Los pecados de nuestras manos

Capítulo 7 Ep. 4 - "Dos de espadas"

Tener conocimiento sobre Gris y su dirección particular le proporciona algunas ventajas. Puede saber a qué hora sale de su casa y cuándo vuelve, a quiénes cruza en la calle y con quiénes interactúa.

Acechar jamás fue algo que a él le interesase, pero hacerlo reduce el abismo entre la información que él tiene sobre ella, y lo que ella conoce de él. Dos semanas pasaron desde la primera vez que estuvo ahí; y ahora, contra la buena voluntad de su tío, va más seguido de lo que quisiese admitir, y muy tarde. Ya sea por aburrimiento, culpa o rencor, la verdad es que nada de eso importa desde que se percató de que no es el único que la está observando. Sin embargo, Aion deja que el acechador de Gris haga su trabajo. Aún no es momento de intervenir. Lo observa en silencio, a una buena distancia. Lo ve estacionar en la acera opuesta, dormir en su coche llenándolo de papel sanitario meado con su esperma, y tomarle fotos con su celular cuando ella sale a sacar la basura o abre la ventana. Aion Samaras escupe con asco, ya harto de este insecto impúdico, pero no hay nada que hacer… todavía. Una historia diferente sería si tuviera su rifle consigo, pero Gabriel se lo quitó todo cuando llegó a Hyoga Village.

El frío esa noche apenas es soportable. Que empiece a llover lo hace peor. Sus manos entumecidas perdieron el tacto hace varias horas; la única calidez que siente es el calor en sus pulmones mientras fuma y ve caer la fina lluvia desde la parada de autobús. Si esta noche es como las anteriores, podrá irse en paz y volver otro día para asegurarse de que el merodeador no hará algo estúpido. Anticipándose a eso, Aion ojea una vez más al tipo y da media vuelta para irse.

Los árboles y la cortina de lluvia que no parece mermar difuminan las luces de la calle. No hay donde resguardarse, así que ir a su olvidado apartamento y de paso sacar el resto de las cosas que dejó bajo su cama parece la mejor opción. La oscuridad es gruesa. Si una persona mirase en su dirección, vería solamente una sombra larga. Es por eso que Gris no lo nota cuando sale a la calle y la luz candente del interior alumbra brevemente la calle asfaltada, lo suficiente como para llamar su atención. Él voltea y frunce el ceño al ver a Gris caminando con prisa, su celular en mano, al refugio de un paraguas más grande que ella.

«¿Justo ahora? ¿Con esta lluvia? —piensa Aion confundido—. ¿A dónde vas?»

—¡Sí, Iván, no cierres tu oficina! ¡Ya voy para allá! —discute Gris al teléfono y Aion masculla para sí mismo:

—Voy a matar a Iván.

No la pierde de vista a ella, ni al merodeador que parece igual de sorprendido que él y que se encoge en su auto para que Gris no lo vea. Aion avanza lento, dejando que se aleje un poco más hasta que lo que espera que pase, pasa. El otro sujeto sale de su coche, se pone un impermeable amarillo con prisa y va detrás de ella. Momentos después, Gris desaparece escaleras abajo en el andén de la estación de trenes y el merodeador junto con ella.

A Aion le cuesta mucho más de lo que quisiera admitir seguirles el ritmo, pero va tras ellos como un espíritu incorpóreo sin que ellos noten su presencia. Sus músculos fatigados le procuran un breve calambre como castigo y Aion protesta por el dolor. Su cabello y su ropa escurren, y toda el agua de lluvia filtra hasta su calzado. Sus pulmones arden como si no saturaran suficiente oxígeno.

»¡Ufff! ¡Ah!… Tengo que dejar de fumar —susurra agitado, con sus manos en sus rodillas mientras los pequeños espasmos pinchan sus piernas. Luego alza la vista y los ve marchar. Apenas puede ver bien, con su pelo chorreando sobre su frente y sus ojos, pero su corazón da un vuelco cuando ve al sujeto sacar un cuchillo.

Aion Samaras avanza con su propio cuchillo de carnicero que tomó prestado de la cocina de Gabriel, dispuesto a hacer pedazos a este infeliz que le hace hervir la sangre a pesar de que tendrá que dar muchas explicaciones luego. Sin embargo, el espectáculo comienza. Ella voltea hacia el sujeto y le golpea en la entrepierna, luego tuerce su brazo hacia atrás y lo somete en el suelo. Aion abre los ojos de par en par cuando ve a Gris sacando su maldita arma reglamentaria y le apunta a la cabeza al infeliz.

—No sabes ¡cuánto me molesta la clase de gente como tú! —grita ella. Su voz hace eco en el vacío lugar y llega hasta él como desde un altavoz—. ¿Qué es eso? ¿Ibas a apuñalarme?

Tu fuerza… ¿cómo? ¡Si eres mujer!

Aion jadea, y Gris jadea en sincronía ante la estupidez que acaba de decir el sujeto.

¿Cómo que soy mujer? ¿Dices que por ser mujer no puedo defenderme sola? —cuestiona molesta y retuerce aún más el brazo del acosador—. Se siente muy bien demostrarte lo equivocado que estás, amigo.

—¡Ya basta! ¡P-Por favor!… me voy, te prometo que me voy —solloza el tipo.

¿Crees que no me he dado cuenta de que vigilas mi casa, eh?

¿Cómo…? Eres mujer, eres… rubia.

Gris vuelve a jadear con sorpresa.

¿Qué? ¿Soy rubia y por eso soy una estúpida?

Aion Samaras contempla con ojos brillantes cómo Gris se encarga de hacer sufrir a ese pobre demonio y, viendo que ella no lo necesita, sonríe y retrocede desapareciendo en la oscuridad.




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