Los pecados de nuestras manos

Capítulo 13 Ep. 2 - "Factor de riesgo"

Sus manos aún tiemblan, débiles y adoloridas.

Su visión inyectada en rojo mientras abatía con sus puños el saco de boxeo, sin detenerse, encerrado en el gimnasio para evitar pensar en Gabriel y en lo que estaba a punto de hacer ese día. Vio a Dante entrar desde el reflejo de los espejos que aderezaban tres de las cuatro paredes del gimnasio y no pudo evitar sentirse angustiado al verlo; ni aunque había pasado horas preparándose mentalmente para oírlo decir que Gabriel finalmente la había encontrado. Sin embargo, con una ligera sonrisa en sus labios, Dante le informó que Gris estaba en su habitación. Particularmente en su cama. En esa misma casa.

La casa de Gabriel Samaras.

El escepticismo y un minúsculo gesto de dolor cruzaron su cara al pensar que Dante estaba burlándose de él. Se recordó que a veces el hombre podía ser cruel. Pensaba en aquello mientras subía las escaleras en unas cuantas zancadas para comprobarlo por sí mismo.

Aún está de pie en la boca de la puerta, su mano vendada apretando con mayor fuerza el picaporte mientras espera que la ilusión de ella desaparezca, pero no es así. Gris lo mira con sus grandes y brillantes ojos verdes, su pecho sube y baja agitado. Sus heridas cubiertas con sangre seca.

—Sam. —Su voz sale diminuta, y es todo lo que necesita oír para sentir los pies sobre la tierra. Ella está ahí.

Aion avanza controlando a conciencia cada paso que da para no parecer tan desesperado por tenerla más cerca, pero ella se apresura a rodearlo con sus brazos y entonces el alivio se asienta sobre él, un tibio fervor que recorre cada una de sus células, haciéndolo sentir pesado y aplastado por la avasallante sensación. La puerta se cierra detrás de él y comprende que ahora están solos. En su cuarto.

«En la casa de Gabriel», se recuerda a sí mismo, con ojos abiertos de par en par; y ni aunque quisiera obviar ese pequeño detalle podría recuperar su tranquilidad.

—Dios, ¿qué te… pasó? —pregunta ella, sus ojos interrogativos escaneándolo de pies a cabeza.

—A-ah. Sí, perdón. Estuve... estaba... haciendo ejercicio. —Se aclara la garganta. La vergüenza invadiendo poco a poco el espacio en su interior—. Estoy transpirado y sucio...

—No me refería a eso —interrumpe Gris con expresión neutra. Un breve momento de silencio que se vuelve incómodo mientras se sostienen la mirada hasta que ella la aparta, ruborizada.

La parte satírica de él revolotea como una paloma enjaulada al verla así. Un pensamiento mordaz, acerca de la infinidad de comentarios con los que podría enardecer el rostro de Gris hasta volverlo rojo. Vaya, sus sentimientos por él siguen ahí después de todo. Si no hubiese retraído todo este tiempo su engreído ego, sonreiría con autocomplaciencia.

—¿Cómo llegaste hasta aquí? —pregunta, y ella vuelve a enterrar sus ojos verdes en los suyos.

—Aion, te fuiste. —Sus palabras son tres patadas en su estómago. La culpa proviene inesperada y con un dolor punzante en su pecho. Cualquier cosa que pudiera decir se estrangula en su garganta—. Pero estoy feliz de verte otra vez —añade Gris.

Él no dice nada. Aún está demasiado aturdido ante su presencia, ante el absoluto conocimiento de dónde están y de cómo ella lo ha encontrado. Definitivamente se ha quedado sin palabras; pero debe decir algo, aunque lo que tenga para decir no sea algo precisamente coherente.

—… Bueno —, es lo único que se le ocurre. El lado sátiro que vive dentro suyo rueda los ojos y se cruza de brazos ante su propia estupidez. Gris pliega el entrecejo como si tampoco pudiese creer lo que acaba de oír de sus labios.

—¿Solo eso? —masculla, su voz tomando tintes sombríos; el momento más oscuro antes del amanecer; o en este caso... antes de que estalle en baladros furiosos y desenfrenados—. ¡Arriesgué mi vida por ti! ¡Me escondí, mentí, lloré! —grita Gris, casi escupiéndole en la cara—. ¡Trepé un maldito árbol...!, no, ¡tres árboles para llegar hasta ti,  ¿y solo me puedes decir «bueno»?!

Aion parpadea, plena y llanamente perplejo. No puede ser bueno tener a una persona furiosa tan cerca. No es para nada bueno que una mujer sea esa persona, y jamás podría ser bueno que Gris Ledesma sea esa mujer.

—Gris, primero c-cálmate y déjame...

—¡No me pidas que me calme! —exclama ella con un rugido—. ¿Sabes cuántos días estuve sin dormir por ti? ¡¿Sin comer?!

Aion la toma por los brazos sin nada mejor que hacer. Si nunca ha sido bueno manejando sus emociones, ¿cómo podría lidiar con las emociones de los demás?

—Gris. Por favor…, te lo suplico —dice con suavidad, deseando contener aunque sea una pequeña parte de su frustración—. Per-perdóname.

Ella frota sus ojos con el dorso de su mano, el reproche permanece en su mirada humedecida. Antes de que diga nada, Aion la envuelve en un abrazo. Su mejilla contra su pecho, su cabello rubio y desaliñado rozando el contorno de su cuello, su pequeño cuerpo que cabe mejor de lo que le gustaría contra el suyo. Se siente grande, en comparación con ella, que parece más frágil y delicada de lo que recuerda. La tensión se quiebra en pedazos cuando empieza a llorar con ganas. Los espasmos la hacen hipar y él la deja sollozar largo y tendido pero nada de eso importa ahora. Aún no ha concebido la idea de que ella está en su casa. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.