Ámbar
Uno de los pocos recuerdos felices que conservo de mi infancia, son aquellos en los que compartía con mi imaginación para crear figuras graciosas con plastilina. Mamá había organizado una habitación para que me divirtiera haciendo mis creaciones y yo la aprovechaba al máximo. Con mis manos sucias de varios colores, la sorprendía cada tarde con una figura diferente: dinosaurios, castillos, flores, todo lo que se me ocurriera. A mamá le gustaba hacerme feliz, por eso no dudó en comprarme un set de herramientas para jugar con plastilina, el día que se lo pedí.
De esa forma nació mi amor por las esculturas. Aprecio desde las más majestuosas, hasta las poco refinadas con proporciones inexactas, como las mías. Esculpir es divertido, me ayuda a relajarme en momentos de estrés e implica todo un reto para mí.
—No sabes cuánto lo siento, Neila. No quería que lo supieras de ese modo —me disculpo con mi amiga mientras moldeo las plumas del ave que estoy tallando —Jamás pasó por mi cabeza hablarte sobre Eugin estando ebria... y drogada.
—No te angusties, Aby. Estando drogada o lúcida, me lo ibas a contar —continúo las alas de mi escultura mientras la escucho —Sé lo que se siente estar entre la espada y la pared.
La noche que asistimos a la fiesta de Halloween, entre comentarios impropios y copas de más, le revelé a Neila la charla que sostuve con Eugin. No recuerdo nada pero ella dijo que le conté muchas barbaridades cuando mi cuerpo comenzó a reaccionar a los efectos del alcohol. No solo hablé del amarre que tenía con su ex, también le confesé que tuve mi primera vez con su hermano.
«¡Que vergüenza! Naturalmente, es complicado hablar sobre sexo, no me imagino contándole cada detalle de esa noche con mi modo desinhibida activado»
Por fortuna, los chicos estaban lejos de nosotras tratando sus asuntos de hombres. Nosotras hacíamos un brindis con los muchachos del equipo de fútbol y después dialogamos acerca de un violador cruel y sin sentimientos.
—Si analizas un poco la situación, sabrás que no podemos confiar del todo en lo que dijo Eugin —comenta, dubitativa —Es muy mentiroso. ¿Qué gana él con decirte a ti lo que ocurrió?
—¿Qué ganaría mintiéndome? — pregunto con tranquilidad, utilizo las herramientas para delinear los ojos de mi fénix —Ni siquiera me conoce. ¿Por qué querría inventar una historia?
—Para envolverte, Aby. Más sabe el Diablo, por viejo que por Diablo. No lo olvides —coloca sus manos en su cintura y me señala con el dedo como si me estuviera regañando —Sus palabras no valen nada. Lo más probable es que haya intentado engañarte como hizo conmigo.
Una amplia sonrisa se dibuja en mis labios.
—¿De qué te ríes? —hace una mueca con desagrado.
—Has dicho que Eugin es un mentiroso. Eso significa que lo que dijo es cierto, ya no lo quieres —hablo con voz suave y emotiva —Tu único amor es Brandon.
—Presta atención a lo que digo ¿vale? —sus ojos permanecen fijos en mí, en modo de advertencia —Si te buscó una vez, lo volverá a hacer. ¡Eugin no es confiable! Debes tener cuidado.
—Lo sé, no soy tonta. Me alegra que...
—Eres tan ingenua a veces. Casi cedes ante sus palabras. Te contó que el abuelo asesinó a su hermano, te removió el corazón y caíste en su juego —dice con una expresión de molestia en su rostro —Necesitaba tocar tu fibra delicada para que pensaras lo que él quería.
«Auch. ¿Ha dicho que soy estúpida? Eso dolió»
—Para de criticarme. Puedo cuidarme sola —mi tono de voz cambia a uno de molestia —Gracias por tus advertencias, no las necesito. Puedo decidir yo misma con quién me relaciono o no.
—Eso es justo lo que temo. ¡No sabes tomar decisiones correctas! Crees que todos somos buenas personas pero no es así.
La forma seria en la que me habló hace que pause los retoques que le hacía a mi escultura unos instantes y centre mis sentidos en ella. Me acerco a ella unos pasos más para detallar su expresión facial.
Ella está relajada, con el rostro sereno diciéndome unas verdades que duelen.
—Creo en la bondad de las personas. No tengo por qué ser desconfiada todo el tiempo —vocifero con los brazos cruzados.
—No te exaltes. Solo quiero que comprendas que el mundo no es color de rosa como lo quieres pintar —mi respiración es pausada, siento que sus palabras están surtiendo efecto en mí —Las personas como Eugin, manipulan a gente buena como tú. Debes tener cuidado —añade de forma dulce, siento que es la señora Rebecca quien me está aconsejando.
—No necesito tu protección ni tus consejos —comento herida por sus palabras —Yo decido si quiero hablar con Eugin —ella me hace una mueca extraña, sus ojos se agrandan señalando con la mirada hacia atrás —Puedo manejar mi vida.
—¡Bravo! —su voz grave e inconfundible suena a mis espaldas —Menudo show han montado entre las dos.
Me volteo con las manos temblorosas para encontrar su gélida mirada con matices de decepción. Despacio, examino su rostro intentando hallar alguna emoción que no sea enojo. Tensa la mandíbula con tanta fuerza que temo que se lastime. Sus labios forman una línea recta, la nariz está un poco dilatada, los ojos esmeraldas que amo me observan con reproche.
—No me mires así. Te lo iba a decir...
—Pero no sabías cómo hacerlo ¿cierto? —inquiere de manera mordaz —Cuéntame. ¿Fue una buena charla? —da dos pasos hacia mí para hacer más pequeña la distancia entre nosotros —¿Bebieron té mientras conversaban? —se mofa.
—Comprendo que estés molesto pero no desates tu ira conmigo. Hice lo mejor para ambos —digo con firmeza —Temía tu reacción, me sentía presionada —con ayuda de las puntillas de mis pies, logro alcanzar su rostro enfurecido y lo acaricio —Eres impulsivo, no sabía cómo tratarte.
Entrecierra los ojos condenándome con la mirada. Aparta mis manos de su rostro con desagrado, como si mi tacto lo irritara.
—También sabías que Júpiter es sobrino de Brandon ¿o me equivoco?—interroga a Neila, ignorándome por completo.