El réquiem de las hojas caídas

El camino por la costa

El sol estaba en lo alto del cielo, brillando sobre la costa del mar rojo que bordeaba la montaña escarlata, mientras yo caminaba por sus arenas que en ese momento estaban completamente desoladas, por el miedo de las personas a los dragones rojos que se acercaban a las costas en esa época. La ciudad de Halior que era mi próximo destino, estaba ubicada al oeste de Akorid y se encontraba atrapada entre un mar y una montaña lo cual dificultaba su acceso. Sin embargo, unos días antes había escuchado rumores de una sacerdotisa que conocía magia antigua y tal vez supiera como descifrar el libro de hechizos, el cual ya había leído unas mil veces sin comprender nada, de hecho, sentía que la mayoría de las frases no tenían ningún sentido y el resto tenían muchas interpretaciones a la vez.

Continúe mi camino por la costa a pesar de saber lo peligroso que era, pero no tenía más opción, después de que el puente que conectaba una parte de la montaña con el sendero principal había sido destruido hacia 15 días por los propios habitantes de la ciudad, para evitar que su ciudad fuera atacada, debido a los avistamientos de una horda de caballos de 2 cabezas que se encontraban rondando los alrededores.

Llevaba medio día caminando por la costa, pero solo fue hasta que el agua toco mis pies que me di cuenta de que la marea estaba ascendiendo rápidamente. Con el ocaso, la luna había ejercido su poder alterando el nivel del mar, como si intentara juntar el agua con la base de la montaña, haciendo desaparecer la costa. Antes de percatarme de la situación divise varios dragones rojos a lo lejos que se acercaban hacia mí; del agua solamente emergían sus cabezas de un rojo brillante, llenas de grandes colmillos, mientras sus cuerpos cubiertos de escamas permanecían bajo el agua esperando atrapar una presa. Sin más opción intente escalara la roca escarpada de la montaña, encontrando una cueva que se hallaba varios metros incrustada en las paredes de la montaña.

Sin previo aviso una lluvia torrencial empezó a caer, humedeciendo las rocas, haciendo que mis manos resbalaran. por un momento pensé que no lograría llegar, pero entonces una cuerda cayó desde la entrada de la cueva, a la cual me aferre para continuar escalando sin caerme, logrando resguardarme antes de que los dragones me alcanzaran.

El interior era un lugar oscuro y húmedo, donde no se lograba ver nada, más que la tenue luz de la luna en la entrada. Ya adentro intenté agradecerle a la persona que me había ayudado a refugiarme, pero mis palabras no obtuvieron respuesta, así que me adentre un poco más en la cueva, casa hasta chocar con el final de esta, pero nunca halle a nadie.

Después de descansar toda la noche en aquel lugar continué mi camino por la costa hasta la ciudad de Halior Fueron varios kilómetros los que recorrí sin alcanzar la entrada, cuando fui atacado por varios guardias de la ciudad, que aparecieron sorpresivamente. Mi visión se nublo repentinamente, así que no logre ver más que las armaduras con la insignia la ciudad, la cual consistía en una montaña de cristal, antes de perder el conocimiento, antes de perder el conocimiento. Cuando desperté me encontraba encadenado en uno de los calabozos de la ciudad.

Durante todo el día no vi más que las ratas que cruzaban la celda y al vigilante que era el encargado de llevarme la comida, llegando a perder la conciencia del tiempo, y por algún momento pensé que me dejarían encerrado allí por un largo tiempo, hasta que apareció un soldado que me llevo por unas escaleras, que conectaban con un salón en el primer piso; donde después de un par de golpes, me dieron una poción, que me nublo la visión y altero mis sentidos instantáneamente, dejándome completamente mareado. Luego me realizaron varias preguntas, sobre la horda de caballos de dos cabezas que había por los alrededores y gracias a los efectos del brebaje que me dieron, no me pude resistir a contestar una sola de sus preguntas, fue así, que después de haber terminado el interrogatorio me liberaron.

Cuando salí de la prisión, me encontré con la tumultuosa ciudad de Halior. El lugar era más grande de lo que decían los rumores, lo cual no era extraño, siendo el pueblo minero más grande del continente. La mayoría de los edificios estaban construidos en diferentes tipos de metales, en vez de los típicos muros y techos de roca o madera que había en el resto de los pueblos de la zona. Por su diseño, con arquitectura industrial, se notaba que eran edificaciones difíciles de construir, teniendo en cuenta su tamaño y su mezcla de formas curvas y rectangulares, siendo su construcción un secreto que los pobladores de la ciudad escondían.

Recorrí las calles principales hasta el parque central de la ciudad, con sus pisos grises, atestado por múltiples comerciantes, con puestos de telas, herramientas, comidas típicas y especies exóticas. Me acerqué a varios puestos intentando averiguar por la sacerdotisa de la ciudad, sin obtener información alguna, así que empecé a pensar con decepción que el rumor que había escuchado era falso. Al llegar el medio día me acerqué a un restaurante en una calle aislada de la ciudad, que parecía ser el único lugar que se adaptaba a mi reducido presupuesto, con una entrada pequeña y la pintura de las paredes decolorada. Me senté en una de las mesas de madera ubicada en una de las esquinas del lugar y ordené un plato con carne cocida, junto a un poco de jugo de araña. La espera duro por diez minutos, hasta que se acercó una hermosa mesera, que, al intentar colocar mi pedido en la mesa, dejo derramar por error parte del jugo encima de mi pechera. Me limpie inmediatamente de la mancha en mi ropa, pero la mujer tomo mi mano, haciendo que me colorada de pie, se disculpó y por último me indico donde estaba el baño para que me limpiara el jugo.

Mientras me encontraba en el baño del restaurante, un hombre entro acompañado de la mesera, cerrando con llave la puerta de este, mientras me pedían que guardara silencio. Estaba un poco confundido por la situación inusual, pero algo en sus caras me genero algo de confianza. Ellos se quedaron mirándome fijamente, luego se miraron el uno al otro y por último la mesera lanzo un suspiro se presentó – me llamo Beatriz - por un momento dudo en seguir hablando, pero luego tomo aire hondo y continúo - ¿Por qué estás buscando a una sacerdotisa? – pregunto ella; dude en responder, pero antes de que pudiera contestarle, me entrego un papel y ambos salieron del baño, de manera apresurada, como si algo los asustara.




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