Ámbar
—He dicho que te levantes —vuelve a gruñirme.
Siento algo frío y metálico haciendo presión en mi nuca, una pistola para ser precisa.
Sigo las órdenes del hombre a mis espaldas. Intento sacar la navaja que tengo en la parte trasera de mi jean, pero él nota mis intenciones. Me lanza una mirada malévola, me arrebata el cuchillo y continúa apuntándome, esta vez hacia mi frente.
Me empuja con fuerza, haciendo que mi espalda quede completamente pegada a una pared. Comienza a palpar mi cuerpo en busca de otra arma, o eso quiero creer. Nadie me tocará contra mi voluntad.
—Déjame. No tengo más armas.
—Una hembra con agallas. Me gustas, preciosa —dice, causándome repulsión—. Camina.
Hago lo que me dice, ya que no tengo otra opción. Mi corazón se quiebra ante la imagen que ven mis ojos. La señora Estela está arrodillada en el suelo; también hay un hombre que apunta en dirección a su nuca. Ella no para de llorar.
Hay alguien tendido en el pasillo del mercado; tiene los ojos cerrados y suda. Mucha sangre brota de su estómago.
—¿Ves a ese hombre? —señala al tipo herido—. Es mi amigo, esa vieja le disparó —no me esperaba algo así viniendo de la señora Estela, pero la entiendo; solo quería defenderse—. Ahora se está desangrando, pero por suerte tú estás aquí para salvarlo, ¿no?
—¿Qué te hace pensar que salvaré a tu amigo? Si está muriendo es por su propia culpa. No debió meterse con una señora indefensa.
—No te pregunté si querías o no. Te he dado una orden y la cumplirás si no quieres que la anciana muera.
—Lo haré, pero no la lastimen —acepto finalmente—. ¿Está bien?
—Eso depende de ti, preciosa.
—¡¡La policía se acerca!! —un sujeto llega corriendo—. Ya vienen... la policía está cerca... alguien los llamó —dice un poco sofocado.
«Gracias a Dios. Si la policía está en camino, la señora Estela y yo saldremos ilesas».
—¡¡Maldita sea!! Tenemos que irnos. Ustedes vendrán con nosotros.
—No voy a ningún lado —grito desesperada y con miedo.
—¡¡¡Cállate de una vez!!! Nos vamos y punto —unas venas oscuras adornan su rostro y sus ojos se tornan rojos.
¿Acaso es un vampiro? No, no es posible. No tiene sentido. ¿Qué haría un vampiro asaltando un mercado?
—Tú carga a Malak y tú agarra a la vieja. Nos vamos.
Este sujeto debe ser el jefe de la pandilla. Todos acatan sus órdenes. Salimos corriendo del mercado. Un tiroteo se arma a mi alrededor. En menos de lo que me imagino estamos en un bosque. Con esta gente todo ocurre muy rápido.
Llegamos a una cabaña. La señora Estela continúa sollozando. La atan a una silla, la amordazan y la golpean en la cabeza dejándola inconsciente.
—Silencio al fin —voltea a verme—. Preciosa, ven a salvar a mi amigo.
—Me llamo Ámbar, no "preciosa".
—Te llamaré como mejor se me antoje. Vamos, haz tu magia —arrugo el ceño al no comprender sus palabras—. Salva a mi amigo.
—No comprendo ¿de qué estás hablando?
—Venga, brujita, no me hagas perder la paciencia. De ti depende que la vieja siga con vida.
—¡No sé de qué hablas! —un grito se escapa desde lo más profundo de mi garganta.
Este hombre debe estar loco. ¿Cómo va a pensar que soy bruja? Estas cosas ocurren en los libros y en las películas de fantasía.
Es increíble que no sepa distinguir lo real de lo ficticio.
Él se enoja y me da una cachetada que me hace voltear el rostro.
—¡Eres una inútil! ¿Cómo puedes ser una bruja sin poderes? Si no salvas a mi amigo ¡esa vieja morirá!
Mi talento para ser insultada es innato. Primero Cedric, después la directora del orfanato, las groserías de la mujer para la que trabajo en mis horas libres...
Comienzo a llorar ante la impotencia que siento. La señora Estela es de las pocas personas que han sido amables conmigo desde mi llegada a Camden. Ahora morirá por mi culpa.
—Deja de llorar. Tus chillidos son insoportables.
Hago silencio, no por seguir sus órdenes sino por la presencia que tengo frente a mí. Hay un ave blanca posada en la rama de un árbol. Podría jurar que es un cuervo. No lo creo; los cuervos blancos no existen, ¿o sí?
Me mira a través de la ventana. Es como si quisiera transmitirme un mensaje con su mirada. No sé por qué, pero me transmite cierta... paz. Ya no siento angustia, impotencia o dolor; no siento nada más que tranquilidad.
De repente, el ave desaparece y, en su lugar, unas enormes llamas de fuego comienzan a incendiar la cabaña. Hay mucho humo, me cuesta respirar y mi vista borrosa apenas me permite detallar mi alrededor.
Intento correr en busca de la señora Estela. Si este lugar va a ser incinerado por completo, al menos debo intentar salvarla. El sujeto que me apodó "preciosa" aprieta mi brazo con fuerza, impidiendo que me mueva.
—No irás a ningún lado.
—¡Ya suéltame! —lanzo una patada, rezando a todos los dioses que le haya dado en su entrepierna.
Al parecer, funciona porque me suelta. Otro individuo se interpone en mi camino; lo golpeo con una silla en la cabeza e intento acercarme a la señora Estela, pero alguien hace que caiga al suelo. Tira de mis piernas, haciendo que casi se queme mi brazo. Hay fuego por todas partes.
«¡Esto es injusto! Son dos hombres contra una mujer».
—¡Es Drake! ¡Nos ha encontrado! —grita alguien que no alcanzo a ver.
—Fue la inservible bruja. Ella lo atrajo hacia nosotros.
—¡Tres veces! ¡Te maldigo tres veces, bruja!
Hay calor; todo arde en llamas. Solo veo cenizas a mi alrededor.
Unos ojos verdes resplandecientes aparecen en mi campo de visión.
¡Qué ojos tan bellos!
—No te angusties, gatita. He venido por ti.
Es lo último que alcanzo a escuchar antes de caer en un profundo sueño.