El quietud no siempre significa paz. A veces es solo la pausa entre dos tormentas.
Aurelio caminaba con el corazón en carne viva. Cada paso lo anclaba a un cuerpo ajeno. Cada inhalación le recordaba que su alma aún no había terminado de regresar del abismo.
Miró sus manos. Temblaban levemente, no por debilidad, sino por el recuerdo reciente de lo imposible. Aún sentía los ecos de aquella voz que había hablado desde dentro, con sus palabras, pero sin compasión.
"Sus emociones me dan forma…"
La frase aún lo taladraba por dentro. Y lo que más lo hería... era que era cierta.
Amelia caminaba a su lado, silenciosa pero no distante. Él sentía su presencia como un faro discreto, como una promesa que no exigía nada, pero ofrecía todo.
—¿Estás bien? —preguntó ella, con una voz que no rompía el ambiente, sino que lo acariciaba.
Él no respondió al instante. Sus ojos buscaban en el entorno algo que le dijera que esto no era otra ilusión.
—No lo sé —admitió al fin—. Me siento... como si estuviera usando un cuerpo prestado. Como si aún no soy yo. O no del todo.
—No tienes que estar completo ahora —dijo tras unos segundos—. Solo... da un paso más.
Aurelio cerró los ojos y lo hizo.
—¿Crees que se detendrá aquí? —preguntó de pronto Kai desde más adelante, sin volverse—. Me refiero a... esa cosa. La Directriz. ¿Crees que ya nos dejó en paz?
Aurelio no respondió porque lo sentía. Muy dentro. La Directriz no se había ido. Solo... retrocedía. Observaba. Esperaba su momento.
—No —dijo finalmente—. Aún respira en alguna parte.
Kai bufó por lo bajo. Selene lo miró de reojo, como si ya supiera. Y Thane no dijo nada, pero aferró con más fuerza su arma.
El grupo avanzó por un pasillo más estrecho. El aire se había vuelto más denso, con un leve olor a óxido y humo antiguo, como si la piedra misma hubiera sangrado.
Aurelio se detuvo en seco.
—Algo no va bien —murmuró.
—¿Qué sientes? —preguntó Amelia.
Él no respondió de inmediato. En lugar de eso, caminó con cautela hacia la abertura que se vislumbraba más adelante.
Y entonces, lo vieron.
Una cámara abierta, con pilares caídos y grietas profundas, se extendía ante ellos como un anfiteatro sin orden. Pero no era eso lo que paralizó sus pasos.
Eran los cuerpos.
Niños. De no más de doce años. Algunos más pequeños. Tumbados en el suelo, dispersos como si la muerte hubiera barrido el lugar con violencia impredecible. Rostros desencajados, algunos con quemaduras, otros con marcas de mordidas colosales o impactos contundentes.
—Otro cementerio —murmuró Kai con voz seca—. Qué sorpresa.
Thane apretó los dientes, examinando las armas rotas esparcidas por el suelo.
—Intentaron defenderse. Mira estas espadas... están partidas desde la raíz. Lo que fuera que los atacó tenía una fuerza descomunal.
Selene se agachó, extendiendo sus sombras para leer las auras residuales que aún flotaban como fantasmas en el aire.
—Más de treinta... por el eco psíquico, parecían ser parte de un grupo unido. Avanzaban juntos —sus sombras se retorcieron levemente—. Sus últimas emociones... terror puro. Pero también... desesperación de protegerse unos a otros.
—Y los destrozaron —añadió Kai, con voz baja.
Amelia se tapó la boca, no por el olor, sino por el dolor.
—¿Qué clase de monstruo hace esto... a niños?
Aurelio se acercó a uno de los cuerpos. Lo examinó sin tocarlo, solo con los ojos. Luego se giró hacia otro, y otro más. Las posiciones, las heridas... todo le hablaba.
—No fue solo una bestia. Esto fue una secuencia. Un ataque en oleadas.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Thane, levantando una espada rota para examinarla.
Aurelio señaló los rastros.
—Las marcas de colmillos aquí son de serpientes gigantes. Pero estos otros... fueron quemados. Otros parecen... aplastados. Esto fue una emboscada múltiple. Posiblemente serpientes primero... luego otros animales... luego algo más grande.
Selene asintió, sus sombras palpando la piedra fracturada.
—El suelo aquí está roto de forma radial. Como si algo enorme hubiera pisado fuerte. Repetidamente.
—¿El coloso? —preguntó Kai.
—Podría ser. Pero esto no fue caos —Aurelio volvió a observar los cuerpos—. Fue... limpieza.
Y entonces, escuchó.
Una respiración.
Agónica.
Apenas un hilo de sonido, como el último suspiro de una vela moribunda.
—...Hay alguien con vida.
Todos se giraron hacia él.
—¿Dónde? —preguntó Thane, ya empuñando su arma.
—A unos diez metros. Detrás de esa columna. Bajo algo pesado. Está sufriendo. No queda mucho tiempo.
—¿Cómo lo sabes? —dijo Kai, perplejo.
—Porque aprendí a escuchar lo que duele... incluso cuando el mundo intenta callarlo.
Corrieron tras él. Y allí estaba.
Un niño, no mayor que ellos. Cabello negro, rostro cubierto de polvo y sangre seca. Tenía el torso atrapado bajo una gran roca, posiblemente desprendida tras un ataque. Su piel estaba fría, y su respiración, apenas perceptible.
Aurelio se arrodilló junto a él.
—Ey... ey... tranquilo. Aquí estamos. Vas a estar bien. Dime tu nombre.
El niño abrió los ojos, pero solo un poco. En ellos no había miedo. Solo resignación.
—...Eilan —susurró con voz temblorosa.
Aurelio intentó levantar la roca, pero pesaba demasiado.
"Esto no fue un derrumbe natural... fue proyectado... como si algo lo arrojara. Este chico fue atrapado en la explosión."
—Primero... vinieron... las serpientes... largas... muchas. Las evadimos... algunos murieron. Pero luego...
Tosió sangre.
—...luego algo más... más... negro... más... hambriento.
—¿Lo viste? —preguntó Aurelio, acercándose más.
—No... no supe qué era. No tenía forma... solo devoraba la luz. La... succionaba.
Los ojos del niño se apagaban lentamente.
—¿Sabes su nombre?
El niño negó con la cabeza.
—No... solo... solo vi oscuridad. Todo temblaba. Todo... terminó.