Los pecados de nuestras manos

Capítulo 2 Ep. 4 - "Alcohólicos Anónimos"

La reunión de grupo era a las cinco en punto. Lo único que lo mantenía fuera de sí mismo además del estudio, el trabajo, y sus escapadas nocturnas, eran las terapias de grupo de Alcohólicos Anónimos.

No había que malinterpretar esto, no era que tenía exactamente un problema, ni era necesario que asistiera cada semana porque podía controlarlo muy bien. Pero su tía Helena no había opinado eso cuando lo llamaba por teléfono constantemente porque él y Maga rompieron, y él se pasaba encerrado en su apartamento días enteros, bebiendo y matando mujeres parecidas a ella.

No… Estaba convencido de que no estaba allí por eso. Las reuniones a las que asistía desde hacía ya un par de años le habían dado una terrible, terrible idea.

Aquellas personas a las que Aion consideraba que necesitaban su «ayuda», eran de esa calaña que, a pesar de ir a esas reuniones, nunca mejoraban. Hombres y mujeres con más penas que glorias, eran a quienes les prestaba especial atención, y cuando las marcaba, las borraba del mapa y se acabó.

Que haya sido tan eficiente en esto era, en parte, por la naturaleza de tratar con ellas: la mayoría de las veces no contaban con familiares ni amigos que pudiesen extrañarlas. Parecía que estaban ahí sin otra razón más que por el bendito hecho de que él pudiera encontrarlas y matarlas, bajo un sobrevalorado concepto de misericordia con el que se justificaba.

Pues, ¿qué sentido tenía la vida de esa gente fracasada e infeliz, cuya existencia solo estaba llena de sufrimiento, vacío y miseria? ¿No era más fácil morir y volver a nacer, o morir y dejar de abrigar en el alma semejante suplicio? Al menos su madre así lo había preferido: Lilith Samaras se había quitado la vida el día que él había nacido, porque se había dado cuenta de la desdicha que se le avecinaba.

Aion no culpaba a su madre por aquello, pero si ella hubiese tomado también su vida, ¿habría hecho una diferencia en el universo? Para nada. Pero a diferencia de su madre, Aion sí que quería vivir, y no por las razones más dignas de cualquier individuo. Quería ver el final del mundo o, mejor dicho, de su propio mundo: uno limpio, donde él era el rey y cada vida que tomaba era una perla más para su corona. Se recordó que así decía su carta.

Aion llegó religiosamente como cada sábado y se sentó en la misma silla, después de haber comprado el mismo café negro en la cafetería, y haberle dejado el mismo porcentaje de propina a la chica que lo atendía en el bufet del centro de rehabilitación.

—Buenas tardes, Caleb —dijo la líder del grupo y él la miró con una sonrisa.

—Hola, Olivia.

Recorrió los rostros de sus compañeros sacudiendo su mano en un saludo generalizado, y sintió una punzada en su corazón.

«No puede ser cierto», pensó al verla de nuevo. Ya eran tres días seguidos. Gris Ledesma lo miraba fijo, sin ninguna expresión en su rostro mientras él se reacomodaba en la silla y trataba torpemente de enfriar su café. «No otra vez».

—Hoy es un día especial —dijo Olivia—. Hoy alguien ha tomado la valiente decisión de dar un paso adelante hacia la sobriedad.

Todos sabían hacia dónde mirar y todos sonrieron excepto él, cuando ella se puso de pie.

—H-Hola —musitó nerviosa—, me llamo… Griselda.

Ella volvió a mirarlo, y a Aion le costó horrores mantener su cara de póquer mientras un enjambre de preguntas comenzó a revolotear en su cabeza. ¿Estaba usando ese nombre para burlarse de él? ¿Era solo una identidad falsa como la suya? ¿Tenía realmente un problema de alcoholismo? ¿Lo estaba siguiendo? ¿En verdad conocía su rutina? ¿Por qué parecía que todas esas preguntas se podían responder con un «»?

—Nos da mucha alegría que estés aquí, Griselda, cuéntanos un poco de ti —propuso Olivia.

Gris bajó la mirada al suelo un momento y se aclaró la garganta.

—Bueno, soy de España, vivo aquí hace poco y estoy conociendo la ciudad. Estudio en el Instituto de Humanidades y Bellas Artes y trabajo en… Trabajo en una oficina en el centro. Estoy sobria desde que llegué aquí.

Hubo una pausa larga e incómoda. Gris miró a sus compañeros uno por uno en silencio. La mayoría de ellos miraban algo en el celular y reinaba la indiferencia en la sala. Ella tomó asiento, tragando saliva totalmente avergonzada, y Olivia asintió en silencio con una sonrisa incómoda porque, vamos a ver…, a nadie le importaba un rábano lo que ella hiciera o dijera ahí.

Excepto él.

Aion torció la boca y estrechó sus ojos antes de apartarlos hacia la ventana para no tener que enfrentarla. Esa reunión le tomó los sesenta minutos más largos de toda su vida, por culpa de ella, y fue el primero en ponerse de pie cuando acabó mientras Gris continuaba hablando con Olivia. Ella tenía unas grandes ojeras ese día, como si no hubiese dormido en absoluto —al igual que él—, pero cuando la vio sonreírle a algo que Olivia dijo, su estómago se retorció y lo invadió la urgencia salir de inmediato de allí.

Aion se llevó una mano a la boca, deteniéndose un momento cuando salió a la calle, e intentaba procesar por qué se sentía ansioso. Era por algo que ella le transmitía. Un aura extraña alrededor de Gris que lo hacía intuir… algo, que no podía identificar con exactitud. Alejó su mano de sus labios por un repentino dolor. Se había estado mordiendo el pulgar de manera inconsciente y con tal fuerza que ahora tenía el sabor ferroso de la sangre en la boca. Aion miró su dedo lastimado con frustración.




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