El réquiem de las hojas caídas

Introducción

El aire que cubría el bosque entorno a la ciudad se tornó de un color purpureo, mientras el sonido de la guerra, encarnado por el ruido de las pisadas de los caballos contra el suelo y el de las armas al chocar en contra las edificaciones anunciaba la llegada de la destrucción de nuestro pueblo

La ciudad de Akroid donde habitaba nuestra raza los Amerios estaba ubicada alrededor del lago Kidul al sur del continente o para ser más acertados vivíamos debajo de él, ya que nuestras moradas estaban dentro de las cavernas de cristal que quedaban debajo del lago, un lugar protegido por la naturaleza, lleno de varios ríos subterráneos que atravesaban y bordeaban las cavernas tallando la roca y el cristal a su paso.

El único edificio externo que había en la ciudad era el gran templo, construido a base de piedra molida, en el punto más alto de la ciudad, justo en el punto donde el rio principal caía estrepitosamente formando la gran cascada. El rio, que nutria al lago, fluía atravesando el templo, al cual dividía en dos, creando un sendero de agua hasta el altar, para luego caer sobre el lago kidul.

Las cavernas, que estaban rodeadas por un espeso y frondoso bosque de miles de años, servían como mecanismo para ocultarnos de las incesantes luchas que se generaban en el continente, alejándonos de las invasiones provenientes de la capital que se habían desatado hace algunos años golpeando principalmente el centro del continente, pero que en ocasiones afectaba a los pueblos de la periferia.

Nuestro pueblo, igual que muchos otros de la región, había vivido de manera pacífica, trabajando en la agricultura y asilados de los otros pueblos, manteniendo nuestras propias culturas y tradiciones. Todos los meses realizábamos una ofrenda para adorar a los dioses de la naturaleza, intentando mantener la fertilidad de nuestras tierras y a la vez fuimos bendecidos, durante muchos años por los espíritus del bosque, que usaban su magia para dispersar las energías malignas y manipular el camino de los forasteros que se acercaban a nuestro pueblo, perdiéndolos en el bosque, para alejarlos del algo Kidul. Todo parecía estar en su sitio, hasta que un día sin entender lo que sucedía, los espíritus del bosque desaparecieron, junto a su magia, y con ellos la ciudad quedo al descubierto.

Recuerdo el día de la invasión, el sol se había oscurecido y las hojas de los árboles se agitaban con fuerza, en un mal presagio. Por la mañana de ese día el capitán nos había pedido realizar un entrenamiento especial, así estaba en el centro de la ciudad, dentro de la armería central, cuando recibí el llamado urgente de mi esposa Sakala. Ella era la mujer más hermosa de nuestro pueblo, delgada, de piel morena y con su cabello recogido en una trenza y además se había convertido durante el invierno en nuestra actual sacerdotisa.

Esa mañana se había dirigido al bosque preocupada por la desaparición de los espíritus del bosque, pero supuse que al medio debía estar en el templo para realizar sus oraciones, así que me dirigí hacia allí, notando al salir de la armería, el inusual color purpura del aire que comenzaba a dispersarse, lo cual me pareció extraño; pero fue el ruido de las flechas que se disparaban y de las espadas que chocaban a lo lejos, lo que me alarmo, llevándome a correr hacia el templo, para asegurarme que mi esposa estuviera a salvo.

Sakala junto a sus ancestros, llevaban varios siglos protegiendo el poder de nuestra raza, que guardaba entrañables secretos y misterios. La última persona antes de ella, en cuidar de este poder, había sido su padre y rey de la ciudad, que una semana antes cuando había cumplido los 70 años, por tradición, había realizado el rito para traspasarle este poder y conocimiento a su hija, pese a las negativas de mi esposa para asumir esta responsabilidad aún.

La celebración se había realizado en el templo, durante la última luna llena, tomando dos días enteros, en los cuales nadie más pudo entrar al templo, mientras los demás ciudadanos realizamos múltiples oraciones para colaborar con nuestra energía al ritual, al que por ley solo tenían permitido asistir el rey, su hija y el sacerdote, este último entregaba su vida durante la ceremonia, como parte del ritual, para que solamente la portadora del poder fuera la guardiana del secreto de nuestro pueblo.

Mi esposa, que tenía prohibido hablar sobre la magia que encerraba este poder, nunca me conto lo que sucedió en el ritual, pero aun sin palabras, ambos sospechábamos que la ceremonia estaba relacionada con la desaparición de los espíritus del bosque y con la falta de entrenamiento sobre sus poderes mágicos, - la ciudad esta desprotegida y es mi culpa- dijo ella, el día en el que desaparecieron los espíritus del bosque.

Mientras la horda de caballos de 2 cabezas, destruían todo a su paso, yo fui en busca de mi esposa al templo, que a pesar del caos se encontraba rezando en frente del altar, como parte de sus obligaciones con los dioses. Cuando llegué a la entrada, vi a través de la puerta una sombra junto a mi esposa, que se hacía cada vez más nítida a medida que me iba acercando, con algo de asombro vi a Argerion, ultimo descendiente de la tribu Danom y uno de los mejores guerrero proveniente de la capital, que usaba el nombre del rey para realizar invasiones y atacar pueblos de manera indiscriminada, creando una fama en todo el continente por la brutalidad con la que trataba a sus enemigos y un miedo en nuestro pueblo por el reciente interés en explorar y atacar las zonas del sur.

Como líder de aquella invasión, era lógico que Argerion fuera el encargado de llevar a cabo el asesinato de mi esposa durante la invasión, y aprovechado que el templo estaba alejado de las cavernas y completamente solo, mientras los ciudadanos se resguardaban apresuradamente de la confusión, decidió ingresar a él, mientras mi esposa rezaba, para acabar con ella y llevarse los secretos de sus poderes.




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