Años más tarde, cuando la vejez te haya arrebatado firmeza de las manos, escribirás tu vida, Tristán. No en papel, como tu pupilo te recomendó —temiendo que el tiempo ahogara tu recuerdo— sino en música: aquello a lo que, de una u otra forma, siempre dedicaste tu vida. Trazarás, con manos temblorosas, acordes y notas que contendrán los detalles de tu existencia. Beberás, con desagrado, los licores que en tu juventud te extraviaron para calmar el temor. Compondrás canciones artificiales que, con suerte, sólo tú escucharás en la privacidad de tu estancia. Y, como es de esperar, el episodio al que más esfuerzo imprimirás será aquel que tanto te preocupó: cómo, por dos veces, perdiste a la mujer que fue el amor de tu vida. Sí, Tristán, ya en tu lecho de muerte una melodía inundará tu habitación. Te hallarán muerto, presa de la decrepitud; te hallarán sereno, embalsamado en la música que fue tu vida. Hasta el final, escuchando las canciones que son tu testamento, recordarás la mañana en que perdiste a Flora por segunda vez.
Buenas noches, Tristán, cierra los ojos. Deja que la muerte se pose en tus labios. Deja que la muerte te cure del olvido.
Pensarás que lo mejor habría sido escribirle la noche anterior. Y la anterior a esa. Pensarás, al volver la vista atrás: “Debí buscarla”, y será tarde para arrepentirse. Tal vez por eso tus pasos te habrán conducido al mismo bar de siempre. Buscarás aturdirte entre la música mal interpretada y los diversos licores que llevan al olvido. La camarera te traerá la décima copa de vino. La dejará sobre tu mesa. A través de tus lentes, la verás. Te sonreirá con una amabilidad que sabes fingida y luego la verás perderse entre la semioscuridad de la estancia. Dejarás tus ojos revolotear en el vaivén de su cadera. Beberás, ¡cómo beberás, Tristán! Y el olvido te aliviará un poco. Hace mucho cediste al impulso alcohólico, y no habrá escapatoria. No esta noche al menos.
Ahora estarás incapacitado para saber si esa mujer que se acerca es real o es producto de tu desesperación. Tus ojos, llorosos, no reconocerán ninguna familiaridad en la silueta. No se trata de la camarera. La mujer se sentará a tu mesa. El juego de luces del bar, que tratan de ambientar la interpretación de los músicos, te dejará ver apenas una cabellera de abundantes bucles negros, como la oscuridad bajo tus párpados. Un rostro ovalado, pálido —casi te parecerá que ves a través de ella—. Ojos pequeños, mirada oscura, labios carmín. Delgada como el cuello de un cisne. Parpadearás varias veces. Cerrarás los ojos y, al abrirlos, comprobarás que sigue allí. Te verá, Tristán, suplicando atención. Perderás la noción de la realidad por unos instantes. Es el vino, te dirás, es el vino y nada más.
Reacciona: la mujer te hablará.
—Déjeme invitarle otra copa —la voz sonará difusa en tus oídos. La música, la maldita música te impedirá escucharla bien. Apenas conseguirás adivinar las palabras que se forman en sus labios.
Asentirás con verdadero agradecimiento y curiosidad. La mujer levantará la mano para llamar a la camarera, pedirá un trago de oporto y, tras unos instantes, besarás nuevamente la copa.
—¿A quién debo agradecer? —preguntarás ansioso.
—Maestro, le he buscado por mucho tiempo. Me dijeron que podría encontrarlo aquí y me negué a creerlo…
Te erguirás, Tristán, sin saber si confundido o molesto. Es probable que lo primero. Te acomodarás el cuello de la camisa, toserás con suavidad y renunciarás a tu orgullo:
—¿Quién eres? ¿Por qué me buscas? —dirás sin cortesía.
—Me trae un asunto muy importante. ¿Podríamos hablar en un lugar… menos ruidoso?
Te sentirás un poco ansioso. ¿Por qué la mujer evade tu pregunta? No querrás mostrarte grosero, sin embargo. Verás nubloso, quizá por el alcohol, quizá por el llanto reprimido. Una tonada familiar pintará la atmósfera del lugar. Una vibración púrpura. Girarás la cabeza, verás al pianista. Del piano se desprenderán notas marrones, desafinados quiebres de luz. Sacudirás un poco la testa, es imposible que de la tarima provenga el color sutil. Fijarás los ojos en la mujer, Tristán: será imposible olvidarla. Un relámpago espantará la oscuridad por un momento, y su imagen, Tristán, su imagen se quedará para siempre en tus ojos. La mujer, cuyo nombre desconocerás y serás incapaz de adivinar, tomará entre los dedos de la mano derecha un bucle del cabello que le cae por los hombros. Te punzará aquel gesto. El aire escapará de tus pulmones y la mujer se percatará.
Editado: 15.01.2019