—Dani, Dani. ¿Estás bien? —escuché una voz detrás de mi puerta.
—Este, perdón, pero a él no le gusta que le digan Dani —decía Ulises.
—A mí sí me deja decirle —contestó Rosalinda y golpeó un par de veces más—. Dani. ¿Estás bien? Contestame, por favor.
Me levanté del suelo. Media hora estuve ahí entre que los policías se fueron y entre que el profesor Cáceres con Rosalinda llegaron al departamento. Abrí la puerta y solo dejé que ella entrara.
—¡Por Dios! ¡Cómo tienes el cuello! —se asustón al verme.
—Estoy bien, estoy bien —contesté un poco “atontado” después del dolor de cabeza que ya estaba cediendo.
—Recostate —me ayudó a levantarme. Sentí alivio al volver a mi cama, a taparme, sintiendo que iba a poder dormir bien si me lo proponía. Rosalinda levantó unas cosas del suelo y fue a abrir la ventana.
—No, no. Quiero dormir.
—Bueno, te cierro las persianas, pero los vidrios quedan abiertos. Necesitas que circule algo de aire.
Cerré los ojos, tratando de entrar en un profundo sueño sin conseguirlo. Escuché como el profesor entró e intercambiaba palabras con Rosalinda. La sentí ir de un lado a otro, levantando cosas del suelo y sacando prendas de ropa que tenía en una canasta en un rincón. Le dijo a su padre de quedarse un rato, que iba a ayudarme a lavar ropa y acomodar algo ni bien despertara. El profesor, que se lo oía de verdad muy preocupado, le pidió que no me dejara solo porque que las cosas podían empeorar.
¿Empeorar, cómo?
Tuve que ver la foto de mi hermano en varios rincones de la facultad. Algunos de mis compañeros murmuraban a mis espaldas porque Orlando y yo de verdad nos parecíamos mucho. Entendía que eso podía llamar la atención, encima después del “quilombito” de la vez anterior en el que dejé en claro a qué tipo de familia provenía y que ya estaba desligado de ella, es que se había formado alrededor de mí una especie de morbo por el caso de mi hermano.
Aline volvió a la universidad una semana después de la desaparición de Orlando. Sin embargo, su regreso duró apenas un par de días porque volvió a faltar. Todo iba normal, por decirlo así, hasta dos semanas después cuando, en el interior, detuvieron a un joven parecido. No le di importancia hasta que lo vi y quedé de verdad boquiabierto.
Este chico, del cual no se dio a conocer el nombre, fue perseguido por un patrullero en el interior provincial. Para su mala suerte, debido a la persecución con tintes de cacería, cayó por una especie de barranco, acabando con heridas de consideración. Todo lo relacionado a Orlando, los dichos de la gente, la prensa y demás, no paraban de dejar en claro que era un paciente psiquiátrico y peligroso, que era un joven capaz de cualquier cosa. Los efectivos policiales que vieron a este chico regresando solo de sus actividades de colegio hacia el country donde vivía, no actuaron con la cautela que debieron hacer. Lo acosaron, el chico se asustó y salió corriendo. Cayó cuesta abajo y terminó herido.
Pero la cosa no terminó ahí. En el hospital se armó otro escándalo porque, encima los curiosos, más policías, los familiares del chico y mis hermanas, fue un barullo del que apenas podían entenderse unas palabras. En un video las vi, saliendo acompañadas de nuestro recién aparecido progenitor, conteniéndolas en llanto de desolación. No, ese chico no era Orlando… pero sí otro recién aparecido hermano para variar.
Estas cosas me taladraban la cabeza. Mi madre, la que siempre se ponía de ejemplo de superación y buenos modos, era una arpía, una prostituta y encima, una mala madre, violenta y proxeneta. Dispuse todos mis apuntes, las cartillas de ejercicios, la calculadora, todo, para ponerle a repasar y no podía, estaban allí, sobre la mesa y yo con la mirada perdida sobre ellos, pensando y re pensando en todo lo que mi madre había hecho de mí a lo largo de toda mi vida y lo que ella había hecho de la suya a nuestras espaldas.
Con razón nos tuvimos que ir de allí.
Ese chico debe ser hijo del tipo con el que andaba antes de Torres Quiroga, cuya mujer la amenazó de muerte según lo que me había comentado la profesora Vallejo.
Con razón la recordaba subida de peso cuando nos mudamos aquí.
Encima culpaba a los mellizos de que les había dejado una cicatriz de la cesárea cuando yo, alguna vez, le había escuchado decir que todos habíamos nacido por parto natural.
Tantas cosas que me daban vueltas y vueltas. Necesitaba un respiro. En el Facebook, que no era el Facebook de la actualidad con más alcance y viralización, además de que no existían ni Instagram ni Tik Tok, vi un video de otra salida del hospital. Ahí vi a la señora, madre del chico en cuestión, que hastiada por el accionar de la policía, el estado de su hijo y el quilombo familiar de los Navarrete, soltó ante las cámaras una cruda verdad: que efectivamente, su hijo era medio hermano del “chico desaparecido” y que su madre biológica, o sea Victoria, lo había entregado a cambio de que no se sepa su sucio secreto: que era una vividora que engatusó a su entonces marido para vivir la vida de reina que siempre deseaba. También no dudó en soltar que estaba al tanto de sus alianzas con el gerente del hotel en donde trabajaba y, sin dudarlo, le dedicó un duro mensaje a la tierna Francisca: que cuide a su esposo e hijo de esta puta.