El Renacimiento del Rey

Entre cicatrices y sombras

El silencio en el recinto no era ausencia de sonido, sino una presencia más densa que el aire. Lo llenaba todo: los suspiros reprimidos, los temblores silenciosos, los pensamientos no dichos. La sala donde dormían, si se podía llamar así, era una prisión sin barrotes. Los colchones eran losas, las sábanas, promesas rotas. Aun así, allí, entre los ecos del sufrimiento, algo nuevo comenzaba a germinar.
Aurelio y Amelia estaban sentados espalda contra espalda. Era un gesto extraño de intimidad en un lugar tan despojado de humanidad.
—¿Crees que algún día dejará de doler? —preguntó ella, con la voz como un pétalo a punto de marchitarse.
—No —respondió él sin dudar—. Pero uno aprende a respirar entre las grietas.
Ella sonrió con tristeza. Ese era el tipo de respuestas que la mantenían cerca de él. Firmes, reales, sin la falsedad de una esperanza vacía.
Habían pasado semanas desde su llegada. La rutina del infierno era un círculo perfecto: despertar con el zumbido del gas, pruebas de resistencia, análisis de aura, sesiones de alteración. Cada día era una danza entre el umbral del colapso y la negación del mismo.
En la sala blanca, cada niño era llevado de forma individual, aunque compartían después el eco del sufrimiento. Era ahí donde nació su pequeño grupo. Unos pocos que aún sabían hablar sin gritar, mirar sin romperse.
La sala del comedor era amplia, aséptica, con mesas alineadas como en una coreografía monótona. No había ventanas, solo una luz blanca constante que eliminaba cualquier noción del tiempo. La comida llegaba en bandejas metálicas: una pasta gris sin forma, algo que una vez fue vegetación cocida hasta volverse nada, y un líquido que apenas tenía sabor. Alimentaban el cuerpo, no el alma.
Aurelio se sentó junto a Amelia y los demás. Kai ya estaba allí, jugueteando con una cucharilla como si fuera un arma.
—Hoy le encontré forma a esta cosa —dijo señalando su pasta—. Parece una rana muerta. O tal vez soy yo el que está viendo cosas.
—Serías la rana si te vuelves más verde —le respondió Amelia con una leve sonrisa, mientras empujaba su porción con resignación.
Thane comía en silencio. Su presencia era como un muro que siempre estaba allí: enorme, pesado, impenetrable. Solo levantó la vista un momento hacia Aurelio y asintió con la cabeza. Era su forma de decir: “Te veo”.
Selene se sentó a su lado, sin decir palabra. Observó su comida, luego al grupo. Las sombras bajo la mesa parecieron agitarse apenas un segundo cuando parpadeó.
Aurelio no tenía hambre. No era el sabor, ni el color, ni la textura. Era su cuerpo. Algo dentro de él vibraba, como si una cuerda estuviera siendo tensada demasiado rápido.
—¿No vas a comer? —preguntó Amelia, inclinándose hacia él.
—No tengo hambre —dijo él, bajando la voz—. Hay algo… algo distinto.
Kai alzó una ceja.
—¿Distinto como en “creo que me está saliendo una segunda cabeza”? ¿O distinto como “voy a lanzar rayos por los ojos”? Porque en ambos casos, quiero verlo.
—Es más profundo —intervino Aurelio, ignorando la broma—. Siento como si algo se hubiese encendido dentro de mí. Como si mi cuerpo ya no fuese capaz de contener lo que soy. Es presión… pero también claridad.
Selene ladeó la cabeza, atenta. Luego susurró:
—Tu sombra cambió. Es más densa… más viva.
El comentario los silenció un instante.
Aurelio miró hacia su mano. No había nada visible, pero en su interior, lo sentía: cada célula vibrando con una energía que no controlaba del todo.
—¿Te duele? —preguntó Amelia, con voz suave.
—No… pero tampoco es cómodo. Es como si estuviera mudando de piel por dentro.
Amelia bajó la mirada. Su mano, temblorosa, se cerró sobre la de él.
—Si algo sale mal… estaré aquí. No eres el único que cambia.
Aurelio la observó un instante. Bajo su tono firme, había una tristeza antigua. Ella también estaba rota, pero se sostenía.
—Gracias —dijo, apenas audible.
Kai, mientras tanto, metía un trozo de comida en la boca como si masticar lo protegiera de las emociones ajenas.
—Bueno, yo también estoy cambiando —dijo con la boca llena—. Cambiando de idea sobre este “almuerzo”. Si esto es comida, extraño las piedras.
—Deberías aprender a meditar —murmuró Thane con voz grave—. Ayuda a soportar la vibración interna cuando la magia crece. O al menos a no destruir la mesa.
Kai lo miró sorprendido.
—¿Hablas? ¿En serio? ¡Vaya! ¡Y yo que pensaba que solo te comunicabas con gruñidos!
Thane esbozó una mueca que podría haber sido una sonrisa, o simplemente un espasmo muscular.
—A veces vale la pena hablar, si lo que se dice pesa.
Selene soltó un leve suspiro. Sus ojos estaban fijos en Aurelio.
—Estás cambiando. Pero eso no significa que debas temerlo.
—¿Y si dejo de ser yo? —preguntó Aurelio, más para sí mismo.
—¿Qué es “ser tú”? —respondió ella, sin titubeo—. ¿La memoria? ¿El cuerpo? ¿La voluntad?
Nadie dijo nada por un rato. Solo se escuchaba el sonido metálico de las cucharas contra las bandejas.
Aurelio finalmente cogió un bocado. No por hambre, sino por mantenerse humano. Por ahora.
La comida sabía igual que siempre: a resignación. Pero en medio de ese sabor, había algo distinto. Una chispa. Una resistencia silenciosa.
Y aunque no lo dijeran, aunque no lo admitieran, sabían que estaban empezando a sostenerse unos a otros. En las miradas. En los gestos. En el simple hecho de seguir sentados juntos.
Entre cicatrices y sombras, la llama no se había apagado.
Solo había aprendido a arder en silencio.
Esa noche, mientras la luz cenital del techo palpitaba como un corazón moribundo, Aurelio despertó sobresaltado. Su cuerpo ardía, pero no de fiebre: era otra cosa. Algo en él estaba cambiando.
Recordó las palabras que había oído antes en la sala de modificación:
"Su núcleo reacciona. Tal vez lo hemos llevado al límite correcto."
Visiones fragmentadas invadieron su mente: un altar oscuro, voces susurrantes, símbolos antiguos. Y entre ellos, una figura inmensa de sombra y llama. No tenía rostro, solo una presencia que lo atravesaba todo. Sintió que lo observaba. No con crueldad, sino con propósito.
La Directriz.
¿Era eso lo que guiaba al CNE? ¿Esa fuerza superior que no necesitaba cadenas para controlar?
Al día siguiente, su cuerpo temblaba. No por debilidad, sino por desbordamiento. Era como si su aura hubiera sido desgarrada y reconstruida. Sentía cosas nuevas. Percibía la vibración de los otros. El miedo, el dolor, el odio, como colores en una paleta que solo él podía ver.
—Estás… diferente —murmuró Amelia, al tocarle la mano.
—Algo despertó —dijo él, sin adornos.
Ella lo miró con una mezcla de asombro y temor. No era miedo hacia él, sino hacia lo que vendría.
—¿Crees que lo llaman "Convergencia"?
Aurelio asintió.
—Aún no ha llegado… pero se aproxima.
Se sentaron juntos, sin hablar más. Afuera, el eco metálico de pasos y gritos seguía su curso. Pero dentro, una semilla de rebelión silenciosa comenzaba a florecer. No en forma de gritos ni espadas, sino en los espacios entre palabra y palabra, entre cicatriz y sombra.
Porque incluso en el abismo más profundo, el alma recuerda cómo arder.



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En el texto hay: fantasia, renacimiento, antiheroe

Editado: 11.05.2025

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