El Renacer del Fénix

Capítulo 30 “Reencuentro con el pasado”

Ámbar

La oscuridad puede tener varios significados. Para muchos simboliza una energía negativa, así como las vibras que me transmiten Agatha y mi hermana; para otros, puede ser la soledad en los momentos difíciles o ese lado oculto que tenemos los seres humanos. Para un niño, la oscuridad sería el miedo, lo desconocido, ese lugar en el que cobran vida los villanos de esos cuentos infantiles que suelen leerles antes de dormir. Para mí, la penumbra es sinónimo de dolor, de pánico... Sinónimo de orfanato.

Estoy en el sótano... otra vez. Acompañada del silencio y la oscuridad. Mis ojos están cubiertos por una tela gruesa y maloliente, respiro con pesar, mi corazón late frenéticamente. El eco de sus pasos acercándose resuenan en el lugar, dándome a entender que mi tortura se aproxima.

No me moveré. Aunque pudiera hacerlo, tampoco lo haría. Estoy sentada, atada a una silla de hierro, oxidada, tan antigua como el odio que me tiene la directora del orfanato.

Despierta —me grita e inmediatamente el agua helada impacta en mi rostro.

No me quejo. No tiene sentido gritar por ayuda, siempre lo hace. Siempre me moja antes de golpearme. Ya estoy acostumbrada.

¿Por qué tan callada? —levanta mi mentón con su asquerosa mano —Habla —sus pasos se alejan y muerdo mi labio inferior porque sé lo que pasará a continuación —Responde, Ámbar —primer latigazo —¿Por qué no hablas? ¿Eh? ¿Por qué no te quejas con la misma valentía con la que defendiste a Júpiter? —segundo latigazo, muerdo con más fuerza mi labio para evitar que los gritos escapen de mi boca, si grito el castigo será peor.

Peter... Él no merecía ser castigado por algo que no hizo. Quien se metió en la oficina de la directora fui yo, no él. Necesitaba revisar entre sus papeles en busca de mi expediente, documentos sobre mi, debía haber algo sobre mi vida, mis padres, algún número telefónico al que llamar para pedir ayuda.

Cuando yo señale a alguien con el dedo, tú te callas y bajas la cabeza —tercer, quinto, décimo latigazo... ya perdí la cuenta —Te muerdes la lengua antes de hacerte la heroína —mi abdomen arde —No te vuelvas a entrometer —siento el sabor metálico en mi boca de tanto morder mi labio.

Antes solía gritar, patalear, lloraba en un vano intento de hacerla sentir remordimiento, pero esas cosas nunca funcionaron. Es peor que el mismo Diablo, la directora Aradia no tiene corazón.

Entonces, ¿aún no lo sabe? ¿No le contaron nada tal y como se los pedí? —escucho una voz varonil mientras soporto el dolor.

Así es, señor, desconoce que será suya —habla la lamebotas de la directora —Seguimos sus órdenes al pie de la letra.

El sonido de los pasos se intensifica al igual que los latigazos.

¿En qué quedamos, Aradia? —brama enojada la voz del tipo que desconozco —Se suponía que no volverías a golpearla. No quiero una mujer con marcas en el cuerpo, de eso me encargo yo.

Tuve que hacer un cambio de planes. La encontré husmeando en mi oficina, debía darle una lección —responde la mujer sin corazón.

El lugar permanece en silencio durante unos segundos hasta que el señor decide romperlo:

Quítenle la venda. Quiero verle los ojos a quien será mi futura mujer.

«¿De qué mujer habla? Solo tengo quince años»

La lamebotas de la directora me quita la venda así como se lo pidió el señor. Abro mis ojos con lentitud para sentir el peso de su mirada sobre mí.

Es un hombre alto, de aspecto pulcro, luce un traje color negro y un reloj carísimo en su mano izquierda. Su mirada es penetrante, tan oscura que me causa escalofríos.

Así que tú eres Ámbar —acaricia mi mejilla derecha con su mano e inmediatamente volteo el rostro al sentir su tacto —Me gustas. Eres hermosa —sus ojos me escanean de arriba a abajo causándome repulsión —¿Eres virgen, Ámbar?

Permanezco callada. No le responderé eso. Es un asunto íntimo, muy mío.

No lo es —afirma Aradia en mi lugar.

Le pregunté a ella, no a ti —el tipo desconocido la fulmina con la mirada y después vuelve a mirarme —Responde, anda. ¿Eres virgen?

No le responderé. No hablaré sobre el tema. Además de ser privado, no es algo sobre lo que me guste hablar. Aunque quisiera responder, no podría porque realmente... ni yo misma sé si soy virgen o no.

Hace dos días desperté... desnuda en mi habitación. Tenía las piernas abiertas, más moretones que de costumbre, había sangre en la cama y tres condones usados en el suelo. No recordaba nada, no sabía que había pasado, tenía un fuerte dolor de cabeza, mareos y... Por mi cabeza solo pasaba el recuerdo de la comida de la noche anterior, tenía un sabor extraño, claro, era comida en mal estado como de costumbre, pero con un sabor raro, uno que no lograba distinguir. Creo que fui... drogada.

No es virgen. Hace dos días nos encargamos de que dejara de serlo —no puedo creer lo que estoy oyendo —No te puede responder porque no siquiera ella lo recuerda.

El hombre se aleja de mí como si le causará asco, como si valiera menos que la mierd*.

Te iba a pagar una gran suma de dinero pero rompiste el trato —le dice a la directora —No es virgen, no tiene valor. Es una más del montón.

El trato era... —Aradia intenta hablar en su defensa pero él se lo impide.




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