El Renacimiento del Rey

El Proyecto Génesis

El frío no venía del aire. Era más profundo. Penetrante. No se sentía en la piel, sino en los huesos. En el alma. No provenía de una corriente, sino de las paredes mismas, hechas de acero gris, sin una sola imperfección, sin ventanas, sin puertas visibles. Como si el lugar hubiese sido diseñado no para albergar vida, sino para contenerla, moldearla… o extinguirla.

El techo parecía respirar. Un zumbido sutil, casi imperceptible, recorría la sala con un ritmo constante, artificial. Era como si el lugar entero estuviera vivo. O peor aún, como si estuviera vigilante. Observando. Esperando.

Aurelio abrió los ojos lentamente. La claridad lo golpeó como una bofetada. Su cuerpo estaba inmovilizado sobre una camilla metálica. No podía moverse, no por debilidad, sino por las gruesas correas que apretaban sus extremidades. Lo más inquietante era la sensación de vacío en su interior… como si su aura hubiese sido succionada, silenciada. Muerta.

—No sirve que intentes moverte —dijo una voz metálica desde un intercomunicador oculto en algún rincón—. Está contenido.

"¿Dónde… estoy?", pensó, mientras su visión aún temblaba.

Poco a poco, el entorno tomó forma. Agujas inyectadas en sus brazos, sensores adheridos a su pecho, una especie de brazalete oscuro rodeando su cuello como un collar maldito. Frío, opresivo, pulsando con una energía antinatural.

—Sujeto 001 ha despertado —anunció la misma voz—. Inicien el protocolo de adaptación.

Un susurro se deslizó desde los bordes de la camilla. Un gas incoloro y ligero, casi imperceptible, invadió su espacio. Su mente comenzó a ceder, a entumecerse, pero algo en él se negó. Se resistía. Lo habían subestimado.

Yo no soy un niño cualquiera… soy un rey que ha regresado del abismo.

Horas después…

En una habitación blanca como losas de mármol, frente a una pared de cristal tintado, una figura se alzaba en silencio. Túnica negra, rostro cubierto por una máscara de plata. No emitía aura alguna. Su presencia era un vacío.

—Bienvenido a la realidad, 001… o, como te llamaban antes, Aurelio Cassius.

Aurelio apenas parpadeó.

—¿Quién eres?

—Somos el Consejo de la Nueva Era, el CNE —respondió la figura, sin emoción—. Y tú formas parte del experimento más ambicioso de esta era.

—¿Qué quieren de mí?

—Perfección.

La palabra quedó suspendida en el aire, como un veneno dulce.

Aurelio no respondió. Sus ojos recorrieron la sala, memorizando cada detalle. Cada reflejo, cada sonido. Calculaba. Analizaba. Adaptándose.

—Queremos crear al humano ideal —continuó la figura—. Físico, mental, mágico, áurico. Un ser que supere todas las limitaciones… Y tú, Sujeto 001, estás en la cima de nuestra clasificación.

—¿Y qué hacen con los que no son “perfectos”? —preguntó Aurelio, con una sonrisa fría en los labios.

—Aprendemos de ellos. Antes de descartarlos.

Lo que siguió fueron semanas que no pueden llamarse vida.

Sesiones diarias. Tortura física y psicológica. Descargas áuricas, corrientes eléctricas, magia corrupta inyectada directamente en su sangre. Su cuerpo era llevado al límite y luego empujado más allá. Lo querían romper. Estudiar. Redefinir.

Pero no podían.

Aurelio no era solo un prodigio. Era un tirano renacido. Su voluntad era hierro forjado en los campos de guerra, en la traición, en la muerte. Había sido rey. Y no iba a ceder.

Entre tormentos, encontró pequeños momentos para observar.

En su celda, compartida con otros niños, vio los resultados del CNE. Algunos lloraban día y noche. Otros simplemente se apagaban, como velas consumidas. Y otros… simplemente no hablaban. Todos estaban rotos.

Menos una.

Una niña de cabello blanco ceniza y ojos violeta como relámpagos en la noche. Se sentaba en silencio. Observaba. Y un día, habló.

—¿Tú también finges que estás más débil de lo que realmente eres?

Aurelio la miró, curioso.

—Interesante forma de saludar.

—Me llamo Amelia Astor. Magia de telequinesis avanzada. Puedo romperte el cuello sin mover un dedo, pero prefiero hablar primero.

Una sonrisa involuntaria cruzó los labios de Aurelio.

—Aurelio —dijo simplemente.

Se estrecharon las manos, no como niños, sino como soldados que reconocen al otro como igual. Una tregua silenciosa en medio del infierno.

Desde ese momento, susurros reemplazaron el silencio. Intercambiaban ideas, teorías, fragmentos de información. Descubrieron que los números asignados correspondían a su “valor” según el CNE. Del 001 al 999. Cuanto menor el número, mayor su potencial.

—Si tú eres el 001… entonces debes ser el que más temen —murmuró Amelia una noche, con una chispa de respeto.

—O el que más necesitan —respondió Aurelio, con esa sonrisa que jamás mostraba vulnerabilidad.

Y así, el infierno continuaba. Pero ahora, no estaban solos. Ahora, el fuego no solo quemaba… también forjaba.



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En el texto hay: fantasia, renacimiento, antiheroe

Editado: 11.05.2025

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