Tenga o no tenga culpa en este caso, al señor Roberto Torres Quiroga va a ser un hombre al que siempre voy a odiar. Siempre. Lo crucé contadas veces, me saludaba de manera cordial, pero nada más. Lo que yo había descubierto, sin pensarlo, era que este señor era el verdadero sostén principal de la familia Navarrete, mi familia.
“Gracias” a él era que teníamos la vida que teníamos, el colegio, las actividades curriculares, el estilo de vida, todo. ¿A qué se debía tanta generosidad? A las destrezas de mi madre.
Vamos, todo tipo de destrezas en realidad, que no solo era el sexo que lo tenía atado a este hombre.
Si yo tenía una especie de “reglas” para que una mujer me lograra interesar como para aspirar a algo serio, ¿por qué este hombre no tendría las suyas? Mamá era una mujer inteligente, muy buena en los negocios, pero, creo, supuso que eso no le daría la vida que aspiraba. Para tener todo lo que teníamos ella tenía que trabajar como lo venía haciendo, cuyos resultados los vería en muchos años. Y claro, quién querría trabajar tanto si lo que quiere es disfrutar la vida ahora. Así que el camino asegurado para todo era cumplir con los estándares del señor Torres Quiroga.
Roberto Torres Quiroga era el dueño de la cadena hotelera que estaba extendiéndose por las tres provincias cuyanas y estaba a punto de desembarcar también en Córdoba. Mamá peleaba junto a otros dos colegas por una especie de vicepresidencia y quedarse con una sucursal en la ciudad. Este tipo estaba casado y tenía un hijo un par de años mayor que yo.
Este señor Torres Quiroga engañaba a su esposa, la tierna Francisca, con mi madre. Y me enteré porque, sin querer, tomé el tubo del teléfono sin saber que mamá estaba utilizándolo. Este tipo estaba confirmándole que ya había depositado a su cuenta “lo de mes” y, en seguida, lo que estaba haciendo en ese momento en que hablaba con ella, mientras evocaba su imagen en la cabeza. Un par de palabras hicieron que me sintiera asqueado. Colgué de golpe y sentí que mis sienes estaban a punto de estallar.
Me dio bronca porque el único lugar donde sus perversiones no llegaban era la casa familiar y ahora hasta llamaditas sexuales había que escuchar. Sentí los pasos de mamá acercarse, encontrándome en la sala. La miré, severo.
—¿Es en serio?
—Daniel, vamos a hablar con calma.
—¿Cuándo hemos hablado con calma vos y yo?
—Creo que es una buena oportunidad para hacerlo.
Hice una mueca.
—No me importaría esta situación si no fuera porque “tu trabajo” con el señor Torres traspasó el horario laboral.
—¡Sin ironías, Daniel! —empezó a gritar. Mucho le había durado el intentar ser compresiva y asertiva conmigo, que ya e estaba desconfiando—. Quiero que tratemos este tema, es más que claro que vos puedes soportar esto a diferencia de tus hermanos. Ellos no…
—¿Soportar dices? ¡Soportar! ¡Claro, Daniel “soporta” mientras los principitos andan felices de la vida por ahí con sus amiguitos y sus fiestecitas! —estalle´.
—¡Te calmas, Daniel! ¡Te calmas! —gritó aún más fuerte mamá—. ¡Nadie debe saber que Roberto y yo somos pareja! ¡Tenemos una reputación que mantener!
—¡Por favor, mamá! ¿Tu pareja? ¡Ustedes no son pareja! ¡És es un hombre casado y vos sos su amante!
—¡Volvé a decir eso y te reviento, Daniel!
—Te paga para que se lo chupes, acabo de escucharlo —miré alrededor; la casa, las paredes, los muebles caros, nuestro estilo de vida, todo—. Deber ser un buen gatito para que hayas logrado que él pague todo esto.
Me dio una cacheta que me sorprendió de lo potente y dura que resultó. Acto seguido me agarró del cabello. A pesar de ser más alto que ella, tenía una fuerza increíble que logró doblegarme. Me hizo quedar a la altura de su rostro, mostrándome una mirada muy alejada a la que una madre le dirige a sus hijos, aun por muy enojada esté con él.
—Volvé a decirme algo así y vas a saber de lo que soy capaz.
Me soltó de golpe, haciéndome perder el equilibro, dando con la mesa del comedor en las costillas. Por primera vez, teniéndole mucho miedo, subí las escaleras con las piernas apenas respondiéndome. Ya era el colmo, por primera vez llegábamos a la violencia física. Abajo escuché a mi herma Aline, llegando de una reunión con sus amigas. Intercambió un par de palabras con mamá y, también por primera vez, escuché a mamá levantarle la voz. Empecé a respirar fuerte. Observé mi cuarto, sintiéndome como si fuera el mismo purgatorio, rodeado de manuales de ciencias, papeles y proyectos. Parecía un santuario al estudio, una biblioteca, una tumba que contenía mi cuerpo día y noche por largas horas de trabajo. Por un segundo, aquella voz interna me insistía en que mi única solución era estudiar hasta fundirme el cerebro se esfumó, para dar paso a un sentimiento de resignación, hastío y bronca.
Mamá entró a mi habitación, dando un portazo que hizo saltar la pintura al dar de lleno contra la pared.
—Te vas ahora mismo de esta casa.
Quedé en shock. Su mirada era la más fría que había visto en mi vida. Ella estaba rígida, con los brazos cayendo a los costados de su cuerpo conteniendo los puños. Pensé que podría llegar a pegarme otra vez.
—Quedamos que me iría a finales de enero.