Narrador Omnisciente
Agatha comienza a sentirse débil, agotada. Ve a dos Ámbar, dos Emily, dos crepúsculos. Sabe lo que eso significa. Los síntomas de su transformación son demasiado evidentes.
—Oye, ¿te encuentras bien? —Adrianne pregunta preocupada, se acerca a Agatha pero ella retrocede
—Deja que te ayude a preparar el ritual.
Intenta quitarle el cuchillo para realizar ella misma el corte pero la wicca de capucha negra no acepta la ayuda.
—¡Ocúpate de tu trabajo! Lo haré yo —brama y se frota la frente con la mano libre, los mareos se intensifican.
La más joven de las wiccas se queda quieta en su lugar mientras Agatha comienza a dibujar una pequeña luna menguante en la muñeca de Ámbar.
—"Anima tua mihi coniuncta est, una sumus, temporarie. Potestas tua mihi pertinet" —pronuncia un conjuro que unirá si vida a la de Ámbar.
Cualquier herida, temor o emoción que sienta alguna de ellas, la otra lo sentirá. Serán una, temporalmente.
—Debes alimentarte o morirás antes del anochecer —Emily pone su mano sobre la de Agatha y la ayuda a terminar de trazar un dibujo de la Luna llena en la piel mestiza de Ámbar.
A la vez, la misma figura se forma mágicamente en el brazo izquierdo de Agatha. La mitad del trabajo está hecha.
Con rapidez, la hija más pequeña de Natalia toma una copa antigua que está a un lado del cuerpo de la híbrida, la coloca bajo la muñeca de esta para contener la sangre. Después, realiza el mismo acto con la wicca de cabello blanco. La sangre de la sacrificada y de la beneficiada deben estar en dos copas diferentes antes del ritual.
—Si esos muertos vivientes no te hubieran mordido, no pasarías por esto —comenta en voz baja.
Tiene toda la razón. Quizás si no hubieran secuestrado a Ámbar en medio de un incendio, ahora ella no tendría que hacer de paramédico con una wicca que le triplica la edad.
Todo conlleva su riesgo. Querían a la primogénita de Natalia, ya la tienen. Ahora les toca asumir las consecuencias.
—Drake —Ámbar murmura y se mueve con incomodidad sobre la gran roca.
El tiempo es limitado. Celestria se apresura en abrir dos agujeros en la tierra lo suficientemente grandes como para sembrar dos mandrágoras, una a cada lado de la roca en el que Ámbar habla entre sueños. Agatha le ayuda.
—¿Dónde estás? Ayúdame —el pánico en su voz revela si realmente estuvo dormida o no.
La irritación de Agatha aumenta al pensar que esa chiquilla le esté enviando señales a Drake mediante sus sueños, usando su telepatía. Ese vínculo es tan propio de las almas gemelas que ni siquiera apoderándose de la esencia de Ámbar, podrá controlarlo.
—Ven por mí. Drake.
—Cállate —brama Emily, está que echa fuego por los ojos.
—Ayuda. No quiero morir.
—¡Que te calles! —Emily hace más pequeño el espacio entre ellas, la rabia reflejada en sus pupilas.
—No hagas nada precipitado, Emily —Agatha chilla con temor pero ya es demasiado tarde.
El pequeño retoño de Natalia coloca sus manos alrededor del cuello de su hermana y ejerce toda la presión posible. Descargando sus sentimientos ocultos en un intento de homicidio.
Las wiccas abandonan sus tareas y corren hacia ella para apartarla de la joven fuente de poder. Los instintos de supervivencia de Ámbar despiertan. Golpea con sus manos ambos brazos de Emily. Al ver que no la suelta —incluso con las wiccas tirando de su cuerpo— usa la poca fuerza que tiene para propinarle un golpe directo en el abdomen.
Ella emite un grito ahogado y se ve obligada a soltarla. Ámbar aprovecha la fracción de tiempo en la que las ancianas le dan un regaño severo por lo que hizo y auxilian a Agatha. Para correr con torpeza entre los árboles.
—¿Estás loca, niña? Casi la matas.
—Te lo dije desde un principio, Agatha. Es una estupidez que ella esté aquí.
La chica Young vuelve a sentir ese fuego abrasador que la ha quemado durante tantos años: el sentimiento de inferioridad. La envidia la cala por dentro.
—Vayan por ella. No la dejen escapar —dice Agatha en un hilo de voz.
—Esta niña será quien asesine a tu seguro de vida —zanja la traidora antes de entrar en acción.
Ámbar
Cada a paso que doy es un desafío. No por las lágrimas escuecen mis ojos ni la respiración entrecortada por la adrenalina. Lo que me impide pensar con claridad para encontrar una solución es la imagen vívida de Emily en mi mente.
Iba a matarme. Estaba dispuesta a hacerlo de la manera más inhumana que exige. En pleno acto de cobardía, aprovechando mi inconsciencia.
De pequeña siempre quise tener una compañera de aventuras, alguien a quien cuidar, con quién divertirme o una cama en la que refugiarme cuando tuviera frío, ya que con Cedric y mamá en la misma habitación era imposible.
Amé a Emily desde el momento en el que mamá me contó al borde de las lágrimas —creo que de alegría— que crecía una bebé en su vientre. Ese sentimiento no es recíproco.
«Es mi hermana, Dios. ¿Qué hice para que me odie tanto?»
Una vez más, la vida me demuestra que no puedo confiar en nadie, que Natalia debió abortarme en el momento justo que supo de mi existencia.
Y mis piernas, otro par de traidoras, se debilitan y caigo al suelo. Ruedo colina abajo, sintiéndome más vulnerable que antes. El mundo se mueve en cámara lenta, de una forma tortuosa, interminable.
No existe peor dolor que el de una traición. La daga que más te puede herir, no es la de mejor filo sino la que está en manos de un ser querido.
La caída concluye. Me levanto con una chispa de esperanza en mi interior. Estoy lista para continuar mi maratón cuando siento que alguien agarra mis brazos por la espalda y soy empujada con fuerza contra el tronco de un árbol.
Mi cuerpo grita de dolor al recordar cada rasguño y moretón que sufrí luego de la caída.
—No vuelvas a escapar. Es imposible que alguien te encuentre aquí —murmura Emily en mi oído y mi impotencia aumenta