El Renacimiento del Rey

El Guardián de los Símbolos

El temblor en sus manos no provenía del miedo, sino del residuo de las sombras. Aurelio despertó con la respiración agitada y los músculos aún crispados por el último entrenamiento con Selene. Su cuerpo joven no estaba hecho para ese desgaste, pero su mente, su conciencia vieja y despierta, lo obligaba a seguir.
“Adaptación… qué palabra más hipócrita en este lugar”, pensó, mientras se sentaba en el borde del camastro. “He analizado sus rutinas, sus códigos, hasta el ritmo con el que respiran los guardias. Pero hay algo más… algo que no puedo calcular.”

Su mirada se dirigió a la pared de concreto frente a él. Y allí estaba. Un nuevo símbolo, tallado con precisión antinatural. No era como los trazos rústicos de los niños ni marcas dejadas por tortura. Era una espiral con ramas angulares, idéntico al que había visto en sus visiones. Brillaba con un leve tono oscuro, como si la sombra misma lo hubiera pintado.

Se acercó y lo rozó con los dedos. Un escalofrío le recorrió el brazo.

“Esto no es del CNE…”, pensó. “Esto es un mensaje. Para mí.”

Ese día, sin previo aviso, lo sacaron de su rutina.
El laboratorio al que lo llevaron no se parecía a ninguna otra instalación del complejo. Era circular, blanco puro en apariencia, pero cubierto con cientos de glifos, tallados en las paredes, en el suelo, incluso en el techo. No había cables, no había máquinas, solo símbolos que parecían moverse cuando uno no los miraba directamente.
Y al fondo, frente a una de las paredes, estaba él.

Roski Vorn.

Un hombre de estatura media, cabello gris ordenado hacia atrás, y unos ojos que no miraban: analizaban, desnudaban. Su bata blanca estaba impecable, pero lo que llamaba la atención era el colgante de plata que llevaba en el cuello, con el símbolo que Aurelio ya conocía demasiado bien.

Roski hablaba con los símbolos. Susurraba palabras en un idioma que no pertenecía a ese tiempo, y sus dedos recorrían las líneas como un devoto tocando escrituras sagradas.

Cuando notó a Aurelio, sonrió. Pero era una sonrisa vacía.

—Curioso, ¿no? —dijo con voz suave—. Estos glifos tienen más de mil años… y sin embargo, brillan para ti como si fueran tinta fresca.

Caminó hacia una de las paredes y posó la mano sobre uno de los símbolos. Este se encendió con un resplandor azul pálido. Aurelio sintió cómo su aura vibraba al compás de esa luz. No lo entendía, pero su cuerpo reaccionaba como si recordara.

—¿Qué son estos símbolos? —preguntó Aurelio con frialdad.

Roski entrecerró los ojos.

—Preguntas equivocadas, Sujeto 001. La verdadera pregunta es: ¿por qué tú los ves?

Más tarde, mientras Roski supervisaba una lectura de energía sobre su cuerpo, habló sin mirar directamente a Aurelio, como si contara un cuento que ya había vivido mil veces.
—Hace décadas, excavaba en las ruinas del Desierto de Lyr. Había escuchado rumores de un templo sepultado bajo las dunas. Pocos lo creían real… pero yo lo encontré. Enterrado, olvidado, cubierto por siglos de silencio. Y en sus muros, estaban estos símbolos. Los estudié. Los copié. Pero nunca los comprendí… hasta que ella me habló.
Se giró. Su expresión era de éxtasis contenido, como la de un fanático que encuentra una señal divina en el polvo.
—La Directriz no es un dios. Es algo más antiguo. Más hambriento. Está más allá del tiempo… y nosotros somos apenas el suelo donde crecerá su voluntad.
Aurelio no respondió. Pero el estremecimiento en su espalda no venía del miedo, sino del reconocimiento. Había sentido esa misma presencia.
—¿Por qué yo? —preguntó finalmente.
—Porque tú no eres del todo de aquí. No solo reencarnaste. Tu alma… dejó un eco. Una huella que la Directriz puede seguir. Eres el recipiente que buscábamos. No por tu fuerza, ni tu aura. Sino por lo que hay debajo.
Esa noche, encontró algo en su celda. Un libro, antiguo, desgastado, con hojas resecas como piel muerta. Estaba abierto en una página, donde el mismo símbolo aparecía una y otra vez como una espiral infinita.
Dentro, una nota escrita con caligrafía precisa:
“Las sombras que manipulas no son tuyas… son sus dedos buscando asidero. Pregúntate: ¿controlas el poder, o el poder te controla a ti?”
Aurelio sintió un nudo en el estómago.
Al día siguiente, durante una prueba de estímulo áurico, notó que uno de los amplificadores empezaba a zumbar demasiado fuerte. El aura dentro de él se agitaba. Estaba a punto de sobrecargarse.
Y entonces, la máquina falló. Como si algo la hubiera saboteado. Roski, desde su consola, solo lo miró de reojo y murmuró:
—No morirás hoy. Aún no.
En el comedor, Amelia lo miró en silencio. Había algo distinto en ella, como si las pesadillas no la dejaran dormir. Después de un rato, habló.
—¿Viste el colgante de Roski?
Aurelio asintió.
—Mi hermano lo dibujaba —dijo ella en voz baja—. Antes de que se lo llevaran, llenaba sus cuadernos con ese símbolo. Decía que algo lo buscaba… algo que pedía un cuerpo.
—¿Él también veía cosas?
—No. Él escuchaba voces.
Se estremeció.
Esa noche, Amelia regresó con un informe médico viejo que había conseguido. Una hoja amarillenta con el sello del CNE. Allí, el nombre de Roski aparecía bajo un título extraño:
"Consultor de Arqueología Mística. Proyecto: Receptáculo."
La manifestación llegó en el silencio absoluto.
Aurelio estaba solo, meditando. El aire era espeso, como si el concreto mismo exhalara. Cerró los ojos… y los símbolos en las paredes comenzaron a gotear una sustancia negra. No tinta. No sangre. Algo más antiguo.
Y entonces, la voz.
“Roski Vorn me sirve… pero tú, tú podrías ascender conmigo.”
Era una voz que no sonaba con palabras, sino con pensamientos arrancados.
“¿Por qué conformarte con ser un príncipe… cuando puedes ser un dios?”
Aurelio se levantó con furia y proyectó su aura contra los símbolos. El calor llenó la celda, la energía se disparó… pero los glifos no se quemaron. Se regeneraron, como si se alimentaran del intento.
“No…”
Roski no era un científico. Era un sacerdote.
Al día siguiente, nada se mencionó. Nadie habló del símbolo, de la energía, del libro. Pero Aurelio sabía que lo vigilaban.
Roski, desde un pasillo oscuro, lo observó en silencio.
Sonrió. Esta vez, con algo más que devoción.
Con certeza.



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En el texto hay: fantasia, renacimiento, antiheroe

Editado: 25.06.2025

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