El Renacer del Fénix

Capítulo 31 “Las mentiras de Eugin”

Ámbar

Un mitómano es alguien que padece mitomanía o el trastorno psicológico de mentir. También se les conoce como mentirosos compulsivos ya que suelen usar las mentiras como un refugio cuando se enfrentan a una realidad que no les gusta. Cuando sus mentiras son descubiertas pueden reaccionar con violencia. Estas pueden ser muy pequeñas o peligrosamente trabajadas, como si las planearan con lujo de detalle.

Esas eran las palabras del informe de Peter que la psicóloga del orfanato le había entregado a la directora. Lo recuerdo por aquel día que entré a escondidas en su oficina, en busca de mi expediente también hallé el de Peter. No podía desperdiciar la oportunidad, tal vez ahí decía algo importante sobre mi amigo.

En el informe también decía que Peter se podía considerar una persona mitómana porque mentía con frecuencia, le contaba a la psicóloga que tenía una familia de lobos blancos que viven en el Polo Norte, una manada, más bien.

Lo conozco. Peter no es mentiroso, ni mucho menos un mitómano, simplemente, niño al fin, decía la verdad sin tapujos.

La psicóloga seguramente era humana, por eso no comprendía que mi pelirrojo hablara constantemente de licántropos y aullidos a la Luna.

A quién sí le queda a la perfección ese diagnóstico, es a mi secuestrador. Ese hombre me ha contado tantas mentiras que ya no sé si creerle o no que su nombre es Eugin.

—No te creo nada ¿vale? Deja de mentir y permite que me vaya.

—No te irás hasta que me asegure de que conoces la verdad. Alguien debe darle su merecido a Agatha.

Ya empezamos con esa cantaleta otra vez. Desde que empezó a contarme sus mentiras no ha parado de mencionar a Agatha.

—¿Quién te dará tu merecido? — cuestiono a la defensiva y lo señalo con uno de mis dedos —Te recuerdo que tú abusaste de mi amiga, la golpeaste, mataste a su bebé... Las cosas que has hecho son imperdonables. ¿Quién va a darte tu merecido? ¿Eh? Dime ¿quién? —repito —Antes de acusar a Agatha, piensa en tus acciones y todo el daño que has hecho.

Mis pensamientos son tan contradictorios que temo caer en sus mentiras y perder la noción de la realidad.

Si bien Neila me dijo una vez que el chico que estaba en la cárcel el día que visitamos a Brandon, era Eugin, el hecho de que él me confirme con tanto orgullo las cosas terribles que hizo, no significa que vaya a creerle. Sea Eugin o no, es mi secuestrador, un desconocido, alguien que me inspira un temor y una desconfianza inexplicables.

«¿Qué pasa si en lugar de ser Eugin, es el asesino serial que lo mató? ¿Qué pasa si realmente es el espíritu de Eugin el que me habla a través de otro cuerpo, con el objetivo de asustarme?»

De su boca escapan carcajadas muy sonoras, parecidas a las risas de esos villanos de los cuentos infantiles cuando planean algo contra él o la protagonista.

—¿De qué te ríes? ¿Tengo un payaso pintado en el rostro?

—Si admites que yo hices esas cosas, estás aceptando que soy Eugin. Eso me hace muy feliz.

«Dios mío, su risa es tan... macabra»

—Estás loco —niego con la cabeza constantemente y tiro de mis cabellos como solía hacerlo en el orfanato cada vez que la psicóloga me obligaba a hablar a base de insultos —Deja que me vaya, por favor. Quiero irme.

No lo soporto más. Tengo miedo, pánico por mi vida. Estar a solas con él solo me trae recuerdos del orfanato, recuerdos que creí haber guardado en una tumba pero él insiste en desenterrarlos.

—Cálmate, Ámbar —él intenta acercarse a mí y yo solo cubro mi cabeza con mis brazos como hacía de pequeña cuando estaba en peligro —No te asustes. No te haré daño, solo quiero que me escuches y entiendas que todas las historias tienen dos versiones —come más trozos de fruta picada y se aleja de mí con pasos pequeños, con las manos en alto, como si no fuera culpable de mis acusaciones.

Tal vez si le permito contarme todo de nuevo sin cuestionarlo, me deje irme.

—Vale, te escucharé —dejo de lastimarme y lo observo fijamente —Pero con una condición.

—Si te pondrás en mi lugar cuando comprendas la situación, entonces sí, sí acepto tu condición.

—No te reirás —parece estúpido de mi parte pero es como me siento, sus carcajadas no me transmiten buenas energías —No reirás, ni te acercarás a mí. Mantendremos la distancia y no jugarás con ese cuchillo así como lo haces ahora —él suelta el cubierto y lo coloca encima del tocador, muy lejos de sus manos.

—Bueno, te contaré todo desde el principio.

***

Hasta el momento, según lo que me ha contado Eugin, él es la víctima de la historia. Una marioneta manipulada por Agatha. No dudo de los límites de ella, aunque no la conozco, con lo poco que sé sobre ella es más que suficiente para tener una pésima opinión sobre su persona. Pero eso tampoco es motivo para confiar en Eugin.

Parezco estúpida pero le he pedido que me cuente la misma historia varias veces, haciendo las debidas pausas en las partes que implican a Neila y a su familia. Debe pensar que le estoy tomando el pelo, pero realmente deseo comprender sus palabras.

Esta situación es muy confusa y difícil de asimilar para mí: primero escucho voces hablándome en mi cabeza, después descubro que los dragones, licántropos, vampiros y las wiccas existen, para rematar, soy el alma gemela de un dragón e hija de un demonio; y ahora esto...

Según lo que él me ha dicho, Los Legendarios son un grupo de cuatro dragones ancianos, cada uno representa a un determinado reino de dragones y el líder es nada más y nada menos que el padre de Gael. Existen cuatro imperios dragones: el primero, el más fuerte, sangriento y avaricioso, es el Imperio del Dragón Rojo —o sea, el reino de mi sugar —, le siguen los dragones negros, fanáticos a la oscuridad y a la sangre —enemigos naturales de los dragones rojos—, después se encuentra su propio reino, el Imperio Dorado, son los dragones más justos y sabios. Por último, está el Imperio Azul, conformado por dragones territoriales, amantes de los tesoros, en especial de los zafiros.




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