Ámbar
El ventanal de la oficina de Gael es lo suficientemente grande como para permitirme apreciar desde el jardín, sin necesidad de acercarme, el espectáculo que le está dando Drake. No me gusta la violencia y mucho menos la gente chismosa —justo como me estoy comportando ahora—pero me es imposible dejar de mirarlo.
Luce desesperado, más alterado que de costumbre, con una pizca de miedo y dolor. Debo añadir que la estupidez de su personalidad es incluso más potente que su agresividad. Solo a él se le ocurre pretender romperle la mandíbula a Gael y salir, mínimo, tuerto en el acto.
Aunque debo tener en cuenta que ambos poseen el mismo carácter explosivo y los polos opuestos se repelen, por ley física. No sostienen la mejor relación padre e hijo, nunca los he visto actuar como lo haría la gente normal que llevan la misma sangre. Pero ellos no son gente corriente, al contrario, pertenecen a ese grupo único de personas que deberían amarse y se odian a muerte.
No debo olvidar que dicha relación frustrada acaba de alcanzar su punto cumbre gracias a Ámbar Okland. De haber permanecido callada, ignorando la situación o actuado con menos frialdad; ahora ellos estarían fulminándose con la mirada y no convirtiendo la oficina en un ring de boxeo, para deshacer la rabia que los posee.
—¡GAEL! No lo lastimes, es tu hijo —leo los labios de la señora Rebecca con tristeza —Nuestro niño.
No todos los días tienes frente a ti a una mujer que se ha enfrentado a los problemas de sus hijos estando mucho más temerosa que ellos, con la cabeza en alto, con el corazón mil pedazos después de superar —apenas— su propia pérdida.
Pienso que la pérdida de una madre es una herida que jamás cicatrizará. Lo viví aquella noche que Cedric decidió alejarme de mamá, aprovechar su profundo sueño y la oscuridad de la noche para drogarme con cloroformo y más tarde, trasladarme al orfanato de Stratland. Lloré, pataleé en vano porque ella nunca despertó para socorrerme. Me sentí abandonada, sola, sin rumbo, una más del montón como él solía decirme. Insignificante.
De no tenerla a mi lado, mi felicidad jamás será completa. Siempre sentiré su ausencia —forzada— en mi alma, ya herida con la falta de un padre que me amara, así como sé que muy en el fondo, Gael ama a su hijo.
Por eso me duele tanto ver la ruptura del núcleo de una familia, el sostén y el apoyo de nosotros, los ingenuos carentes de experiencia: los padres.
Cada uno tiene sus problemas internos que los carcomen por dentro. Gael en su inútil intento de padre, transmitiendo inseguridades y manteniendo distancia con sus hijos; y la señora Rebecca, la matriarca que conserva la esperanza, la guerrera que continúa apostando todo por la unión de su familia y un futuro mejor, sin rencores, sin dolor.
Es conmovedor notar la chispa de ilusión en los ojos de Drake al escuchar las palabras te quiero provenientes de su padre.
Resoplo a causa de mis locos pensamientos, son absurdas mis hipótesis y críticas a esta familia. Solo ellos se conocen. Soy una espectadora de sus constantes y exclusivas muestras de afecto.
Después de un largo rato noto el grisáceo de los tulipanes del jardín. Los tallos comienzan a doblarse, las hojas se vuelven marrones en los bordes dándole a las flores un toque de envejecimiento a medida que los pétalos caen uno a uno.
«¿Cómo es que no me di cuenta?»
Por suerte solo son un pequeño grupo las afectadas. Tendré que sembrar nuevas plantas para reemplazar estas. No me gustaría aportar a la tristeza de la señora Rebecca, ella ama sus flores.
—Tus emociones se reflejan en la naturaleza —uno de los muchos recordatorios de Lilith vienen a mi cabeza dándome a entender el origen del repentino cambio en las plantas.
«No estoy triste, solo, melancólica»
El estado de las flores mustias se esparce al resto, dejándome rodeada de un jardín en tonos oscuros. Una ráfaga de viento azota mi cabello, un relámpago relucen el cielo.
—La madre naturaleza te conoce a la perfección. No intentes engañarla, se revelará en tu contra —vuelvo a recordar la voz de la exigente wicca que asegura que puedo ser mejor de lo que ya soy.
Suspiro agotada.
Son muchas cosas que procesar.
***
—Entonces, ¿para hallar la variable que me falta, utilizo la que ya tengo para sustituirla en cualquier ecuación? —pregunta Neila insegura.
—Ajá —acaricio el lomo de Coco, él me devuelve los mimos olfateando y lamiendo mi mano.
—Con ambas variables sustituidas en cualquier ecuación, debo obtener obligatoriamente el mismo resultado.
—Exacto. Si no obtienes el total es porque has cometido un error.
—Perfecto —hace a un lado las hojas reescritas que ya utilizamos —Ahora pasemos a cálculo de cuerpos. Siempre me equivoco a la hora de hallar longitudes.
Asher le arrebata las hojas para estudiar, rompe las libretas que contienen borrones y son testigos del aprendizaje de Neila. Las vuelve una deformada pelota de papel que lanza al suelo y Baxter corre a por ella como si de un juguete se tratase.
—Asher —se queja Neila sin tener una hoja donde escribir —Que bien se ve que no tienes que estudiar —le arroja una almohada a la cara.
—Sí lo hago pero no con tanta frecuencia como tú —le lanza el osito de juguete de Calvin y este salta sobre mi amiga con la intención de atraparlo —La raíz de los números racionales, el logaritmo de tal fracción, la cotangente de el ángulo notable y bla, bla, bla —se burla del estrés de su hermana con los estudios —¿No te cansas de lo mismo?
—No quiero repetir grado otra vez —levanta las patitas delanteras de Calvin y las mueve como si estuviera bailando —Aunque no sé por qué te lo digo. A ti nada te importa.
—¿Tú también repetiste curso y por eso todo te da igual? —indago.
—Claro que no. Soy el genio de la familia, jamás repetiría grado —continúo resolviendo un ejercicio de trigonometría mientras lo escucho —A diferencia de ti, Ámbar, yo no provoco a la bestia. Mi inteligencia da para mucho más.