El Repartidor De Media Noche

Capitulo 4 - Los recuerdos

Jueves. 18:13.

Llevo todo el día sin comer. No tengo apetito.

Y sin embargo… hay algo dentro mío que gruñe. Un vacío que no es físico, sino emocional. Como si cada recuerdo olvidado ahora exigiera ser digerido. Como si la historia de Nahuel estuviera empujando desde adentro, pidiendo salir.

Sé lo que tengo que hacer.

Debo subir al piso 6.

Al departamento 6B.

Al lugar donde vivía mi amigo.

Ese nombre no me lo quito de la cabeza desde que apareció en mis recuerdos como una sombra que nunca debí perder de vista. Nahuel. El niño que me acompañó en la infancia. El que desapareció una noche. Sin explicación. Sin duelo.

Sin búsqueda.

Y ahora entiendo: yo lo olvidé. Como si me hubieran borrado parte del alma.
Y eso… tiene un precio.

---

19:02. Piso 6.

Las escaleras están oscuras. Nadie sube a este nivel desde hace tiempo. Se nota por el polvo acumulado en los escalones, por la tela de araña que cruza la baranda, como una barrera que nadie se atreve a cruzar.

Llego al 6B.

La puerta está cerrada. Pero no con llave. Solo entornada.
Como una boca que espera a ser abierta.

Mi corazón late con fuerza.

Empujo.

Un chirrido leve, largo, inhumano.

La oscuridad me traga.

---

El interior huele a tiempo detenido.

Como cuando entrás a una casa abandonada donde las paredes todavía conservan los secretos.

El aire está cargado.
Cada paso que doy cruje como si la madera se quejara de mi presencia.
Pero no me detengo.

Paso por un living cubierto con sábanas viejas. Sillones blancos con formas humanas impresas por el polvo. Un ventilador de techo que se balancea… aunque no hay electricidad.

Llego al dormitorio.

Y ahí está.

La caja.

La misma que me persigue desde el primer martes.

Pero más grande.

Hecha de madera.

Tallada con símbolos que no reconozco pero que me resultan… familiares.

Sobre ella, una foto mía, de niño, abrazado a Nahuel. Ambos comiendo pizza.
Detrás, escrita con marcador:

“Vos lo hiciste.”

Mis piernas se aflojan.

Caigo de rodillas.

—No… —susurro—. Yo era solo un niño.

Y entonces… recuerdo.

---

Una tarde.
Una pizza mal cocida.
Una discusión.
Nahuel y yo solos en casa.

Él quiso probar una receta con su horno de juguete.
Yo me burlé.
Él insistió.
Yo me enojé.
Le empujé.

El horno cayó.
Fuego.
Gritos.
Oscuridad.

Y luego…

Silencio.

---

Mi madre llegó una hora después. Yo no dije nada. Solo lloré.

La policía vino. Buscaron a Nahuel durante semanas.
Jamás lo encontraron.

Y yo…
yo lo olvidé.
O lo quise olvidar.

Hasta hoy.

---

La caja se abre sola. Como si estuviera viva.

Adentro… hay una nota y una porción de pizza completamente negra, quemada hasta lo irreconocible.

La nota dice:

"Él no te olvidó.”

"Él sigue hambriento.”

Siento un viento helado detrás de mí. Me giro. No hay nadie.

Pero la puerta… está cerrada.

No la cerré yo.

Y entonces, lo escucho.

Una voz suave, infantil, que me paraliza la sangre:

—¿Tomás… tenés hambre?

Me doy vuelta muy despacio.

Y ahí está.

Nahuel.

O lo que queda de él.

Un niño de rostro pálido, ojos vacíos y cabello chamuscado. Sostiene una caja blanca. Me la extiende.

—Te traje tu porción. Como antes.

Yo me arrastro hacia atrás. Mis piernas no responden.

—¡No! ¡Yo no quería… fue un accidente!

Él sonríe, triste.

—Todos tienen hambre de algo, Tomás. La tuya era ser olvidado. La mía… es que me recuerden.

Y deja la caja frente a mí.

—Nos vemos el próximo martes.

Jueves. 21:00.

Estoy encerrado en mi departamento. Tiré la ropa que llevaba puesta. Me duché por horas. Quemé la nota. No funcionó.

Porque sé que va a volver.

Porque escucho pasos…
cada martes a la misma hora.



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En el texto hay: fantasia, terror, suspenso

Editado: 15.07.2025

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