El Renacimiento del Rey

Bajo la piel

La luz cenital del comedor se deslizaba sobre los rostros, como una presencia fría y distante que no preguntaba, no se detenía. La comida, como siempre, llegaba en bandejas metálicas, insípida, vacía. Los murmullos de los niños se entrelazaban con el eco de los pasos, creando una atmósfera pesada, casi líquida, que se adhería a la piel.
Aurelio estaba allí, sentado al borde de la mesa. La vibración en su interior no cesaba, pero se mantenía en silencio, como una tormenta distante que amenazaba con estallar, pero aún no lo hacía. Amelia estaba a su lado, moviendo la comida en su plato sin ganas. En los últimos días, las conversaciones entre ellos habían caído en un espacio de familiaridad incómoda, una quietud que los mantenía cerca, pero sin palabras que traspasaran la frontera de lo inevitable.
—Aurelio… —susurró Amelia, su voz apenas audible entre el murmullo de los otros niños—. ¿Alguna vez has sentido que todo lo que tocas comienza a romperse? Como si… como si algo en ti fuera demasiado grande para este lugar.
Aurelio la miró, sus ojos grises brillando con una luz que solo él comprendía.
—Lo siento… dentro de mí —dijo con suavidad—. Es como si mi cuerpo fuera demasiado pequeño para todo lo que está pasando. Cada vez que intento controlarlo, siento que algo más dentro de mí se quiebra.
Ella asintió, sus ojos llenos de una tristeza que no necesitaba ser explicada. Ellos compartían algo más que dolor. Compartían el peso de ser más de lo que este lugar podía aceptar.
El ruido de una silla moviéndose violentamente los sacó de su conversación. Un niño, de cabello corto y rizado, entró al comedor con un paso firme y desafiante. Era un poco más alto que los demás, con músculos que evidenciaban una fuerza inusitada para su edad. A pesar de que nadie conocía su historia, su presencia era como un latido fuerte, imposible de ignorar.
Kai, que estaba sentado frente a Aurelio, lo miró de reojo y soltó una risa nerviosa.
—¿Otro que cree que puede ser el líder aquí? —murmuró.
El niño no respondió, pero sus ojos encontraron a Amelia casi al instante. Algo en su mirada parecía afilado, invasivo. Se acercó a ella, empujando ligeramente a los otros niños que estaban en su camino. El aire en el comedor se volvió denso, como si algo estuviera a punto de romperse.
Aurelio se tensó. La vibración dentro de él se hizo más fuerte. El niño estaba demasiado cerca de Amelia. No podía soportarlo. Se levantó de golpe, sus manos temblando ligeramente.
—¿Qué haces? —dijo el niño, mirándolo con una sonrisa desafiante.
No hubo respuesta. Aurelio solo dio un paso hacia él, alejando a Amelia de su alcance. Intentó empujarlo con fuerza, pero no lo calculó. Su cuerpo no respondía con la suavidad de antes, sino con la furia de algo más grande que su voluntad. Con un empujón, el niño salió disparado hacia atrás, chocando contra la pared con un ruido seco que resonó en todo el comedor.
El silencio cayó de golpe. Todos los ojos se fijaron en el niño caído, pero fue el sonido de pasos rápidos los que alertaron a Aurelio. Un científico, vestido con su habitual bata blanca, se acercó rápidamente, su mirada fija en él con una intensidad que rozaba la obsesión.
Aurelio no podía respirar. Su cuerpo estaba temblando, incapaz de entender lo que acababa de ocurrir. No podía controlar lo que había desatado.
—¿Qué… qué le hiciste? —le preguntó Amelia, su voz tensa, pero llena de preocupación.
Aurelio no respondió. Todo lo que podía sentir era la presión, la presión que lo aplastaba por dentro, como si su propio cuerpo no pudiera seguir el ritmo de su mente. La figura del científico se desvaneció cuando este se acercó al niño caído y comenzó a examinarlo con una calma inquietante.
—Interesante… —dijo el científico en voz baja—. Muy interesante…
Aurelio no entendía qué pasaba, pero sí sabía que no podía dejar que eso fuera lo único que quedara de él. No podía permitir que su impulso se convirtiera en su condena.
Esa noche, Aurelio y Amelia se encontraron de nuevo en la oscuridad de su celda compartida. La quietud del lugar les envolvía como una manta, pero no podía alejar la tormenta que hervía en el pecho de Aurelio.
—Aurelio… —Amelia susurró mientras se sentaba cerca de él—. ¿Qué te pasó? No solo a ti, sino a mí… ¿cómo lo hiciste? ¿Por qué todo se está transformando?
Aurelio se quedó en silencio por un momento, mirando al frente, intentando comprender lo que su cuerpo le estaba diciendo. Lo que estaba despertando dentro de él.
—No lo sé —respondió, su voz quebrada—. Algo… algo dentro de mí despertó. Y ahora, no sé cómo detenerlo.
Amelia lo miró, su rostro reflejando algo más profundo que compasión. Era la comprensión de quien también estaba cambiando, de quien también veía la ruptura del mundo alrededor.
—¿Sabes qué? —dijo ella con una sonrisa triste—. Mi hermano mayor... él no sobrevivió a estos experimentos. Nos separaron cuando llegamos. Él… nunca resistió el proceso, y yo… yo estoy aquí porque lo prometí. Lo busco, porque sé que hay algo dentro de él que puede salvarnos a todos.
Aurelio la miró, sorprendido por la confesión. Pero no dijo nada. No tenía palabras. Solo el eco de lo que había sucedido y lo que venía.
El día siguiente, Aurelio sintió la misma presión en su cuerpo, pero ya no era el miedo. Era algo diferente. Algo que tenía que aprender a controlar.
Selene se acercó a él más tarde, mientras estaba solo en el pasillo.
—Lo que tienes dentro… no lo puedes controlar por miedo. El miedo lo amplifica. Pero hay otra forma de hacerlo. A través de las sombras. A través de los espacios donde la luz no llega.
Aurelio la miró, sin comprender del todo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—Cierra los ojos —dijo Selene, con voz suave—. Siente la oscuridad dentro de ti, no como un vacío, sino como un lugar donde la fuerza puede descansar sin destruir.
Aurelio lo intentó, cerró los ojos y dejó que la oscuridad lo rodeara. Sentía la presión, pero también algo más. La quietud que le hablaba.
De repente, su cuerpo se relajó. Era como si las sombras lo abrazaran y lo guiaban. No lo controlaba completamente, pero sabía que estaba cerca de entenderlo.
El científico observó a lo lejos, sus ojos fijos en Aurelio, su mente trabajando a mil por hora.
Algo en él… algo que jamás habíamos visto.
Lo que había comenzado como una chispa ahora era una llama. Pero, como todo fuego, aún no sabía si destruiría o salvaría.



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En el texto hay: fantasia, renacimiento, antiheroe

Editado: 21.07.2025

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