Ámbar
Tomaría un taxi para llegar a la mansión, pero como mi dinero —que en paz descanse— se ha evaporado, no queda de otra más que caminar.
¿Qué querrá esta mujer? Para que Leticia me haya "ordenado" ir a su casa, algo serio debió haber pasado.
¿Habrá sido Luca? ¿Estará enfermo por algo que tenía la comida? ¿Se le habrá perdido algún juguete? ¿Perderé mi trabajo? ¿Por qué me llamó ladrona?
Me tomó treinta minutos, con exactitud, llegar a este trozo de infierno resguardado por la reina de las fieras.
Mis cuestionamientos se esfuman con el resonar de los tacones de la señora Leticia. Me mira con desdén; rabia irradia de sus ojos.
Ya no me interesa responder a las interrogantes que tenía desde un principio. Ahora solo deseo resolver el lío y marcharme cuanto antes.
—¿Ocurrió algo grave, señora?
—Aún tienes el valor de preguntarme qué ha pasado, no tienes vergüenza. ¿Dónde está mi anillo? Dámelo.
—¿Qué anillo, señora? ¿De qué habla?
—¡¡¡MI ANILLO DE MATRIMONIO!!! —dice, lanzándome una fuerte cachetada—. Dámelo, maldita ladrona. ¿Creíste que no me daría cuenta? Este ha sido tu objetivo desde el principio, ¿no es cierto? Entrar a mi casa pidiendo trabajo para acabar robándome.
—¡YO NO TENGO NADA, SEÑORA! No sé de qué habla —palpo mi mejilla adolorida—. Solo vine a trabajar y me fui a mi casa. No tengo nada suyo.
—No entiendes por las buenas, entonces será por las malas —tira de mi mochila y comienza a sacar todas mis cosas, las lanza al suelo.
—Señora, no puede hacer eso; son mis pertenencias —intento acercarme, pero los hombres de seguridad me agarran por los brazos.
Leticia saca algo pequeño y brillante de mi mochila; es el anillo.
—No entiendo cómo llegó eso a mi mochila —las lágrimas comienzan a escapar de mis ojos—. Señora, escúcheme, yo no tomé su anillo, nunca antes lo había visto.
—¡¡¡Cállate, ladrona de mierd*!!! —estampa su mano en mi rostro nuevamente—. Llegaste aquí pidiendo trabajo, diciendo que necesitabas dinero para mantener a tu hermana y yo, de estúpida, te abrí las puertas de mi casa. Te di un buen sueldo y tú me pagas de esta forma. No vales ni lo que comes; morirás pobre, me encargaré de eso. Llamaré a la policía e informaré a mis amigos y conocidos para que eviten contratarte. No permitiré que vuelvas a engañar a más personas como lo hiciste conmigo —los hombres de seguridad me sacan hasta la entrada de su casa mientras ella continúa faltándome al respeto—. No sé cómo permití que te acercaras a mi hijo. No vuelvas a aparecer en nuestras vidas —me lanza mis cosas y cierra las puertas.
Observo hacia la ventana del segundo piso. Luca me mira con maldad y desprecio; hay un destello de orgullo en sus ojos, como si hubiera logrado lo que quería.
No. No debo pensar eso. Un niño es demasiado inocente como para hacer daño.
¿Cierto?
Unas gotas de agua caen sobre mi hombro; observo el cielo nublado. Genial. Para completar este pésimo día, regresaré a casa empapada.
Llueve a cántaros; logro guarecerme bajo el techo de una casa junto a otros desconocidos también afectados por la lluvia.
Después de un rato, deja de llover. Camino despacio hasta llegar a la pensión y me encuentro con un montón de mis cosas tiradas en la calle. Entro a la pensión irradiando fuego y busco la casa de la señora Paula. Esto debe tener alguna explicación.
Toco el timbre. En cuestión de segundos, la arrugada cara de la dueña de la pensión está frente a mí.
—¿Qué quieres, niña?
—Señora Paula, ¿por qué mis maletas están en la calle?
—¿No está claro? Te dije que pagaras la renta y no lo hiciste.
—He tenido problemas económicos. Le dije que a finales de mes le pagaría.
—Patrañas. Tenías tres meses de atraso. Ya vete, niña —me da la espalda y continúa en lo suyo.
Es la segunda vez en el día que me cierran la puerta en la cara. He ganado un excelentísimo cero en mi expediente, Peter no me ha hablado en todo el día, perdí mi trabajo, mi casa, no tengo dinero; para rematar, el vestido que compré, al igual que mi teléfono, se han estropeado.
¿Qué es lo peor que podría pasar? Camino con paso de hormiga hacia la salida de la pensión. Estoy disgustada, harta de tantos problemas. ¿Por qué no puedo tener una vida simple y feliz como la de cualquier adolescente?
Voy andando sin rumbo fijo; no quiero estar detenida en un lugar, necesito pensar qué haré de ahora en adelante.
—Señorita Ámbar, suba al auto —dice un desconocido que va en una limusina.
—¿Habla conmigo, señor? No lo conozco.
—La señorita Neila me ha enviado por usted.
¿Cómo lo olvidé? Nely dijo que enviaría un auto a buscarme para llevarme a su casa.
—Lo siento, pero no iré a la cena, no puedo.
—Señorita, por favor suba al auto; debo cumplir las órdenes de la señorita Neila.
—De acuerdo —subo al auto apenada.
El chófer guarda mis valijas en el maletero. Qué vergüenza. Conoceré a la familia de Nely en estas fechas; doy lástima.
Se ha hecho de noche. En pocos minutos llegamos a una mansión enorme. El desconocido, amable, abre mi puerta invitándome a bajar del auto.
Luces iluminan la entrada; hay algunos autos estacionados cerca de los arbustos del bello jardín. Una fuente con algunas esculturas antiguas capta mis cinco sentidos. Este lugar no es una mansión; es un palacio.
—Venga conmigo —el chófer me escolta hasta la puerta de la mansión.
Neila baja las escaleras luciendo un bello vestido color rosa palo. Se ve hermosa, como toda una princesa.
—Muchas gracias, Martín. Puedes irte —el chófer, ya no desconocido, hace un asentimiento de cabeza y se retira.
—Estás preciosa, amiga, y yo estoy tan... —ella hace un gesto despreocupado con las manos.
—Mantén la calma, bitch; yo me ocuparé de tu aspecto mientras me cuentas en qué suburbio te infiltraste para acabar así.