Los pecados de nuestras manos

Capítulo 7 Ep. 6 - "Una fiesta"

Veinticuatro años.

Aion Samaras reposa en su lecho, con un brazo recostado por encima de su cabeza y el otro sobre su abdomen mientras divaga. Mañana es su cumpleaños número veinticuatro. Piensa en ello mientras mira almanaque digital que está proyectado en la puerta de su habitación. Navidad y el Nuevo Año se acercan pronto.

—Gracias, Pandora —dice mordiendo la piel de sus labios y luego el calendario se desvanece. El Sniper se estira en la cama, muy aletargado, pensando si debería hacer algo mañana para festejar la ocasión, pero la sensación de que está olvidando algo muy importante le invade—. Bah, si no puedo recordarlo es porque no es importante.

Aion sale de su cuarto y una ráfaga helada le eriza la piel. El frío es algo común si no está activada la calefacción central. Se acerca a las barandillas del pasillo superior, desde donde tiene una buena vista de todo el piso de abajo. Inspirando el aroma dulce y resinoso característico de esa casa, contempla el orden y elegancia de ese lugar; tan aséptico y silencioso. Todo allí le rememora al dueño de aquel sitio: las solemnes pinturas, los muebles y pisos de maderas costosas, el vidrio trabajado, el oro y la plata refulgente de sus adornos; todo es digno de una personalidad excéntrica y refulgente como la de Gabriel.

Aion comete el error de compararse con su tío al darse cuenta de lo insignificante que es él: con una personalidad descolorida y una mentalidad estrecha que son dignas de un entorno como el que comparte con Sebastián. El pensamiento le hace arrugar la nariz mientras baja a la biblioteca y encuentra a Dante como es habitual.

—Buenas tardes —dice el hombre sin levantar la mirada del libro que sostiene.

Aion le frunce el ceño al título.

—¿Lo que esconde…

—«Lo que esconde la niebla» —dice Dante en voz alta.

—¿Lee literatura contemporánea?

—Son muy creativas. Los autores noveles tienen muchas cosas qué decir. Además, ya he leído todo lo que hay aquí, así que… —Dante hace un ademán aburrido mientras sitúa un marcapáginas hecho de florecillas secas y coloca el libro sobre la mesita—. ¿En qué puedo ayudarlo?

Aion vuelve a reparar en la pulcritud que lo rodea, a pesar de que esa sala es pequeña y los libros yacen apilados de forma aleatoria. Pareciera que todo está en el lugar que debería estar. ¿Acaso debería creer que Dante es el único que se encarga de que semejante residencia esté siempre en tales condiciones? ¿En verdad se ocupa de quitar el polvo, recortar el césped, abastecer las despensas, lustrar los pisos y los muebles y etcétera…? ¿Con su avanzada edad?

—Solo pasaba por aquí… —dice, rumiando esos cuestionamientos—. ¿Qué hay de los demás empleados que tiene Gabriel? Él dijo que… ¿los había mandado de vacaciones?

—Así es.

—Eso fue hace casi un mes y medio. ¿Quién les da un mes y medio de vacaciones a sus empleados?

—Gabriel los envía a una residencia que tiene en la Provincia de Abcester —contesta Dante, entrelazando los dedos en su regazo—. Es una estancia de verano que tiene una playa privada, la Salem Beach.

—Los envió antes de que yo llegara… ¿Es porque no quería que sus empleados me conocieran?

—En parte, sí. Pero en realidad, la intención de Gabriel es que nadie sepa que él vive aquí, de este lado de Wintercold.

—¿No saben para quién están trabajando?

—En efecto. —Dante suspira profundamente mientras se quita sus anteojos—. Cuando Gabriel avisa que va a regresar, yo tengo que despachar a todo el personal esencial de este domicilio a la Provincia: cocineros, ama de llaves, jardineros, mantenimiento y limpieza siguen trabajando allá. Desde que Gabriel adquirió este chalé hace casi veinticinco años, nadie ha sabido que él es el dueño.

—Pero no es la única casa que hay en esta parte de Hyoga Village. Los vecinos…

—Los vecinos más próximos que tenemos no saben quién habita este lugar. —Dante sonríe—. Él compró las villas y chalés aledaños en un radio de cinco kilómetros desde este punto y luego despidió a todas las personas. Esta residencia es la única que permanece intacta.

—Oh… —Aion cavila en aquello unos instantes—. Por eso insistió en que esta es la casa más segura que hay.

—Él no escatima en temas de discreción, joven Sam.

—Entonces, cuando se va a Abcester los trae de vuelta. Y solo usted sabe cuál es su verdadera identidad. Así que… —Aion lo mira a los ojos—. Usted es el único que sabe de mí tanto como él.

Dante estira la comisura de sus labios en una diminuta sonrisa, y su silencio únicamente confirma todo lo que está declarando. Aion se permite asimilar todo eso un momento. La admiración con la que contempló todo lo que allí hay minutos atrás, ahora le parece un escenario deprimente: la mesa amplia, con sus diez sillas que jamás han sido ocupadas; sitios de estar en los que Gabriel se habrá cansado de existir solo; colecciones de pinturas sin ser admiradas y vinos no compartidos; historias que tuvo que guardar para sí mismo; cumpleaños y festividades que nadie celebró con él.

Ahora entiende la alegría con la que lo recibió el primer día. La gran cena que había preparado para él, significaba más de lo que él creía. La grandeza de ese sitio al que Gabriel llama hogar, es una fachada de su inevitable soledad.




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