Los pecados de nuestras manos

Capítulo 5 Ep. 2 - "Post-traumatica"

Gris contempló los informes que aún yacían sobre la mesa de la sala, con cierto adormecimiento en sus extremidades. Sus manos envolvían protectoramente sus piernas. Su mentón estaba afirmado sobre sus rodillas, mientras continuaba en ese estado catatónico.

No había nada más que hacer luego de que la verdad la dejó en knock-out. Hasta ese mismísimo día, ella no había querido reconocer las migajas que la verdad le exponía.

A veces, eran unas buenas rebanadas de información que fácilmente podían incriminar a Aion Samaras, pero se había negado con mucha obstinación a aceptarlas. Se había puesto excusas.

Quería estar segura de a quién se enfrentaba. Ella misma lo había dicho: quería mirar al Sniper a los ojos, tenerlo cara a cara. Pero ahora, se daba cuenta de que lo que en realidad no quería, era que el Sniper tuviera el mismo rostro que Aion Samaras.

Salió de su estado disociativo y escaneó los documentos de Eric e Iván que estaban desordenados frente a sus ojos. Repasó fugazmente esos archivos que había leído incontables veces como si fueran una historia de ficción, irreal e imposible, mientras la razón forzaba su camino dentro su mente para que ella finalmente aceptara que Aion era un brutal asesino, y nunca fue quien ella pensaba.

Los violentos escenarios pasaban frente a sus ojos como una macabra cinta de película. Su mente, maldita con la imaginación, podía recrear de una forma casi eidética los asesinatos.

Podía ponerse en la piel de las víctimas del Sniper y revivir el horror que sintieron al ver que, detrás del gatillo, estaban esos gélidos y despiadados ojos grises…, el rostro cruel de Aion. Cada puñalada que había dado sin asquearse, sus manos frías en sus gargantas —como la suya— exprimiéndoles el aliento de sus pulmones.

Veía al Sniper apuntar una, dos, tres veces como una cruel máquina hacia esas desafortunadas víctimas que cayeron al suelo antes de saber qué los había golpeado. Los ojos de Ezequiel el día del incendio, y el horror al ver al Sniper tomar su vida con sus propias manos como si tuviera el derecho a destruirla.

Recordó la tenacidad de Eric, que insistía en seguirle los pasos a Aion Samaras y ella no podía empezar a entender el porqué.

Bueno, finalmente lo había descubierto. Y los hechos le dieron otra bofetada que la regresó a la realidad.

«Pero, ¿cómo, por qué…? —pensó—. ¿Cómo puede él ser el Sniper? ¿Quién lo entrenó para matar?»

Nada más le entraba en la cabeza. Todavía estaba muy lejos de entender a Aion Samaras de verdad. Necesitaba más tiempo. Tenía que llegar hasta la parte más oculta de su mente, diseccionar sus pensamientos uno por uno para estudiar lo que había dentro.

«¿Qué representa la muerte para él? ¿Qué significa ser un dios?»

No podía pensar en otra cosa. Tomó las llaves y condujo hacia la Delegación. El sol apenas asomaba.

—¿Cómo estás? —preguntó Eric cuidadosamente, cuando ella llegó a su oficina por la mañana.

—Estoy bien —contestó, cabizbaja. Las palabras sonaban duras y extrañas en su boca.

—Estaba muy preocupado.

—Vine tan pronto como pude, ayer estaba algo ocupada, pero ya te dejé el coche en el depósito —dijo sonando casual y puso las llaves de Eric sobre el escritorio—. Gracias.

Su padre apretó los labios mientras miraba el juego de llaves con una expresión consternada.

—Gris… —empezó, alzando la vista hacia ella—. Eso pasó hace dos días.

El comentario la dejó helada.

—¿Dos… días? —titubeó, haciendo todo lo posible por no escucharse atónita ante aquellas palabras.

Eric arqueó las cejas y se puso a firmar papeles, tan consciente como ella de que los días pasaban, su pasantía se estaba venciendo, y no había logrado absolutamente nada. Gris no había aportado mucho desde que empezó a investigar al Sniper y, además, se había comportado como la novata que era y había hecho justo lo que Eric le advirtió que no hiciera.

Su padre continuaba hablándole del trabajo en la oficina y de lo complicado que era llevar a cabo una decena de investigaciones a la vez con el poco personal que tenía trabajando ahí.

—Iván me dijo que estabas en algo el otro día —dijo Eric—. Y ya no estás investigándolo, ¿o sí?

Gris mordió la piel de sus labios lastimándolos, mientras rasguñaba sus dedos ansiosamente. Apenas entendía sus propios pensamientos y no tenía claro hacia dónde la estaban llevando. Sentía una ola de sentimientos imposibles de controlar. Pero había uno en particular que la hacía temblar.

Era odio. Estaba segura de que sentía odio hacia Aion, además de la rabia, la impotencia y un gran dolor que crecía en su pecho. Aún podía sentir sus manos frías oprimiendo su garganta, y tan solo volver a imaginar ese lugar nauseabundo donde la había arrinconado le daba fobia.

«Todo esto es mi culpa», pensó. Debió decirle a Eric lo que vio el día del incendio en el comedor, que ahora parecía tan lejano, o las cosas que le dijo cuando estaba borracho.

Debió apartar sus emociones de todo esto, como Eric le había advertido, pero ella había protegido a Aion. No sabía por qué lo había hecho. Al fin y al cabo, su único trabajo era encontrar suficientes pruebas para poder encerrarlo en prisión por un largo tiempo.




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