El aire en el Gran Bosque Mágico siempre tenía un aroma dulce, mezclado con la frescura de las hojas, el susurro del viento y los sonidos distantes de criaturas míticas. Entre las sombras de los grandes árboles, una joven de 18 años caminaba con paso decidido. Lyra, con su cabello castaño claro ondeando suavemente a su alrededor y sus ojos verdes brillando con curiosidad, exploraba los alrededores como había hecho desde niña. A pesar de haber sido adoptada por un mago plebeyo, su conexión con la magia siempre había sido fuerte, especialmente con los vientos que parecían responder a su presencia.
Durante su paseo, algo llamó su atención. Un ligero brillo proveniente de una grieta en una roca cercana. Movida por la curiosidad, Lyra se acercó y descubrió una entrada a una pequeña cueva, oculta bajo las enredaderas y musgo del bosque. El lugar irradiaba una energía extraña, casi como si la estuviera llamando. Sin dudarlo, Lyra entró.
Dentro de la cueva, encontró un pequeño altar de piedra, y sobre él descansaba un anillo antiguo grabado con símbolos que no reconocía. Al tocarlo, sintió una oleada de energía recorrer su cuerpo. Una suave ráfaga de viento rodeó la cueva, y Lyra supo, en ese instante, que el anillo era más que un simple artefacto. Lo deslizó en su dedo, sintiendo una conexión inmediata y poderosa.
Confundida y emocionada por su descubrimiento, decidió regresar a casa y mostrárselo a su padre adoptivo, Merrick. Él era un mago respetado, aunque plebeyo, conocido por sus estudios de magia de ilusión y viento. Al llegar, Merrick la recibió con una sonrisa cálida, su cabello canoso brillando bajo la luz del sol que entraba por las ventanas.
“¿Qué has encontrado hoy, Lyra?” preguntó con curiosidad. Pero cuando sus ojos cayeron sobre el anillo en la mano de Lyra, su expresión cambió sutilmente, como si algo oscuro cruzara por su mente.
“Lo encontré en una cueva... parecía estar esperando por mí,” explicó ella, insegura de cómo describir la sensación.
Merrick observó el anillo por un largo momento. Su sonrisa desapareció lentamente y fue reemplazada por una expresión fría y calculadora. A pesar de su aparente calma, sus ojos mostraban una avidez que Lyra no había visto antes.
Esa noche, Lyra decidió dormir temprano. Mientras cerraba los ojos, algo la inquietaba, pero no sabía exactamente qué. En medio de sus sueños, una figura femenina envuelta en una bruma verde apareció ante ella. La mujer tenía una presencia majestuosa, sus ojos reflejaban sabiduría y poder. Era la Emperatriz Verde, una de las deidades más veneradas del Imperio Solar.
“Lyra,” susurró la Emperatriz en su sueño, “tu vida está a punto de cambiar. Debes ir a la capital, buscar al sacerdote Alan en el templo. Él te ayudará a entender el destino que te aguarda.”
Lyra despertó sobresaltada, solo para encontrar a Merrick inclinado sobre ella, con una mano extendida hacia el anillo. Sin embargo, antes de que pudiera hacerle daño, una ráfaga de viento surgió de la nada, empujándolo hacia atrás. Era la Emperatriz Verde protegiéndola.
Sin perder tiempo, Lyra tomó algunas de sus pertenencias y huyó hacia la oscuridad de la noche, sintiendo el susurro del viento guiarla hacia la capital.
Mientras tanto, en la ciudad capital del Imperio Solar, el Palacio Solar brillaba bajo el resplandor del sol, pero dentro de sus muros dorados, la tristeza se sentía tan densa como la piedra. Desde la muerte de la emperatriz, una pesadumbre había caído sobre la corte. Los jardines, una vez llenos de color y vida, parecían más apagados, reflejando la melancolía de todo el Imperio.
Marcus, de 20 años, se enfrentaba a un tipo diferente de desafío. Alto, con una melena de cabello oscuro y ojos de un azul intenso, de pie junto al féretro de su madre, la Emperatriz, que había muerto hace poco tiempo, y desde entonces, había sentido el peso del mundo sobre sus hombros, como miembro de la familia imperial su vida había sido un constante entrenamiento en magia y política. Y ahora tenía que representar el linaje de la familia real con orgullo y determinación.
El Imperio estaba en una encrucijada. Con la muerte de su madre, la estabilidad de la familia imperial se tambaleaba. A pesar de ser fuerte y hábil en la magia de la luz y el rayo, Marcus sabía que no podía enfrentarse solo a todos los desafíos. El consejo de nobles y las demás familias poderosas comenzaban a moverse con sus propios intereses, desde los astutos Valkiran que dominaban la magia de la ilusión, hasta los Drakanis, cuyo dominio de la magia del hielo era insuperable.
Esa mañana, mientras practicaba sus habilidades en los vastos jardines del palacio, un mensaje llegó. El sacerdote Alan había solicitado una audiencia con él. Aunque la petición era inusual, Marcus sabía que el templo de los Tres Emperadores siempre estaba vinculado con los asuntos más importantes del reino. Y algo le decía que este encuentro marcaría el inicio de algo mucho más grande de lo que él podía imaginar.
Cuando se dirigió al templo, las palabras de su madre resonaban en su mente. "El destino y el tiempo no son tuyos para controlar, pero puedes aprender a leer sus signos. Confía en los dioses, y ellos te guiarán." Marcus nunca había entendido completamente el significado de esas palabras, pero en su interior sabía que pronto las respuestas vendrían, y tal vez el destino ya había comenzado a moverse en su favor.