Los pecados de nuestras manos

Capítulo 3 Ep. 6 - "A cara descubierta"

Iván entró a la oficina de Eric dando un portazo mientras Eric firmaba papeles, cuando vio su expresión de espanto y el sudor que corría por la frente de su rostro pálido.

—El Sniper —jadeó, casi sin voz.

Eric y Gris reaccionaron de inmediato sabiendo a qué se refería.

—El protocolo, ya —demandó Eric, empezando a caminar con prisa y tomó su abrigo al salir—. ¡Llamen al director Franco, necesitamos que mande a los mejores tiradores que tenga!

—Voy a ir —dijo Gris con determinación, pero bastó con ver la lúgubre mirada que Eric le dio para hacerla retroceder un poco.

—Tenemos un posible contacto con el Sniper. ¡Empiecen a patrullar las calles! ¡Informen a la Unidad 113! —Su padre vociferaba órdenes a todos los presentes mientras corría por la Delegación y ella lo seguía—. Grupo uno y dos listos para cerrar el perímetro apenas lleguen. Grupo tres me sigue a mí, los demás van con Prado. ¡Iván! —gritó. Iván Prado volteó mirándolo a los ojos con seriedad y prisa—. Espérame allá. Gris se queda, necesitamos a una analista.

Iván asintió y se fue con su grupo al mismo tiempo que ella empezaba a protestar.

—¡Pero…!

—Gris, vas a quedarte, es muy peligroso que vayas allá.

—¡Pero es mi investigación!

—No hay tiempo para esto. —Eric la tomó por los brazos, como cuando ella era pequeña y necesitaba hacerla entrar en razón—. Hija, te necesito aquí. ¿Quieres atrapar al Sniper? Quédate aquí —declaró con una intranquilidad que no era habitual—. Quiero que estés a salvo, ¿entiendes?

—Pero yo quiero ayudar…

Eric presionó sus manos sobre sus brazos un poco más, sus ojos eran severos, pero llenos de ese cariño característico de un padre preocupado por sus hijos.

—No dejaré que vayas —sentenció Eric Ross y le dio un ligero apretón en sus brazos antes de tomar sus cosas y marchar dejándola sola.

El corazón de Gris se contrajo con un dolor punzante mientras le fruncía el ceño a la figura de su padre corriendo a la salida. Todos se habían movilizado, y alrededor no quedaban más que ella y algunos operadores de radio.

El silencio la abrumó. No podía quedarse allí parada, llena de angustia y rabia pensando que eso era justo. El Sniper era su misión. Y ella nunca sería útil si no podía manejar su propio trabajo.

Gris se enjugó una lágrima de enojo que no había advertido y se dirigió al depósito con determinación. Tomó un equipo tac azul, ató su cabello rubio, se puso una máscara negra de lycra y plástico que cubrió la mitad de su cara, y un casco.

Se miró en el reflejo de la ventanilla. El chaleco antibalas ajustaba su figura femenina y una serie de arneses para armas blancas cruzaban su pecho. A ambos lados de su cintura las correas sujetaban sus armas de fuego. Pero sabía que no iba a ser suficiente. Así que cargó todo tipo de armamentos a la primera camioneta blindada que halló en el depósito y marchó, decidida a darle caza al Sniper… o a Aion Samaras.

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Avistó al tirador antes de bajarse de la camioneta y observó al Sniper con un par de binoculares. A esa distancia no podía discernir de quién se trataba, pero esperaba que no fuera «él». Sus ojos bajaron en dirección a la acera e identificó a los equipos especiales preparados para asegurar el perímetro del edificio. Iván asintió a uno de los grupos, y estos empezaron a subir piso por piso hacia el tirador mientras Eric le ordenaba al resto que lo siguieran por un callejón al costado de la construcción, y desaparecieron por ahí.

—Okay… —Su corazón latía desenfrenado—. Tranquilízate… —Inspiró aire y espiró varias veces mientras caminaba a la camioneta para hacerse de un rifle—. Okay, está bien, está bien…

Gris tomó el aparato que no solía usar y que era bastante pesado. Incapaz de controlar el temblor de sus propias manos, lo sostuvo, aturdida por el hecho de que sabría si todo lo que había deducido sobre Aion Samaras era verdad, y este pensamiento le robó otro suspiro agitado. Dispuso con cautela el cañón del rifle por encima del capó, apuntando en la dirección del tirador.

»Está bien… Todo está bien —pretendió relajarse. Porque era bastante consciente de lo que intentaba hacer. Bastante consciente de que el Sniper no fallaba jamás, y que podía enterrarle una bala entre sus ojos sin titubear.

«Solo le daré un susto, una advertencia. Nada más. Solo una advertencia», pensó, y distinguió por la mira telescópica al equipo de Iván subiendo, ya a tres pisos de distancia del supuesto Sniper.

»Dios mío, Dios mío…, que no me mate, por favor… Por favor… —elevó sus súplicas y a la cuenta de tres, disparó en algún lugar cerca de él—. ¡Jesucristo! —gritó moviéndose detrás de la camioneta cuando el disparo del Sniper atravesó el espejo retrovisor, justo al lado de donde estaba su cabeza hacía medio segundo antes. Se dio cuenta de que esa sí era una verdadera advertencia, una que le decía que, con la próxima bala, él abriría su cabeza en dos. Los ojos de Gris se abrieron con horror al ver el agujero perfecto que el proyectil había dejado y un escalofrío la sacudió por completo.

»¡Okay! ¡Es el Sniper! ¡Es el Sniper! —exclamó con un espanto tal, que no podía recordar cuándo había sido la última vez que se sintió así de aterrorizada.




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