada. Era como si supiera todo lo que había sucedido durante su desmayo, desde el momento en que Brandon la mordió hasta el breve intercambio de palabras que tuvimos el trigueño y yo. Era como si supiera los motivos, consecuencias y desarrolladores de la Tercera Guerra Mundial, como si tuviera exquisito conocimiento de una bomba nuclear que pronto sería lanzada y tendría más impactos devastadores que la bomba de Hiroshima y Nagasaky.
Esos no son motivos para no querer entrar a mi casa. No comprendo qué le pasa. Estas son las cosas para las que existen las mejores amigas, para demostrar nuestra lealtad apoyándonos en situaciones complejas.
Con esos pensamientos críticos sobre mi amistad, preocupación e hipótesis sobre el origen del malestar de Neila, tomé una ducha refrescante para quitarme el olor a cárcel que traía encima.
***
— Muchas gracias. Que tenga linda tarde.
—Tú también, hija. Disfruta tu compra.
Me despedí de la señora Estela con una sonrisa. Mis manos están ocupadas con las cuatro¿cinco? bolsas llenas de alimentos. Debía aprovechar mis horas libres para realizar mi compra semanal en el mercado. Por suerte los precios son muy asequibles. Manzanas, zanahorias, mariscos, yogurt, mantequilla, condimentos; tengo un poco de todo.
—¡Sal de mi camino!—alguien pasa por mi lado casi empujándome.
Con rapidez logro hacerme a un lado de la calle y suelto las bolsas ante el susto. Adiós a mi valiosa comida, mi vida es más valiosa. Me oculto tras un gran estante de productos artesanales en cuanto escucho disparos y veo cómo la gente a mi alrededor corre desesperada.
Hay frutas y verduras esparcidas por el suelo. Escucho gritos, ruegos, llantos, más disparos. Soy demasiado cobarde como para intentar observar lo que está pasando.
—No...por favor...no me maten— percibo unos sollozos. ¿Esa es la voz de la señora Estela?
Silencio. Demasiado silencio y eso no me gusta.
—Levántate preciosa—ordena una voz varonil a mi espalda.