La razón por la cual la relación con mamá empeoró fue porque, sin querer, había descubierto su sucio secreto. Estaba tan harto de todo que no perdía oportunidad de lanzarle indirectas al respecto, aun estando mis hermanos presentes. Si bien ellos no se daban cuenta porque vivían en una burbuja, yo esperaba que se dieran cuenta porque no creía justo ser el único que sufría en silencio. No hacía nada para decirles… ¿qué me costaba hacerlo, contarles la clase de mujer que era nuestra madre y del peligro que corríamos todos estando bajo su tutela?
Rosalinda se cambió de colegio cuando pasamos a primer año del polimodal. No voy a negar que la extrañé muchísimo, aunque la veía seguido puesto a que un par de veces a la semana me entrevistaba con el profesor Calderón, su padre. Fuera de ellos, cuando volvía a mi vida rutinaria, en encerraba en mí mismo, sin interactuar con nadie más que lo estrictamente necesario.
Al crecer mis hermanos y tener una vida social más activa que yo, me dejaban un margen de tiempo bastante considerable de soledad en la casa. Solo me ocupaba de dejar todo listo para que ellos comieran ni bien regresaran de sus actividades. Hasta ahí llegaba mi relación con ellos, ni siquiera me fijaban si comían o no lo que yo les preparaba. Estaba tan acostumbrado a vivir en piloto automático, en estado de supervivencia, que no me daba cuenta de muchas cosas que hacía y en lo que era bueno aparte de estudiar. Ignoraba, por ejemplo, que era bueno en la cocina y que aprendido yo solo a base de quemaduras, cortadas y solo siguiendo un viejo libro de cocina que alguna niñera o empleada había dejado olvidado.
Mamá apenas me hablaba, coordinábamos lo de la comida y nada más si es que no discutíamos por algo. Pobrecita, la ejecutiva que levanta sola la casa con cuatro hijos… Ella hacía lo que podía… Menos mal que, en ese sentido, mis hermanos no se tragaban esa historia de la pobre madre soltera aunque callaban, ninguno se atrevía a contradecirla.
Aprendimos a valernos por nosotros mismos. Teníamos una madre, pero todos, en definitiva, hacíamos cada cual su vida por separado a menos que ella nos necesitara para hacer acto de presencia en alguna reunión. A la imagen de familia perfecta le faltaba un papá del que nadie hablaba ni preguntaba.
Mis recuerdos de él se basaban en algún tono de voz, rasgos superficiales como su altura o su buen vestir. A eso le sumaba, sin recordar quién me lo había dicho, que yo me parecía mucho a él cuando era joven. Lo único que sabía con certeza era su nombre y que tenía mucha diferencia de edad con mamá.
Con estos datos supuse que, además de la edad, ellos tenían caracteres fuertes. Luego de la separación mamá nos llevó al interior provincial donde nacieron los mellizos. Al tiempo, nos cambió el apellido para así borrar por completo cualquier rastro de aquel hombre. Al principio yo lloraba cuando le preguntaba por él y ella me gritaba, insistiéndome que lo mejor era olvidarlo porque no nos quería. Me gritaba en la cara que nuestro padre no nos quería. Asumí entonces esa verdad como cierta porque, con el correr de los años nunca nos dio señales de vida ni intentos por querer acercarse. Fue tremendo aceptar que la única adulta responsable de nosotros, la que tenía el deber de seguridad, era una mujer que cada vez que me hablaba lo hacía con ironía o para demostrarme indiferencia si es que estaba en sus buenos días.
El primer recuerdo latente que tengo es del día que regresábamos a la ciudad, a la que era nuestra casa. Mamá, que venía trabajando muy bien en varios sitios como bodegas y casas de gastronomía como anfitriona y organizadora de eventos, había conseguido un puesto en un hotel cinco estrellas. Era buena en relaciones sociales, se desenvolvía de forma extraordinaria entre gente importante. Como parte de su plan para meter a nuestra familia en un círculo social alto, fomentó en nosotros lo mejor, empezando por inscribirnos en el mejor colegio. También se esmeraba por hacernos participar en cada cumpleaños o actos del colegio, para que fuéramos armando un círculo de amigos. Siempre nos recalcaba la importancia de armar una sólida fuente de contactos porque todos los que nos rodeaban podían hacernos favores, darnos facilidades y, algo muy importante, acceder a algo que nos interesara o tener algo que les interesara a ellos y negociarlo.
Así fue que el tema de papá pasó a ser palabra prohibida en la familia. También su pasado era algo que debía evitarse. Ella solía decir que había sido hija única de un matrimonio, allá en Buenos Aires, que quedó huérfana y sus familiares la dejaron en la calle. Se armó de valor y vino a Mendoza con sus estudios de nivel superior, trabajando en lo que podía y así poder terminar su carrera. Mamá contaba con el arte de la manipulación, envolviéndote y logrando encausar una conversación a su propia conveniencia. Nadie podía dudar de su palabra.
Una tarde escuché que mis hermanos habían regresado juntos de sus clases en el club y la academia de idiomas. En el pasillo de la planta alta, la que daba a las habitaciones, vi a Orlando. Éste me miró, hizo un leve gesto con la cabeza sin decir una palabra y entró a su habitación. Detrás, sonriente al verme en el umbral de mi puerta, venía Aline.
A pesar de la mala cara que le hacía, mi pobre hermana era la que más intentos hacía para acercarse a mí, hablarme, tratar de hacerme sacar una sonrisa. Nunca lo lograba. Solo un par de veces le hablé, sincero, pero no para fomentar la hermandad sino para avivarla. En otra ocasión hicimos una tonta apuesta cuando ella pretendía ser reina de la primera en el colegio y le dije que no lo iba lograr. Acabó por ganarse mi computadora nueva. Esa chica, que era considerada todo un bombón en el colegio, era muy inocente, demasiado inocente. Creo que lo malo que tenía Aline era su ingenuidad y su falta de “calle” en cuanto a las personas que la rodeaban.