Narrador Omnisciente
La biblia cuenta que Dios envió un diluvio a la Tierra para acabar con los humanos que habitaban en ella, para eliminar sus pecados. Ahora serán los demonios quienes exterminen la raza humana. No será con un diluvio precisamente.
La atmósfera envolvente del cine Leicester Square es rota por el estruendo que causa un demonio al entrar por el techo. Una nube de polvo se levanta en el aire, fragmentos de yeso caen sobre los humanos que gritan aterrados. Eleister y sus seguidores destrozan cuerpos por doquier, bloquean cualquier tipo de salida. Gracias a sus dos metros de estatura y visión aguda, logran ver con facilidad a las víctimas que intentan escapar de la niebla tóxica que pronto los dejará inconscientes. Unos usan trozos del proyector para desgarrar las pieles, lanzan sillas sobre sus cabezas para dejarlos noqueados o les sacan los ojos con sus garras afiladas. Otros, con sumo cuidado, toman a los niños en sus brazos para llevarlos a lo o que será su nuevo hogar: el Infierno
La orden fue simple y fácil de captar. Eliminar a las familias y adormecer a los pequeños. Los humanos son seres inútiles. Solo sirven como alimento para los vampiros, para hacer crecer los diferentes reinos sobrenaturales y lograr avances técnico-científicos basados en su inteligencia. Ergo, benefician a las especies de las que desconocen su existencia.
Los adultos, ancianos ya vivieron. El futuro está en los niños inocentes que serán convertidos en criaturas del mismo Diablo.
Eleister no está de acuerdo con lo que está haciendo pero tampoco le desagrada. Aradia le pidió que hiciera una masacre en el mundo de los humanos, él lo hará sin protestar. Con su mano, atraviesa el pecho de un cuarentón de ojos claros hasta que llega a su corazón. En su mano siente el rápido palpitar de ese órgano vital, cierra los ojos con pesadumbre antes de arrebatarle la vida.
La mirada del hombre se apaga. Eleister desearía ser él quien perdiera la muriera en ese momento. El sentimiento de culpabilidad recorre su interior. Su sobrina está muerta, traicionó a su hermano, destruyó la confianza de quien posiblemente sea su hijo.
¿Todo eso por qué? Por una mujer. Por la egoísta de Aradia que lo manipula como a un títere para después dejarlo como a un cachorro abandonado.
Primero el cine, se encuentra en el centro de la ciudad. Después acabarían con los clubes nocturnos, restaurantes, barrios marginales, y así sucesivamente hasta que no quede rastro de mortales en la faz del planeta. Es una tarea fácil, divertida, semejante a los piratas que saquean barcos siguiendo la orden de sus capitán.
—No tarden. Quedan muchos humanos que matar, niños que secuestrar.
***
Al bajar al sótano, Elijah recoree con la mirada las paredes de piedra y cubiertas de musgo. Los tallados antiguos que las decoran son impresionantes. Narran las batallas épicas con las que fue forjado su reino. La iluminación de las antorchas es escasa pero ofrecen la iluminación que necesita para ver a la perfección a la agonizante madre de su hijo.
—Elijah... mi amor. ¿Viniste a salvarme? —Aradia distorsiona la realidad —¿Vas a salvarme de mi padre?
Por un momento Elijah siente pena por ella. ¿Qué padre golpea a su hija?
Nunca quiso casarse con Aradia, menos formar una familia. Pero ¿a quién le importa lo que él quiera?
En el Infierno los sentimientos no tienen valor. Casarse es el típico método para unir familias. Un matrimonio de conveniencia a mitad de una guerra sería una bendición para todos.
Aradia no lo amaba. Se enamoró de él con el paso del tiempo, con cada noche a su lado, con las palabras de apoyo que le susurraba y ella las malinterpretaba como una intención amorosa.
«Ella cavó la tumba de mi Ámbar. No merece compasión»
—Voy a salvar a Seth de la madre que tiene.
—¿Seth? ¿Quién es Seth? —pregunta con incredulidad, como si desconociera a su propio hijo —Oh, ya recuerdo. Es el galán que siempre anda sonriente. Es tan imponente y tierno a la vez.
Elijah sostiene con rabia la pequeña botella que contiene el elixir de belladona, cortesía de su amada Natalia. Es decepcionante lo que ocurrió a sus espaldas. Duele ser traicionado por su esposa —aunque no la ame como tal—, duele aun más que su único hermano lo haya apuñalado con total descaro.
—No te confundas, Aradia. Seth y Eleister no tienen nada en común.
—Seth... Sus ojos son de un azul grisáceo como los de Eleister... Y su lunar de nacimiento ¿lo recuerdas?
—Elijah cierra los ojos por un instante rogándole a su subconciente que sea paciente, que mantenga la calma para no pensar en cosas que no son reales —Tienen el mismo lunar, en el mismo antebrazo. Aunque Seth es un mujeriego de primera, asume muy bien sus responsabilidades... Es un buen chico, maduro. Como su padre... no, como el hombre que lo crío porque Eleister es...
Elijah le impide terminar colocándole la pequeña botella en los labios para que tome más de esa bebida tan letal para los demonios, un elixir que la dejara eufórica, como si estuviera drogada.
Lo hizo con tal brusquedad que la mujer casi se atraganta con el elixir. Unas gotas púrpuras recorren su labio inferior hasta llegar al cuello. Elijah repite el acto a pesar de la tos y las quejas de Aradia, ella intenta esquivar la botella moviendo la cabeza a los lados. Tose sintiendo incomodidad en su garganta. Se esfuerza por moverse a los lados pero las cadenas que acarician sus muñecas no se lo permiten.
—¿Por qué tanta agresividad, Elijah? ¿Qué te he hecho para que me trates así? ¿eh? —sonríe con maldad, incluso drogada luce peligrosa —Somos familia, no lo olvides...
—Tú y yo no tenemos nada. Entiéndelo —ella niega con la cabeza aún con esa chispa de felicidad vacía en su rostro —Mi familia son Seth, Natalia y Ámbar.
—Ámbar... Ella nunca haber nacido. Debí matarla desde que supe de su existencia...