Me acerqué a al bar a pedir un poco de champan. A algo tenía que sacarle provecho. Recibí mi copa y me quedé ahí, apoyado en la barra, un poco huyendo de los demás. El profesor Cáceres cada tanto me miraba a lo lejos y yo le hacía señas, dándole a entender que me encontraba bien en lo que cabía.
La señora esposa de Roberto Torres Quiroga se acercó y pidió un poco de copetín, lo cual me sorprendió puesto a que era una bebida que consideraba que solo se servía en las entradas y en poca cantidad. Recibió el vaso y se ubicó en el otro extremo, con los mismos ánimos que los míos.
No pude evitar echar una mirada al lugar en sí y vi a mi madre a la par del señor Torres, hablando y haciendo sociales con el resto de los invitados. De verdad, era increíble ver que ella ocupaba el sitio que la esposa debería estar haciendo y ella, tan ensimismada en su mundo, estaba en la barra bebiendo, con ese aire de resignación y mártir que me dio rabia.
—Aburrido, ¿no?
—Un poco, sí —me respondió con una sonrisa amena pero la mirada… nunca en mi vida vi una mirada tan triste como aquella.
—Estoy esperando a que se le acabe el discurso, aunque sé que es imposible. Mi madre siempre tiene algo para decir —la señalé.
Esperaba que la señora se diera cuenta de esa proximidad, de esa aura unida a la de su marido, a esas posturas seguras y cercanas… pero no, la señora asintió y dio un sorbo a su copa.
—No sos como tu madre o tus hermanos, al parecer.
—Claro que no lo soy.
Su hijo andaba llevando a Aline de un lado a otro, presentándola, integrándola a esas personas. Los mellizos, siempre enfocados en su mundo de “él y ella”, daban vueltas y vueltas, haciéndose ver por los demás. Vamos, el único que desentonaba de los Navarrete era yo y más porque mi dosis de amabilidad y sociabilidad se habían acabado por completo después de la entrada interminable y la cena.
La señora se disculpó cuando una persona se acercó y, pese a su desgano, la llevó a un círculo de personas. Yo acabé mi trago y preferí ir con el profesor a volver a estar cerca de mi familia.
Cerca de la una, cansado y con mal humor, llamé a mi madre a aparte. Ella parecía haber esperado ese momento porque no me hizo mala cara ni me hizo menos.
—¿Puedo irme ya? He cumplido, he hecho acto presencia, he sido encantador…
—Sí, creo que ya te puedes ir —me respondió y su tono de voz era extraña, muy normal. Me miró de arriba abajo, como analizándome—. ¿Dónde has estado? Antes de ir a ese departamento de estudiantes.
—Estaba con una profesora. Vallejos es el apellido.
Su cara se tensó un poco. Se ajustó el chal que usaba sobre los hombros.
—Mira, Daniel. Lo que has hecho no estuvo bien. A fin de cuentas, soy tu madre y tienes que respetarme.
—Ajá —solté, sin ganas.
—Y… me han dicho que estás bien con tus compañeros, que te va bien en la carrera. No me sorprende, la verdad. Siempre tuve en claro que sos muy inteligente y que esta etapa será pan comido para vos.
—Así es —respondí a pesar que por dentro quería mandarla al diablo.
—Bueno. Voy a comentarte algo. La sobrina del gerente de ventas del hotel me ha preguntado si tienes novia. Le dije que no.
—¿Y vos que sabes? —solté, perplejo.
—Daniel, Daniel. ¿Qué si tienes novia? ¿Una tipa que va a una universidad pública, quién sabe de dónde viene y a qué tipo de familia viene? ¿Una de esa mugrosas con ideas “progres”? … Ah, no, cierto que en ese sentido sos tan selectivo como yo —empezó como reírse de sí misma—. Retomo. Si tienes novia, pensando que sería chica decente y con cabeza, yo te apuesto que no le llegará ni a los talones de la sobrina de mi colega. Esta chica, Pilar se llama, es una señorita de buena familia, su padre maneja un par de bodegas, son dueños de tres restaurantes. Estudia administración, es un par de añitos mayor que vos, y habla tres idiomas. Es muy culta, ha escrito artículos, conoce muchos países, estudia sobre ellos. Sin duda es una chica que te gustaría de pareja, ¿a qué sí?
No lo iba a negar, era la clase de chica que llamaría mi atención. A simple vista, según sus referencias, no parecía ser una estúpida con plata de papá como las que abundaban en ese círculo. Fue solo un segundo hasta volver al punto en que esta demente pensaba en engancharme con una chica que “aseguraría” su cartera de contactos.
—Te prometo que, si te acercas a ella, empiezas teniendo una amistad… puedes volver a la casa.
—Ni muerto —solté con rabia, dándole la espalda. Ella me detuvo con una mano sobre mi hombro.
—Entonces un departamento. Con todo. Para vos solo.
Me di vuelta. ¿Así como así?
—Te voy a preguntar algo, pero con seriedad, sin ironías ni nada. ¿Cómo es que puedes prometerme algo así si… ya sabes quién, paga todo lo de la casa y el colegio? Porque dudo que realmente pueda solventar dos familias y varias propiedades.
—Tengo bien administrado todo, Daniel.
—Es que no me cierra, mamá —insistí—. ¿Cómo puedes prometerme un departamento de lujo si ni siquiera te han dado ese famoso ascenso que tanto esperas?