Los rayos del amanecer teñían de oro los vitrales del salón de entrenamiento. El aire olía a tierra húmeda y hojas nuevas; la primavera estaba en su punto más sereno. A lo lejos, el canto de las aves acompañaba el sonido del acero cortando el aire con precisión quirúrgica.
Aurelio se movía con la elegancia de un depredador. Cada golpe, cada giro de muñeca, cada paso... todo era calculado. Su estilo no era el de un niño prodigio. Era el de un veterano. Un rey que alguna vez comandó ejércitos y aplastó reinos con su espada.
—¿No vas a dejarme al menos fingir que puedo vencerte alguna vez? —bromeó Ryker, su instructor, secándose el sudor.
—Lo estás haciendo bien. Para alguien con tus limitaciones —respondió Aurelio con una sonrisa leve.
Ryker soltó una carcajada.
—Sigues siendo igual de arrogante que el primer día, chico.
Aurelio no respondió. Guardó la espada con elegancia y caminó hacia la salida del salón. Su cabello negro, con sutiles puntas rojizas, se agitaba con el movimiento. Sus ojos azul oscuro, intensos y serenos, no mostraban emoción alguna.
Era una máscara perfecta.
Los sirvientes inclinaban la cabeza al verlo pasar. Él respondía con una cortesía superficial. A sus siete años, su presencia era tan imponente como la de un noble adulto. Pero nadie conocía la verdad: que en su interior, la conciencia de un rey muerto calculaba cada paso.
En su habitación, revisó antiguos libros de magia, grimorios y registros imperiales. No por simple curiosidad. Buscaba pistas. Respuestas. ¿Por qué había reencarnado? ¿Por qué en este mundo lleno de magia y aura? ¿Era castigo o redención?
Había algo en su interior… una energía distinta. Un poder que parecía dormido, pero que crecía con él. Sus padres, nobles de alto rango en el Imperio de Thalgrion, se lo atribuían a su linaje. Pero él sabía que no era solo eso.
Esto es otra cosa… esto viene conmigo desde el otro mundo.
Pasó la tarde entrenando su control de aura en los jardines, bajo la mirada atenta de Lady Lirien, quien parecía notar que su hijo era… diferente.
—Tu aura es intensa, pero controlada —le dijo ella una vez—. Como si ya supieras cómo usarla desde antes de nacer.
Él solo sonrió.
Esa noche, una calma extraña se apoderó del dominio. Sin avisos. Sin razón. Las luces comenzaron a apagarse solas. El viento dejó de soplar. Incluso los sonidos de la noche callaron.
Aurelio se levantó de la cama, alerta.
Sintió una presencia ajena. Precisa. Como una daga en la oscuridad. Extendió su aura suavemente, lo suficiente para detectar, no para provocar. Y entonces lo sintió.
Están aquí.
Giró hacia la ventana, y justo en ese instante, una sombra cayó sobre él.
La aguja se hundió en su cuello con una precisión escalofriante. Un ardor helado le recorrió la médula, desactivando su cuerpo miembro por miembro. Las rodillas le fallaron, y cayó sobre el mármol pulido como un muñeco sin cuerdas.
¿Veneno?
No lo reconocía. Eso lo preocupaba más que el dolor. No era una toxina común; lo había inmovilizado sin aturdir su mente.
Forzó su visión entre parpadeos pesados. El atacante llevaba una capa larga y oscura, con un emblema bordado al pecho: un dragón devorando su cola. La insignia resonaba en su memoria, aunque no supiera por qué.
No vio el rostro. La máscara era lisa, metálica, sin aberturas visibles. Pero Aurelio memorizó lo que sí podía: el timbre exacto de su respiración detrás del filtro, el leve tic nervioso en su muñeca izquierda al inyectarlo, el perfume arcano que impregnaba su capa —jazmín y azufre, una mezcla usada en antiguos rituales de ocultamiento.
Eres meticuloso. Profesional. Probablemente no lideras desde el frente... pero das las órdenes. Tarde o temprano, tu red tendrá un hilo suelto. Y cuando lo halle, tiraré hasta que te encuentre.
—El prodigio ha caído —dijo el enmascarado con una voz distorsionada por un modulador—. Inicien la extracción del núcleo áurico.
¿Extracción...?
Intentó reír, pero solo logró un espasmo. Idiotas. Creen que mi valor está en este cuerpo. No saben que soy una tormenta con memoria.
Mientras la oscuridad lo envolvía, grabó cada detalle como marcas al fuego: la cadencia de los pasos, la vibración mágica que bloqueaba su aura, el tono autoritario del sujeto.
No te vi la cara... pero ya estás muerto. Solo que aún no lo sabes.
Editado: 11.05.2025