Domingo. 23:59.
Hace casi una semana que no salgo de casa.
No reparto. No duermo. No hablo.
Mi celular suena, pero no lo atiendo. La pizzería me dejó mensajes: “¿Estás bien?”, “Hay clientes preguntando por vos”, “Tomás, ¡contestá!”.
Incluso dejaron una pizza afuera de mi puerta. Una común. De pepperoni.
No la toqué.
No puedo.
Desde que vi a Nahuel… algo cambió.
Ahora las cajas aparecen sin que yo las toque.
Sin pedidos.
Sin números.
Solo con nombres.
Nombres que yo conozco.
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Lunes. 03:33.
La nueva caja está sobre la mesa. Apareció mientras dormía. Escuché el sonido sordo del cartón contra la madera.
Esta vez no tenía flor. Ni símbolo. Ni olor.
Solo una nota, escrita con tinta negra, casi caligráfica, como si la hubiera escrito un maestro viejo:
--"Vos elegís al próximo.
La deuda debe seguir.
Si no la entregás…
te la comen a vos.”
Y adentro, una lista.
Con diez nombres.
Los reconozco a todos.
Micaela, la vecina del 3A. Siempre me sonríe cuando paso.
Julián, el portero nuevo, que me ofreció cerveza hace dos días.
Tania, mi ex.
Federico, el tipo que se burla de mí en el grupo del edificio.
Una chica que me pidió una pizza con forma de corazón para su novio.
Un profesor de primaria que vivía en este edificio y siempre olía a vainilla.
Y otros nombres, más lejanos, pero aún grabados en mi memoria.
Junto a cada nombre, una casilla vacía.
Y abajo, escrito con trazos violentos:
--“Tachá UNO.”
---
Lunes. 07:14.
Pasé toda la noche mirando esa lista. Pensando.
Recordando cosas que no quería recordar.
Micaela me ayudó con un paquete cuando estaba empapado.
Julián me ofreció un cigarro cuando estaba nervioso.
Tania me dejó cuando más la necesitaba.
Federico me golpeó una vez, sin razón.
Podría tachar a Federico.
Sería fácil.
Pero entonces escucho la voz de Nahuel en mi cabeza:
--“No es sobre justicia. Es sobre hambre.”
¿Y si el que tacho… realmente muere?
¿Y si esto no es un juego?
Tomo un bolígrafo. Lo acerco.
Tiemblo.
Y en el último momento, mi mano se mueve sola.
Tacha un nombre.
Tania.
No sé por qué.
Tal vez por rabia.
Tal vez porque aún me duele.
Tal vez porque su voz fue la última que escuché antes de olvidar a Nahuel.
Tal vez porque en el fondo, quiero ver si es real.
---
Martes. 01:07.
La caja se fue.
Desapareció de mi mesa.
En su lugar, hay otra, más pequeña.
Con una rebanada de pizza.
Y una fotografía de Tania.
Ella sonríe. Está en su cama. Sostiene una porción en la mano. Está tomando una selfie.
Pero algo no está bien en la imagen.
Miro más de cerca.
Y ahí lo veo:
En la sombra de la ventana, hay una silueta.
Observándola.
Esperando.
Es él.
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Martes. 03:10.
Me llaman.
Número privado.
Contesto.
—¿Tomás?
Es la madre de Tania. Llora. Su voz es hueca, temblorosa.
—La encontraron... en la cama. Dormida. Con una sonrisa. Una pizza a medio comer. No se despertó.
No respondo. No puedo.
—Ella te había nombrado. Dijo que soñó contigo. Que te perdonaba.
La llamada se corta.
Y yo… vomito.
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Martes. 04:04.
Me siento frente al espejo. Me miro. No me reconozco.
Me convertí en parte del juego.
En cómplice.
En mensajero.
Pero el juego no terminó.
Porque otra caja está esperándome.
Con nueve nombres.
Y una nota nueva:
-"Ya conocés el sabor.
Ahora, compartilo.
Pronto, no harás esto solo.”
Editado: 15.07.2025