La luna brillaba con fuerza en el cielo nocturno, iluminando el largo camino que Lyra había seguido durante días. Tras su huida de Merrick, el viento siempre había estado a su lado, susurrándole el camino correcto hacia la capital del Imperio Solar. Era como si la Emperatriz Verde estuviera vigilándola desde la distancia, asegurándose de que llegara a salvo. El aire se volvía más pesado con cada paso que daba hacia la ciudad imperial, y el paisaje que antes estaba lleno de árboles y colinas, lentamente se transformaba en caminos pavimentados y tierras cultivadas.
Finalmente, las murallas de la capital aparecieron ante sus ojos. Las enormes puertas de entrada estaban decoradas con emblemas solares dorados, símbolos de la familia imperial, que resplandecían bajo la luz de las antorchas. Las torres de vigilancia se alzaban imponentes, custodiadas por guardias que patrullaban las almenas con severidad. La ciudad, conocida como Zitia, era famosa por su arquitectura grandiosa, magia avanzada y su vibrante vida cotidiana.
El aire estaba lleno de sonidos: el bullicio de la gente, el eco de las ruedas de los carros sobre las piedras y el murmullo de la magia que recorría la ciudad. La energía de Zitia era inconfundible; incluso quienes no poseían una gran afinidad con la magia podían sentir la vibración en el aire, alimentada por las enormes torres de energía mágica que abastecían la ciudad.
Al cruzar las puertas, Lyra se quedó asombrada por la magnitud de la capital. Las calles adoquinadas serpenteaban a través de edificios altos, adornados con columnas de mármol y ventanas de cristal de colores. Faroles encantados flotaban sobre las calles, brillando con una suave luz dorada que bañaba cada rincón de la ciudad. Tiendas y puestos callejeros ofrecían productos de todo tipo, desde frutas exóticas hasta libros de hechizos y artefactos mágicos. Los colores eran vivos, la gente diversa, y la ciudad en sí misma parecía estar en constante movimiento.
A medida que avanzaba hacia el templo de los Tres Emperadores, la grandiosidad de Zitia se hacía aún más evidente. Las casas más cercanas al palacio imperial eran mansiones majestuosas de los nobles más poderosos del reino, cada una más imponente que la anterior. Aunque cansada y algo nerviosa, Lyra no podía evitar sentir una especie de reverencia hacia la ciudad. Este lugar, que alguna vez solo había sido un rumor lejano en su vida como plebeya, ahora estaba a su alcance.
Después de varias indicaciones y de un buen rato caminando por las bulliciosas calles, finalmente llegó al templo. El edificio era una obra maestra arquitectónica, hecho de mármol blanco y decorado con estatuas de los Tres Emperadores: el Rojo, el Azul y la Verde. Grandes vitrales representaban sus hazañas en épocas pasadas, y los símbolos del viento, el rayo y el fuego adornaban las torres que se alzaban hacia el cielo.
Lyra se acercó, sintiendo una mezcla de nerviosismo y anticipación. Sabía que había llegado al lugar correcto, pero no tenía idea de lo que la esperaba en el interior.
Dentro del templo, el ambiente era completamente diferente. La quietud dominaba el lugar, y una calma profunda se apoderó de Lyra al cruzar las puertas. El sonido de sus pasos resonaba en los corredores amplios, decorados con tapices que contaban las historias de los Tres Emperadores. Velas mágicas flotaban en el aire, emanando una luz suave que hacía que todo pareciera etéreo, casi sacado de un sueño.
“¿Lyra?” La voz la sorprendió. Al volverse, vio a un hombre alto, vestido con las túnicas blancas y doradas del sacerdocio. Su cabello corto y canoso estaba cuidadosamente peinado, y sus ojos azules brillaban con una calidez sincera. Era Alan, el sacerdote que la Emperatriz Verde le había mencionado en su sueño. A pesar de su porte calmado y sabio, había algo en él que inspiraba confianza.
“Soy Alan. He estado esperando por ti,” dijo con una leve sonrisa, como si su llegada no fuera ninguna sorpresa para él.
Lyra, aún algo desconcertada, hizo una reverencia rápida. “Me... me dijeron que viniera aquí,” tartamudeó. “La Emperatriz Verde me habló en un sueño. Me dijo que viniera a buscarte.”
Alan asintió, como si las palabras de Lyra confirmaran lo que ya sabía. “Has sido elegida por la Emperatriz Verde. Ese anillo en tu dedo es prueba de ello. Ella rara vez interviene directamente en los asuntos de los mortales, pero parece que tu destino está ligado al de nuestro reino.”
Lyra bajó la mirada hacia el anillo. Aunque ya había sentido su poder, las palabras de Alan le dieron un nuevo significado. “¿Por qué yo?” preguntó, aún insegura de por qué la deidad la había elegido.
“Eso, querida, es algo que solo el tiempo y el destino pueden revelar,” respondió Alan enigmáticamente. “Pero por ahora, lo importante es que estás aquí. Y debemos asegurarnos de que estés protegida.”
Alan guió a Lyra a una pequeña sala de meditación dentro del templo, decorada con símbolos antiguos y runas protectoras. La habitación irradiaba una sensación de seguridad y paz. “Aquí estarás a salvo por ahora. Pero debes prepararte. El destino del Imperio está en juego, y aquellos que buscan el caos y la oscuridad ya están moviéndose.”
Lyra asintió, sin dejar de observar la calma en el rostro de Alan. Sabía que el camino frente a ella sería difícil, pero también sentía que no estaba sola. La Emperatriz Verde la estaba guiando, y ahora, bajo la protección del templo, comenzaba a ver que su destino era mucho más grande de lo que jamás había imaginado.