Marcus despertó con un sobresalto, el sudor frío recorriéndole la frente. Su respiración era agitada, su corazón palpitaba con fuerza en su pecho, y los ecos de la pesadilla aún resonaban en su mente. El Imperio Solar ardía en llamas, y sobre los cielos oscuros se alzaba una bandera negra, marcada con una Hidra de tres cabezas. Una de las cabezas devoraba un sol resplandeciente, otra se tragaba la luna, y la última consumía un eclipse en el horizonte. El caos y la destrucción lo rodeaban en el sueño, y el cielo, ennegrecido por el humo y las sombras, parecía desmoronarse sobre él.
Se sentó bruscamente en su cama, tratando de sacudirse las imágenes de la pesadilla. Lentamente, su respiración fue volviendo a la normalidad mientras miraba a su alrededor.
Su habitación en el palacio imperial era una obra maestra de elegancia y poder. Las paredes estaban adornadas con tapices dorados que representaban los triunfos de su linaje, y una enorme ventana de cristal encantado ofrecía una vista panorámica de los jardines del palacio, permitiendo que la luz del amanecer bañara la habitación con un cálido resplandor. Una enorme cama con dosel, decorada con sábanas de terciopelo azul profundo, ocupaba el centro de la estancia, mientras que en las esquinas, estatuas de los Tres Emperadores se alzaban imponentes, protegiendo al príncipe mientras dormía. Las vitrinas a lo largo de la pared contenían libros antiguos y reliquias mágicas que solo la familia imperial podía poseer. Frente a la cama, un enorme brasero de plata mantenía el lugar cálido incluso durante las noches más frías.
Marcus se levantó, aún algo aturdido por el sueño. Se echó agua en el rostro en la cuenca de mármol que tenía junto a la cama, esperando despejar su mente. Pero la sensación de amenaza y destrucción no se iba por completo.
Después de vestirse con su uniforme habitual, una armadura ligera adornada con los emblemas del Imperio Solar, Marcus salió de su habitación para cumplir con sus deberes matutinos. Uno de sus primeros destinos era el campo de entrenamiento, donde ya lo esperaba Jerad de Blancthir, su mejor amigo y capitán del primer escuadrón de los Caballeros Mágicos. Jerad, con sus 20 años, pertenecía a una de las seis familias más poderosas del reino, conocidos por su destreza tanto en la magia como en el combate.
Jerad ya estaba practicando movimientos con su espada cuando Marcus llegó. El joven capitán era alto y de complexión atlética, con el cabello rubio oscuro cortado a la altura de los hombros y ojos grises como el acero. Su armadura, pulida y reluciente, llevaba los emblemas de su familia: un halcón dorado sobre un escudo blanco.
"¿Listo para entrenar, Alteza?" preguntó Jerad con una sonrisa retadora. Sabía que Marcus odiaba las formalidades, pero siempre lo provocaba de esa manera.
"Siempre listo," respondió Marcus mientras desenvainaba su espada. Aunque su mente seguía turbada por la pesadilla, el entrenamiento con Jerad siempre lograba distraerlo, al menos por un tiempo.
Ambos se lanzaron a un duelo rápido y fluido, sus espadas chocando con destellos de magia cada vez que cruzaban el acero. A medida que avanzaba el combate, Marcus trataba de concentrarse, pero su mente seguía volviendo a las imágenes de fuego y destrucción.
Jerad, perceptivo como siempre, notó la distracción de Marcus. "Estás más tenso de lo normal," comentó mientras bloqueaba uno de sus ataques. "¿Todo bien?"
Marcus dudó un momento antes de responder, bajando su espada y dando un paso atrás para tomar un respiro. "Es solo un sueño," dijo finalmente. "Un maldito sueño en el que el Imperio arde. Y una bandera... nunca había visto algo así. Una Hidra devorando el sol, la luna y un eclipse. Es ridículo, pero no puedo sacármelo de la cabeza."
Jerad lo miró con seriedad. "No suena como un sueño cualquiera. Tal vez debería ser motivo de preocupación."
"Es solo una pesadilla," replicó Marcus, aunque en el fondo sabía que algo más profundo lo perturbaba. "Debo estar cansado. Nada más."
Ambos decidieron tomar un breve descanso, sentándose en las gradas del campo de entrenamiento. El sol del mediodía comenzaba a calentar el ambiente, y Marcus bebió agua para refrescarse. Sin embargo, su momento de tranquilidad fue interrumpido cuando un soldado del palacio se acercó a ellos con una carta en mano.
"Alteza, esta carta acaba de llegar del Templo de los Tres Emperadores. Es del sacerdote Alan," informó el soldado, entregándole la misiva a Marcus.
Marcus tomó la carta y la abrió con rapidez, leyendo el contenido con el ceño fruncido. "Quiere reunirse conmigo. Dice que es urgente."
Jerad se inclinó hacia él, curioso. "¿Crees que tiene que ver con tu sueño?"
"Lo dudo," dijo Marcus, guardando la carta. "Pero no perderemos nada yendo a ver de qué se trata. Vístete adecuadamente; partimos de inmediato."
Al llegar al templo, Marcus y Jerad fueron recibidos por Alan, quien los esperaba en las escalinatas. El sacerdote los saludó con una inclinación de cabeza y los guió hacia el interior. Mientras caminaban por los largos corredores, Alan empezó a hablar en tono grave.
"El Imperio está en peligro," comenzó Alan, sin preámbulos. "He recibido visiones y advertencias de los Tres Emperadores. Un mal oscuro se acerca. Un culto antiguo llamado Daviras ha vuelto, y su objetivo es destruir la paz y estabilidad del Imperio Solar."
Marcus entrecerró los ojos, claramente escéptico. "¿Visiones? ¿Un culto? Con todo respeto, sacerdote, me parece que hablamos de cuentos. La verdadera crisis aquí es que mi madre ya no está. La estabilidad del reino está en juego por eso, no por alguna amenaza mística."
Jerad asintió en acuerdo con Marcus. "Con todo respeto, también pienso lo mismo. No soy muy dado a creer en profecías. Los verdaderos problemas son los que podemos ver y enfrentar con nuestras espadas."
Alan los miró con seriedad, deteniéndose en la puerta de su oficina. "Entiendo su escepticismo. Pero los cuentos tienen una forma de volverse realidad cuando menos lo esperamos. Y cuando lo hagan, temo que será demasiado tarde para prepararse."