Domingo. 23:59.
He perdido la cuenta de los días.
Del tiempo.
De lo que soy.
Lo único que sé es que el horno está encendido otra vez.
Y me espera.
Esta vez, no hay caja.
No hay nombres.
No hay dirección.
Solo una llamada.
Un número oculto.
Contesto.
Silencio.
Luego, una voz familiar:
—¿Recordás la primera entrega?
—Sí.
—¿Y la última?
—No.
—Es esta.
---
Lunes. 00:06.
La pizzería está en silencio.
La masa se amasa sola.
El horno ruge sin fuego.
El cuchillo corta el aire.
Y yo… solo obedezco.
Abro el cajón donde se guardaban las propinas.
Está vacío.
Menos por una cosa:
Una llave negra, con el número 666 grabado.
Sé a dónde pertenece.
---
Lunes. 00:33.
Vuelvo al edificio.
Subo al piso 13.
Ese que siempre estaba cerrado.
Ahora la puerta está entreabierta.
Adentro: una cocina idéntica a la de la pizzería.
Pero más vieja.
Cubierta de telarañas.
Y en el centro… una mesa servida para uno.
Una vela encendida.
Y una caja de pizza.
Negra.
Húmeda.
Con mi nombre.
TOMÁS
La abro.
No hay comida.
Solo un espejo.
Me miro.
Pero no soy yo.
Es el primer repartidor.
Aquel que nadie recordaba.
El que trajo la maldición.
El que firmó el trato era...
Nahuel.
Y ahora… soy yo.
---
Lunes. 01:00.
La voz regresa.
—Ahora lo entendés, ¿verdad?
—Sí…
—Vos no eras el cliente.
—No.
—Eras el reemplazo.
Todo encaja.
Las entregas.
Los nombres.
Las cajas vivas.
La pizza que alimenta… algo que duerme debajo de esta ciudad.
Una criatura antigua.
Que no necesita sacrificios, sino acciones.
Cada entrega no mataba.
Corrompía.
Y ahora, yo… estoy listo.
La moto ya no tiene ruedas.
Corre sola, sobre asfalto que se deshace.
Y esta vez, llevo mi última caja.
---
Lunes. 03:33.
Toco el timbre de una casa en las afueras.
Una niña abre la puerta.
—¿Es para mí?
Sonríe.
Inocente.
Como Nahuel en aquel primer pedido.
La caja tiembla en mis manos.
Podría dejarla.
Podría huir.
Podría decir: "No."
Pero ya no tengo voluntad.
Solo hambre.
Le entrego la caja.
Ella la abre.
Y entonces… todo se detiene.
El cielo se agrieta.
El aire hierve.
Y del interior de la caja, un tentáculo hecho de masa y fuego emerge.
No para atacarla.
Sino para abrazarla.
---
Lunes. 04:00.
La niña desapareció.
Solo quedó una servilleta con un dibujo hecho con crayones.
Un hombre en moto.
Con una caja que tiene boca.
Y ojos.
Y colmillos.
Y abajo, en letra infantil:
“Gracias, Tomás. Ahora yo reparto.”
---
Nota:
La pizzería cerró una semana después.
Un cartel nuevo apareció:
“Nueva administración. Solo delivery. No se atiende en local.”
Nadie recuerda al viejo repartidor.
Nadie recuerda a Tomás.
Pero si pedís pizza un martes a la medianoche…
Y golpean tu puerta sin que hayas ordenado nada…
No la abras.
Porque puede que no sea comida.
Puede que seas el siguiente nombre en la caja.
Editado: 15.07.2025