El Renacer del Fénix

Capítulo 42 “Una historia, varias versiones (Parte II)”

Ámbar

Cuando teníamos unos once o doce años, Peter y yo solíamos decir que para invocar a los muertos podíamos usar magia o una ouija. En las noches él entraba en la habitación de las niñas, se acercaba a mi cama y tiraba de mis pies para asustarme, para hacerme pensar que los muertos habían venido por mí. Yo sabía que era mentira, solo era una excusa más que buscaba para molestarme, hacerme reír y pasar tiempo conmigo.

Antes era un juego, ahora es una necesidad, es real. No utilizaré una ouija, confío en los libros de Lilith.

Me acomodo en mi cama con las piernas cruzadas y teniendo encima el primer libro que llamó mi atención: Comunicación con los muertos. En las primeras páginas hay unos escritos en modo de advertencia, las graves consecuencias a causa de irrumpir en el descanso de los muertos. Como considero importante todo el contenido de este libro, leo ligeramente esos agobiantes capítulos de alerta, antes de pasar a las páginas que describen paso a paso que debo hacer para contactar al espíritu de mi padrastro.

«¿Qué es lo peor que podría pasar? ¿Un tsunami? ¿Morirá alguien? El Sol no desaparecerá, ni habrá un diluvio en la Tierra. No me estresaré por esas tonterías»

De acuerdo con el libro, necesitaré unas velas de sándalo que no tengo, cristales mágicos para canalizar mi magia y protegerme de energías negativas y muchas suerte para no quedar atrapada en el más allá.

Es tarde, todos deben estar durmiendo. No puedo hacer compras en Amazon ya que no tendré dinero con el que pagar. No es una opción tomar dinero prestado sin pedirlo, así que tendré que ignorar las páginas de utensilios mágicos para centrarme en el procedimiento.

Dicen que la última advertencia suele ser la más importante, como no soy tonta, la sigo al pie de la letra. Una vez, levantada de la cama y respectivamente arreglada, salgo a hurtadillas de la habitación para llegar a la de Drake. El libro plantea que será útil un objeto especial para garantizar la unión con los vivos, en cuanto llegue el momento en el que me sienta atrapada, sin una salida en la inmensa oscuridad del mundo de los muertos.

Entro en la habitación de Drake para husmear entre su ropa y tomar alguna de sus playeras. Mis ojos se abren por la sorpresa en cuanto veo que todas las prendas de su clóset son de color negro.

«Como si no existieran más colores»

Tomo una al azar para retirarme a mi habitación.
Me acomodo en el centro de la cama, huelo el aroma viril de Drake en su prenda antes de releer el libro que afirma que son muchas las posibilidades de fracasar en el intento.

Pienso en las cosas horribles que viví a causa de Cedric, la manera oscura en que me miraba a espaldas de mamá... Lo recuerdo todo como si hubiera ocurrido ayer. Mis párpados se sienten pesados, como si me estuviera desconectando de la realidad.

Todo a mi alrededor es oscuro como es costumbre. Camino sin rumbo fijo temiendo tropezar y caer de bruces al suelo. Inhalo y exhalo varias veces cuando veo una puerta abierta a lo lejos, se encuentra al final de una alta escalera, dándome una impresión de que es inalcanzable.
Camino a paso lentos hasta llegar a esta, al subir cada escalón siento que cada vez estoy más cerca del peligro, o más bien, estoy a una altura en la que es considerable mirar hacia abajo.

Paso al otro lado de la puerta para encontrar un recuerdo tétrico de lo que en una vez fue mi habitación de pequeña. Las paredes ya no son color rosa pastel, ahora tienen tonalidades grises, la casita de muñecas que adoraba está hecha trizas con las muñecas desarmadas y esparcidas en el suelo.

Murciélagos cuelgan del techo, hay cucarachas donde debería estar mi librero de libros de cuentos. Retrocedo unos pasos con estupefacción, miro hacia abajo al escuchar el crujir de algo en mi zapato.

—¡Aaah! —grito horrorizada cuando veo que he pisado uno de los ojitos tiernos del conejito que hallé en el aquelarre de mamá.

Continúo observando la habitación con pánico en mi interior, justo cuando pienso que no veré otra atrocidad, me volteo para descubrir que es esa extraña presencia que siento tras de mí.
No hay ninguna persona pero sí algo por lo que no podré dormir el resto de la noche: un esqueleto pequeño con restos de sangre en la cama. Hay algunos trozos de un vestido amarillo en el suelo junto a unas zapatillas de talla infantil. Unos cabellos rizados tintados del líquido carmesí yacen a un costado de la cama.

—¿Se supone que esa soy yo? —articulo con la voz entrecortada.

—Bastarda —susurra una voz conocida tan cerca de mi oído que siento como mi piel se eriza.

—Ce-Cedric... —tartamudeo —¿Dónde estás? ¿Por qué no puedo verte? —observo con detenimiento todo el lugar intentando hallarlo, no hay nadie, solo escucho su voz.

—No necesitas verme —una ráfaga de viento abre la ventana causándome escalofríos —¿A qué has venido, bastarda?

—¿Q-Qué te hice para que me odies tanto? ¿Por qué me enviaste al orfanato?

—Mira esta habitación. Tan vacía, tan carente de vida. Así viví yo por más de dieciocho años —la luz se enciende y se apaga por sí sola —No sabes lo que se siente conformarse con las sobras.

—No hables en clave. Dí lo que tengas que decir de una buena vez —finjo tener la valentía que me falta —¿Por qué me odias?

—Nunca debiste nacer. Debí matarte en cuanto supe que Natalia estaba embarazada —la luz se acaba apagando, dejándome inmersa en la oscuridad —Pero no lo hice. Preferí permitirte nacer para hacer pagar a Elijah, por quitarme a Natalia, y ella tenía que sufrir por no elegirme a mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.