Los pecados de nuestras manos

Capítulo 8 Ep. 6 - "Sacrificar al Peón"

El viento corre desde el oeste y es más frío a la altura del Mason Bridge, el gran puente que conecta las autopistas secundarias de Wintercold norte a sur. Ansioso por verla, Aion aguarda hasta que el frío cae como una cortina que empaña todo con una tenue niebla de vapor. Había pasado bastante tiempo después de aquella última vez. ¿Cómo reaccionará ella al verlo?

Aion Samaras afirma sus manos en la barandilla rojinegra de seguridad y sostiene un cigarrillo con su boca, respirando su veneno. La vista de la ciudad a lo lejos entrega una serena calma, pero su mente atormentada de dudas e inseguridades, no deja de pensar en lo que su tío quiere que haga con Iván… sin saber si Gris se enterará, si le importa, o si lo odiará. Pero cuando oye el tenue sonido de pasos golpeando el pavimento, su tórax no deja de constreñir su corazón hasta que el sonido cesa.

—No puedo creer que me convencieras de venir hasta aquí —dice de inmediato, sus ojos concentrados en las luces y destellos de la ciudad.

—Y estoy feliz de encontrarte —murmura ella con una voz dulce, pero él permanece inerte ante su comentario. La culpa y la conciencia en ese momento le pesan mucho más que cualquier cosa amable que ella pueda decirle.

—Creí que te habrías ido a esta altura del año —dice Aion, dando una última calada al cigarrillo antes de tirarlo por el puente.

—Pensé lo mismo de ti.

—Y creí que me odiarías…

—También pensé exactamente eso de ti.

Aion exhala tembloroso y se atreve a mirarla. Gris tiene los ojos fijos en el piso, lo que hace mucho más fácil hablarle.

—Te… pido perdón por todo lo que ha pasado —le confiesa, y el alivio que sentía hace un instante, se desvanece cuando Gris alza la mirada.

Su imaginación empieza a traicionarlo. ¿Es temor lo que hay en sus ojos? ¿Preocupación? ¿O tal vez solo es la culpa que siente, la que distorsiona la forma en la que ella le transmite cautela?

—Espero que no te pongas loco otra vez —dice Gris desanimada—. Te he ocultado cosas, muchas veces.

—Lo sé —dice él—. Sé que sabes muchas cosas de mí.

—Yo no pensé que llegaría tan lejos, y lastimarte…

—También lo sé —la interrumpe él—. Yo tampoco quise hacerte daño, Gris.

Y aunque una parte de eso es cierta, otra parte de él también quiere hacerla sentir mal a consciencia por todas sus mentiras. Así que Aion sigue, ya conociendo la respuesta:

»¿Ese es tu nombre real?

Gris traga saliva.

—Todo lo que te dije sobre mí es cierto. Excepto la parte en la que digo que vengo de España —admite cabizbaja.

—Sí, ya lo noto.

—… De todos modos, yo ya estaba odiando ese ridículo acento español —ella le sonríe con timidez, pero el gesto desaparece al instante siguiente.

—Bueno, supongo que ya no puedo juzgarte —admite Aion—. Pero ahora que tú también ya sabes todo de mí…

Él deja que las palabras mueran en su boca, sabiendo que no puede culparla por nada. Ahora ella lo conoce bien, y la vida tranquila y secreta que él tenía ya no existe.

—Solo sé lo que tú me dejaste ver de ti —musita ella sin tonos en su voz.

Él encuentra un patrón: Gris es inexpresiva cuando miente. Aion Samaras da un paso más cerca de ella, pero se detiene al ver que ella retrocede. Ahora lo entiende. Gris le tiene miedo, y esa sola idea le aflige en gran manera.

—El primer día que te vi estabas radiante —dice despacio, y empieza a avanzar hacia ella lentamente, con las manos a cada lado para demostrarle que están en paz. Una lánguida sonrisa cuelga de sus labios—. Tu mirada, tu seguridad… Todo lo que vi en ti era hermoso.

Gris retrocede poco a poco mientras sostiene su mirada.

»En ese momento jamás habría sospechado ni un segundo de ti. Venías no como una amiga, sino como una compañera despreocupada que quería darme un par de apuntes. Era todo tan casual, tan ridículo… —su voz se ensombrece, da otro paso más cerca—, que compré tu mentira.

—Sam…

—Y me conocías. Lo sabías todo. ¿Y no me tenías miedo? —Su voz es pesada y cargada de emociones contradictorias, todas provocadas por la mujer que tiene justo delante de él. Tantas cosas que le hace sentir, tanto que quiere decir—. Sabías quién soy, ¿y aun así apareciste allí, tan inocente? Tan ilusa…

Ya no hay sonrisas en su rostro. Ahora tiene un ceño fruncido y una mirada de reproche, toda emoción es rápidamente invadida por la acidez de la decepción. Los pensamientos de ese día se sienten muy alejados. Una parte de él le advierte que es malo estar ahí, y está mal dejarla ir sabiendo quién es él realmente. Pero, por otra parte, está desesperado.

»Me mentiste. Sin imaginar lo que podía pasar… —Aion aparta la vista—. Realmente pensé que querías conocerme.

Una amargura indescriptible se apodera de él. Si Gris no le tuvo miedo en ese entonces, ¿qué clase de mujer era, que no sentía nada al respecto? ¿Qué cosas horribles había hecho antes bajo la excusa de su labor como agente, para fingir entablar una «amistad» con un criminal sin dudar?




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