El Renacimiento del Rey

El Corazón del Laberinto

El suelo temblaba bajo sus pies, vibraciones rítmicas que parecían surgir del corazón del laberinto. Las paredes, antes lisas y anodinas, se reconfiguraban ante sus ojos. Torres de metal de veinte metros de altura brotaban como espinas mecánicas, sellando pasajes y abriendo nuevas rutas hacia lo desconocido. Luces LED parpadeantes iluminaban corredores oscuros como fauces, y el aire olía a metal oxidado y electricidad estática.
Kai tragó saliva. —¿Esto es una broma? ¿Cómo se supone que pasemos por ahí?
—Amelia escaneó el entorno con mirada aguda. —Los muros son demasiado altos para escalar... necesitamos encontrar el camino correcto.—
Selene se agachó, tocando el suelo. —Es un laberinto. Nos están forzando a movernos por rutas específicas.—
Thane golpeó su martillo contra el suelo. —Podría intentar derribar estos muros...—
—No,— intervino Aurelio, su voz firme. —Derribar los muros solo alertará a todo lo que esté aquí dentro. Vamos a usar la inteligencia, no la fuerza bruta. Manténganse juntos y observen todo. Hemos llegado hasta aquí. No vamos a dejar que un montón de metal nos detenga ahora.—
Lira, se acercó al borde de un pasillo. Su cabello castaño recogido en una coleta se movía con la brisa ténue. —El camino de la derecha parece más despejado.—
Apoyó la mano sobre una pared. —Esta vibración... hay algo eléctrico corriendo por aquí.—
Avanzaron en formación, Thane al frente, escaneando el camino con los sentidos tensos.
—¿Alguien más siente que nos están observando?— Thane murmuró.
—Demasiado silencioso,— dijo Amelia, tensando el arco. —En lugares como este, el silencio es peligroso.—
Fue entonces cuando los Lobos de Sombra emergieron del suelo, humo negro solidificándose en carne y colmillos. El primero saltó directamente hacia Aurelio.
—¡Ahora!—
Su espada cortó la oscuridad. Un destello plateado. La cabeza del lobo cayó separada de su cuerpo, disolviéndose en ceniza.
—¡Cuidado! ¡Hay más!—
Amelia disparó desde una posición elevada. Tres flechas, tres impactos. Una sombra cayó desde las paredes.
—¡Son demasiado rápidos! ¡No puedo apuntarles bien!—
Kai giró con agilidad. —¡Estos malditos son como humo!— Sus cuchillas se movieron en círculos, cortando tendones que apenas parecían existir. —¡No puedo cortarlos completamente!—
Selene se movió como una sombra entre sombras. —Atacan en grupos de tres. Izquierda, centro, derecha.— Su katana fue precisa: cuello, pecho, desapareción.
Thane rugió. —¡A ver si pueden morder metal!— Su martillo aplastó dos contra la pared. Sangre oscura salpicó las paredes.
Lira esperó el momento justo. —Necesito que se acerquen más...— Un chispazo. Sus bastones crearon un arco eléctrico. —¡Ahora!—
Dos lobos se desplomaron con espasmos convulsivos.
—¿Todos están bien?— Aurelio jadeaba.
Amelia revisó su carcaja —Gasté la mitad de mi munición.—
Kai se limpió la frente. —Definitivamente no eran criaturas normales.—
Selene asintió. —Y probablemente no serán las últimas.—
La niebla del laberinto se disipaba lentamente, revelando una senda marcada por el eco de pasos y cicatrices. El grupo de Aurelio avanzaba entre muros de acero vivo, respirando un aire cargado de óxido y electricidad. El combate con los lobos de sombra había terminado, pero no así su fatiga. Con cada paso, el peso del lugar se volvía más denso, más difícil de ignorar.
Horas después. Un suspiro prolongado en el corazón del laberinto. El grupo, maltrecho pero unido, avanza entre sombras que susurran hambre y cristales que devuelven la luz como si observaran. La sangre en las botas ya no es reciente; la necesidad se impone como un dios cruel que exige sacrificio.
El estómago de Thane ruge como un león dormido que despierta con ira.
—No hemos comido nada sólido en horas —gruñe, secándose el sudor de la frente con la manga sucia.
Kai observa los cuerpos de los lobos abatidos. No los ve como enemigos caídos, sino como respuesta.
—¿Alguien más está pensando lo mismo que yo?
Un silencio crudo se instala. Amelia frunce el ceño y se acerca a uno de los cadáveres.
—Esto es asqueroso... pero necesitamos proteínas.
—Tengo pastillas desinfectantes —dice Lira, abriendo su mochila como si contuviera milagros—. Deberían matar cualquier bacteria.
—He comido cosas peores —murmura Selene, deslizando su cuchillo por la carne con una precisión casi ritual. Su hoja brilla como un bisturí quirúrgico. Hay arte incluso en la necesidad.
Aurelio no participa en la carnicería. No por asco, sino porque sus pensamientos están en otro plano. Su mente recorre cada curva del laberinto como si lo caminara otra vez, esta vez desde arriba.
—Hemos recorrido aproximadamente dos kilómetros en línea recta —dice, sin apartar los ojos de su mapa mental.
—Pero este lugar no es aleatorio. Nos está empujando, llevándonos hacia un núcleo... una intención oculta.
—¿Una trampa? —pregunta Selene sin mirar.
—O un destino. Esa bifurcación —señala Aurelio con el dedo cubierto de polvo—. Nos llevará hacia el centro.
La carne se cocina al calor improvisado de una fogata elemental. No sabe a gloria, pero tampoco al infierno. Masticar se vuelve un acto de fe.
—¿Saben qué? Cuando salgamos de aquí, nunca más me quejaré de la comida de la cafetería —dice Kai, tragando con esfuerzo.
—Yo extraño el pan tostado de mi abuela —susurra Amelia, una sombra de sonrisa rozando sus labios.
—Yo solo quiero volver a casa —murmura Lira, sin levantar la vista del fuego.
Y por un instante, el silencio no es enemigo. Es consuelo.
La entrada a la cueva se alza como una mandíbula abierta de la tierra: cinco metros de altura, estalactitas como colmillos, y un eco que no solo repite palabras, sino las digiere, las distorsiona.
Cada paso dentro es un contrato con lo desconocido. Los cristales de las paredes emiten una luz violeta, tenue, que tiñe los rostros con una calma antinatural.
—Estas rocas son artificiales —murmura Thane, acariciando la piedra—. Alguien construyó esto.
—¿Saben por qué los vampiros no van a barbacoas? —dice Kai, quebrando la tensión como quien lanza una piedra a un lago oscuro.
—No sé —responde Amelia, cauta.
—¡Porque no les gusta que les pongan estacas!
—Hilarante. Realmente hilarante —masculla Selene, sin rastro de emoción.
—Al menos intentas mantener el ánimo —comenta Lira, permitiéndose una pequeña sonrisa que dura lo que un parpadeo.
Pero el chiste se evapora cuando de las grietas emergen sombras con patas. Arañas. Nivel D. No eran bestias. Eran presencias.
—¡Formación defensiva! —ordena Aurelio. Pero ya es tarde.
El mundo cambia. No con ruido, sino con dulzura. Como un sueño que se impone con guantes de terciopelo.
Kai abre los ojos y ve luz. Una mesa. Pastel. Dos figuras.
—¡Hijo! ¡Te extrañamos tanto! —dice su madre.
—Estamos orgullosos de ti. Ven, celebremos —agrega su padre.
Kai cae de rodillas.
—¿Es real...? ¿Realmente están aquí?
Amelia camina entre calles intactas. El cielo azul. El aroma de su ciudad.
—¡Amelia! —grita su hermano, corriendo hacia ella.
—Mamá preparó tu comida favorita.
—Los extrañé tanto... —balbucea ella, el alma desnuda.
Thane cabalga hacia un campo de batalla. Una multitud corea su nombre.
—¡Thane el Invencible!
—Te nombro el guerrero más grande de la historia —dice un rey.
—Esto... esto es lo que merezco —responde él, inflamado de gloria.
Lira corre por un campo de flores. Su hermana aparece como si nunca se hubiera ido.
—¡Te busqué por todas partes!
—Creí que te había perdido... —solloza Lira.
—Nunca me perdiste. Solo estaba esperando —dice la ilusión.
Selene, sin embargo, no cae.
—Trucos mentales baratos —dice con los ojos cerrados.
—No tengo deseos que puedan usar contra mí.
Aurelio se sienta en un trono. Miles lo aclaman. Una voz susurra:
—Todo esto puede ser tuyo. Poder absoluto.
Él se ríe.
—¿Crees que eso es lo que quiero?
Se pone de pie.
—He visto el verdadero poder. Y no es esto.
La espada silba al desenvainarse. La ilusión se rompe como cristal bajo un martillo.
—¡DESPIERTEN! —grita Aurelio, su aura cortando las sombras.
Uno por uno, los rostros se despiertan. Doloridos. Destrozados. Humanos.
—¿Están bien? —pregunta.
—Sí... aunque desearía que fuera verdad —responde Amelia.
—Por un momento... creí que estaban vivos —susurra Kai.
—Mi hermana... se veía tan real —agrega Lira.
—Hay que seguir —dice Selene. No como una orden. Como una necesidad.
—Casi caigo... —masculla Thane, cubriéndose el rostro con vergüenza.
Pero no cayeron. Y eso basta.
El aire se vuelve más denso. El hambre ha sido remplazada por otra necesidad: avanzar. Pero el laberinto no regala caminos. Solo ofrece enemigos.
—Manténganse alerta —dice Aurelio—. Las criaturas pequeñas pueden ser igual de letales.
Ratas Cristalinas atacan en enjambres. Sus cuerpos reflejan la luz como espejos fracturados. Sus colmillos son pura geometría asesina.
—¡Estas ratas son más duras que los lobos! —grita Kai, azotando con un bastón improvisado.
—Mis flechas rebotan... —masculla Amelia, frustrada.
—La electricidad las paraliza. Atáquenlas mientras estén inmóviles —ordena Lira, liberando una chispa de su palma.
Escorpiones de Hierro. Murciélagos Tóxicos. Cada criatura es una página nueva del manual de la muerte. Cada victoria, una cicatriz más.
—Llevamos seis horas aquí dentro —informa Selene, voz firme.
—Y solo hemos cubierto una fracción del laberinto —agrega Thane, limpiando sangre de su martillo.
—La resistencia mental es tan importante como la física —concluye Aurelio.
Pero nadie discute. Están aprendiendo. Y sobreviviendo.
El aire cambia. Huele a humo, a humanidad. La cueva da paso a un claro dentro del laberinto, y allí... otro grupo.
Cinco figuras. Cinco sobrevivientes.
El que habla primero es Marcus.
Trece años. Complexión de guerrero en formación. Cicatriz de batalla. Carisma en los huesos.
—¡Hey! ¿Qué tal, chicos? ¿Han sobrevivido bastante, no?
Aurelio asiente con la mirada.
—Ahí vamos. ¿Nos quedamos aquí un rato?
—¿Viktor? —pregunta Marcus, consultando con su muro silencioso.
Viktor, diez años, lanza un asentimiento de acero.
—Por mí, adelante.
Kai, con una sonrisa falsa:
—¿A cuántos han cazado? ¿Mil? ¿Miles?
Elena, la guerrera de cabello rojo, se ríe.
—No tantos como tú, seguramente.
—Bueno, hemos visto cosas que harían llorar a un veterano —añade Kai, con exageración teatral.
—Claro, niño. Seguro que sí —responde Watson, el hombre-niño de mirada de guerra.
Zara, la sanadora, ofrece agua. Manos suaves, mirada temblorosa. Pero firme.
—¿Qué ha sido lo más complicado? —pregunta Marcus, evaluando.
—Las ilusiones —responde Amelia.
—Los lobos sombra —agrega Selene.
—Nos topamos con algo que llamamos Devoradores de Hueso —dice Zara.
—No quieren encontrarse con esos.
La noche cayó como una capa húmeda, sofocando el aire, ocultando al bosque detrás de un aliento contenido. Las ramas crujían apenas, los insectos cantaban como si intentaran convencerse de que todo estaba en paz. Pero entre ellos, en medio de la maleza y la paranoia acumulada, el silencio no era alivio. Era advertencia.
Aurelio se incorporó, la mirada fija en la oscuridad más allá del campamento. Su voz, grave y exacta, cortó el murmullo del fuego.
—Haremos turnos de dos horas. Amelia, tú tienes la primera.
Ella asintió sin rechistar. Sus ojos ya estaban adaptados a la penumbra, y sus dedos se cerraban alrededor del arco como si este formara parte de su cuerpo.
—¿Con quién? —preguntó, sin emoción.
—Elena —intervino Marcus desde el otro lado—. Buena vista nocturna.
Elena se levantó en silencio, su silueta fluyendo junto a Amelia mientras ambas se perdían entre los árboles, vigilantes. Caminaban con cuidado, como si el bosque pudiese despertarse con un paso mal dado. Una neblina baja acariciaba sus tobillos.
—¿De dónde sacaste ese arco? —preguntó Elena después de un rato.
—Lo hice yo misma. Tenía tiempo libre.
—Impresionante. Yo apenas puedo afilar mi espada sin cortarme —respondió con una media sonrisa amarga.
—Cada arma tiene su voluntad —dijo Amelia, sin girarse—. A veces hay que sangrar para que escuchen.
Sus voces se apagaron. El silencio, denso como brea, volvió a envolverlo todo. Y aunque no lo sabían, los ojos ya los observaban entre los matorrales.
Cuando les tocó el cambio, Thane y Viktor tomaron sus lugares como dos soldados condenados a la misma celda. No hablaron al principio. Solo respiraban, como si cada aliento supiera a hierro oxidado.
—¿Cómo terminaste aquí? —preguntó Viktor, sin emoción.
—Mala suerte —respondió Thane, como si fuera una verdad escrita en su piel.
—Peor suerte la mía —dijo Viktor con una sonrisa triste—. Robé a la persona equivocada.
—Yo maté a la equivocada.
Se miraron por un instante. No había juicio en esos ojos, solo reconocimiento. Hermanos en el infortunio, soldados sin bandera.
La última ronda la tomaron Selene y Watson. Él siempre intentaba romper el hielo con palabras, aunque supiera que con Selene eso era como golpear mármol con las manos desnudas.
—Eres muy joven para ser tan fría —murmuró.
—Soy lo suficientemente mayor para saber que el calor puede matarte —respondió sin dejar de escanear la oscuridad.
—Prefiero las llamas al hielo —insistió Watson.
—El fuego deja cicatrices. El hielo te rompe por dentro, y nadie lo nota hasta que ya no puedes levantarte.
El silencio cayó de nuevo, y esta vez fue definitivo. La noche se asentó como una sombra viva. Hasta los grillos parecían haber dejado de cantar. Y en medio de ese vacío, Kai murmuró en sueños, sus palabras quebradas por el pasado.
—No… papá… no te vayas otra vez…
Lira abrió los ojos, el presentimiento filtrándosele por la columna como agua helada.
—¿Están bien todos?
Aurelio no dormía. Había permanecido alerta, los sentidos afilados como cuchillas. Algo en el aire lo incomodaba. Algo… falso.
—Demasiado silencioso —susurró—. Algo no está bien.
Y entonces, como si el mundo mismo contuviera el aliento antes de estallar, un rugido sordo quebró la calma. No venía del cielo ni de la tierra, sino de entre los árboles, donde la oscuridad se retorcía como una serpiente viva.
—¡CUIDADO! ¡NOS ATACAN! —gritó Amelia desde la copa de un árbol—. ¡Serpientes! ¡Como de diez metros o más!
El caos brotó como lava.
Desde el bosque surgieron cuerpos colosales, brillando como hierro candente. Serpientes gigantescas, de escamas ardientes y ojos amarillos como soles rotos. Una de ellas alzó la cabeza y escupió una bola de fuego que cruzó el aire y explotó en el centro del campamento.
—¡Mierda! ¡Casi me fríe! —gritó Kai, rodando para esquivar las llamas.
—¡Formación de combate! —bramó Marcus—. ¡No dejen que nos rodeen!
Thane reaccionó de inmediato. Alzó su martillo y lo estampó contra la tierra con un rugido. El suelo tembló, se resquebrajó, y una fosa de tres metros se abrió frente a él. Dos de las bestias cayeron dentro, retorciéndose y siseando con furia.
—¡A ver si pueden nadar en tierra! —rugió, con sudor chorreando por su frente.
Desde el árbol, Amelia disparaba flechas sin pausa, pero las puntas rebotaban contra las escamas como si fueran papel.
—¡Las flechas no las penetran! —gritó—. ¡Voy a probar algo!
Cerró los ojos, concentrándose. Una roca de más de doscientos kilos tembló en el suelo, luego se alzó como si desafiar la gravedad fuera un acto de voluntad pura.
—¡CUIDADO ABAJO! —advirtió, y la dejó caer sobre una de las serpientes atrapadas. El crujido que siguió fue seco y final.
Viktor, al frente, cargó con su lanza como un toro cegado por la furia. No apuntaba a matar, sino a debilitar.
—¡Sus cuellos! —gritó—. ¡Apunten a los malditos cuellos!
Elena, con el brazo chamuscado, seguía luchando. Cada golpe de su espada encontraba resistencia, pero también determinación.
—¡Necesitamos más fuerza! —rugió.
Zara se deslizaba entre los combatientes como una sombra viva, arrodillándose junto a Watson para aplicar un ungüento humeante sobre su quemadura.
—¡No puedo curar si siguen moviéndose tanto! —gruñó—. ¡Dejen de actuar como héroes estúpidos!
Lira, más atrás, alzó sus bastones y los conectó con una chispa. La humedad en el ambiente fue suficiente.
—¡Apártense del agua! —gritó.
Y entonces, la electricidad rugió. Una descarga como un rayo contenido partió el aire y recorrió la tierra hasta alcanzar a una de las criaturas. Esta se convulsionó, sus músculos torcidos por el dolor.
Aurelio observaba. No solo la batalla, sino el patrón. Las serpientes no atacaban como depredadores… sino como presas acorraladas.
—Vinieron demasiadas… demasiado rápido —pensó—. Esto no es caza. Es huida.
Y entonces lo entendió.
—¡Están huyendo de algo! —gritó.
—¡Aurelio! —llamó Marcus—. ¡Tú y Kai, flanqueen por la izquierda!
—¡Entendido! —respondió—. ¡Selene, cúbrenos!
—¡Ya voy! —dijo ella, invocando su aura con un destello violeta que cortó el aire.
La batalla se volvió un torbellino de fuego, gritos y acero. Kai reía como un loco mientras esquivaba dentelladas imposibles.
—¡Esta es la pelea más loca de mi vida!
—¡Y probablemente la última si no nos movemos! —gritó Thane.
Watson, jadeando, lanzó su última bala mágica antes de caer de rodillas.
—¡Munición baja! ¡Necesito más tiempo!
Elena luchaba con el brazo vendado, Viktor cojeaba con la pierna rota, Amelia casi no podía sostener su arco. Pero ninguno retrocedía. La sangre era su pacto.
Y aún así, no era suficiente.
Porque algo más venía del bosque. Algo más grande que las serpientes. Algo que las hacía parecer simples heraldos.
Aurelio lo sintió. En su pecho. En su sombra. En el temblor que cruzó la tierra como una advertencia.
La batalla dejó tras de sí un campo marcado por el vapor, el olor a carne quemada y el jadeo de los vivos. Los cuerpos serpenteantes se retorcían en su último espasmo bajo la tenue luz del amanecer, y las brasas de los árboles aún humeaban como si el infierno mismo hubiese rozado el suelo.
Zara se movía con rapidez entre los heridos, sus manos temblorosas envueltas en vendajes y pomadas improvisadas. —Tenemos tres quemaduras graves y dos fracturas menores —informó mientras examinaba una pierna hinchada—. Necesito más tela limpia.
Watson, apoyado contra una roca ennegrecida, observaba las provisiones con el ceño fruncido. —Hemos gastado el 70% de nuestra munición —dijo, su voz cargada de preocupación—. Esto no puede seguir así.
Kai, con el rostro manchado de hollín, soltó una risa amarga mientras se limpiaba el sudor. —¿Alguien más siente que esto fue demasiado fácil?
Aurelio se irguió entre los cuerpos, su espada aún goteando un líquido oscuro. Su mirada se dirigía hacia el horizonte, donde los restos de las serpientes formaban un camino irregular. —Todas esas serpientes... venían de la misma dirección —dijo, su voz baja pero firme.
—Como si algo las hubiera asustado —añadió con un tono que no buscaba respuestas, sino confirmación.
Selene, que limpiaba su katana, se detuvo un instante. —¿Algo más grande que serpientes de quince metros? —preguntó, sin esperar respuesta.
El suelo vibró.
Fue un susurro al principio. Un rumor que parecía provenir de las entrañas del mundo. Pero luego se volvió un rugido sordo, como el tambor de una marcha que aún no se veía.
Thane se giró bruscamente. —Esto no es bueno.
—¿Terremoto? —preguntó Elena, empuñando su espada con fuerza.
Marcus negó lentamente con la cabeza. —No. Algo se acerca.
Los árboles se inclinaron como si reverenciaran lo que venía. Las piedras temblaron. Incluso el aire pareció espesar.
Y entonces apareció.
Emergiendo de la espesura con la cadencia de una sentencia, un coloso de más de ocho metros de altura cruzó el límite de la visión. Su piel era una coraza viva, entretejida con placas de metal y hueso. Colmillos como lanzas curvadas brillaban bajo la luz, y sus ojos rojos centelleaban con una inteligencia primitiva y cruel.
Cada paso retumbaba como un latido del fin.
Aurelio entrecerró los ojos. Su corazón se tensó. —Espera... —murmuró—. ¿Qué es eso en su lomo?
Las formas se definieron. Dos figuras. Dos siluetas.
—¿Son...? ¡No puede ser! —exclamó, retrocediendo un paso—. ¡NO PUEDE SER!
En lo alto de la criatura, montando su lomo como si fuese un trono viviente, estaban los gemelos.
Daemon sonrió con esa calma enfermiza que precede al caos. —Hola, Aurelio.
Darius, a su lado, entrecerró los ojos con una expresión gélida. —Esperamos que no te moleste la interrupción.
El silencio que siguió fue más atronador que cualquier grito. Marcus rompió la tensión, su mirada pasando de Aurelio a las figuras en lo alto de la bestia. —¿Los conoces?
Aurelio no apartó la vista —Creía que sí —dijo, con una frialdad que no intentaba esconder la herida abierta.
Elena apretó los dientes. —¿Qué significa esto?
Daemon extendió los brazos, como si presentara un espectáculo largamente planeado. —Significa que el plan está funcionando perfectamente.
Aurelio avanzó, su espada reflejando el rojo de los ojos del coloso. —Sea lo que sea que estén haciendo... no lo van a conseguir.
Darius ladeó la cabeza, con esa sonrisa fina como un corte limpio. —Oh, Aurelio... ya lo conseguimos.



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En el texto hay: fantasia, renacimiento, antiheroe

Editado: 25.06.2025

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