El sol comenzaba a descender en el horizonte cuando Marcus se dirigió hacia los jardines de la mansión Blancthir. Caminaba con paso firme, aunque en su mente las dudas y los planes se arremolinaban. Al llegar a los Rosales Ardientes, encontró a Lysandra y Lyra charlando alegremente. Las flores mágicas brillaban a su alrededor como pequeñas antorchas encendidas en la penumbra del crepúsculo.
“Lyra, Lysandra,” dijo Marcus, su voz resonando en la quietud del jardín. Ambas se volvieron hacia él. “He venido a despedirme. Debo atender algunos asuntos en el palacio.”
Lysandra le devolvió una sonrisa radiante, pero Lyra se quedó inmóvil, procesando lentamente lo que acababa de decir, entonces todo tuvo sentido en la mente de Lyra. ¿Marcus era el príncipe del Imperio Solar? La sorpresa la golpeó de inmediato y luego llegó la vergüenza. ¿Cómo había podido ser tan descuidada? Se había comportado como si Marcus fuera un simple conocido, cuando en realidad era el heredero al trono. Su rostro se sonrojó de inmediato al recordar las veces que lo había tratado de igual a igual, e incluso las veces que había sido algo brusca.
Marcus, notando el cambio en la expresión de Lyra, dejó escapar una risa suave. "No tienes que preocuparte por eso," dijo con una sonrisa que suavizaba sus facciones serias. "Sigo siendo Marcus, el mismo con el que has estado hablando todo este tiempo."
Pero eso no hizo que la vergüenza de Lyra disminuyera. Al contrario, sus mejillas se encendieron aún más. ¿Cómo podría haberse comportado de manera tan despreocupada con el príncipe?
“De verdad, no te preocupes,” insistió Marcus, con una risa que ahora era casi jovial. Verla tan nerviosa le resultaba un alivio después de tantas tensiones. “Es agradable que alguien me trate como a una persona normal por una vez.”
“Es... es solo que… no tenía idea,” balbuceó Lyra, jugando nerviosamente con las mangas de su ropa. ¿Cómo podía haber sido tan ingenua?
Marcus solo sonrió y, tras una inclinación de cabeza hacia ambas chicas, se dio la vuelta y se marchó hacia su caballo. Mientras se alejaba, Lysandra se volvió hacia Lyra con una sonrisa traviesa. “Así que, ¿has estado pasando tiempo con el príncipe? Eso es... interesante.”
Antes de que Lyra pudiera responder o intentar explicarse, Jared apareció en escena. "Lysandra, creo que deberías concentrarte más en tus estudios mágicos que en cotilleos," dijo con voz firme, aunque sus ojos tenían un brillo de cariño fraternal.
“Pero Jared…” protestó Lysandra, haciendo un puchero infantil. No le gustaba cuando su hermano se ponía serio con ella. Siempre era tan protector y autoritario. “Solo estaba conversando un poco…”
“No más excusas,” dijo Jared con una sonrisa cansada, aunque afectuosa. “Tienes que estudiar más si algún día quieres rivalizar con los mejores de nuestra familia.”
Resignada, Lysandra suspiró dramáticamente, cruzando los brazos sobre el pecho antes de girarse y marcharse con pasos exageradamente pesados hacia la mansión. “Siempre me arruinas la diversión,” murmuró para sí misma, aunque Jared claramente la escuchó y se rió suavemente.
Una vez que Lysandra desapareció de su vista, Jared se volvió hacia Lyra con una sonrisa amable. “Ven,” dijo. “Te llevaré a tu habitación. Sé que este ha sido un día largo.”
Lyra lo siguió en silencio mientras atravesaban los pasillos de la mansión. Los muros estaban adornados con pinturas de antiguos héroes y escenas de la historia mágica del Imperio. A pesar de la opulencia de todo el lugar, Jared la condujo a una habitación que, si bien era lujosa, era más modesta que el resto de la mansión. Las paredes estaban cubiertas con un suave papel tapiz de tonos dorados y crema, y una cama de cuatro postes con cortinas blancas estaba ubicada en el centro, adornada con almohadas de seda y sábanas de lino bordadas. Un gran ventanal con vista al jardín permitía que la suave luz del atardecer iluminara la estancia, y frente a la cama había una pequeña chimenea de piedra blanca, sobre la cual colgaba un espejo con un marco de plata. Cerca del ventanal, un escritorio de caoba brillante se encontraba acompañado de una silla acolchada con un cojín verde esmeralda. Todo estaba cuidado, pero no había en la habitación los lujos excesivos que uno podría esperar en una mansión de tal tamaño.
“Espero que estés cómoda aquí,” dijo Jared. “Si necesitas algo, solo avisa.”
Lyra asintió y le agradeció con una leve inclinación de cabeza. Mientras Jared cerraba la puerta tras de sí, ella se sentó en la cama, observando el lugar. A pesar de la elegancia del entorno, su mente no podía dejar de vagar hacia todo lo que había sucedido. El culto, el anillo, los peligros que se avecinaban... todo parecía demasiado abrumador.
Mientras tanto, Marcus cabalgaba en dirección al palacio imperial. Su mente estaba llena de pensamientos conflictivos. El culto de Daviras, el extraño poder del anillo de Lyra, y las advertencias de Alan... ¿Qué tan grande era realmente la amenaza que enfrentaban? Todo lo que había conocido parecía tambalearse al borde de un abismo, y el peso de la responsabilidad recaía sobre él con fuerza.
El camino al palacio estaba bordeado de grandes robles antiguos y campos que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Finalmente, las imponentes murallas del palacio imperial aparecieron en el horizonte, con sus torres elevadas hacia el cielo, como si trataran de alcanzar las estrellas. Marcus sentía la opresión en su pecho aumentar a medida que se acercaba.
Al cruzar las puertas del palacio, los guardias le dieron la bienvenida con una reverencia, y Marcus se dirigió directamente hacia sus aposentos, esperando tener un momento para reflexionar. Sin embargo, el destino tenía otros planes para él.
No mucho después de su llegada, una voz fuerte resonó en los pasillos. “¡Marcus!” La voz de su padre, el emperador, rompió el silencio. Era ronca, debilitada por la enfermedad, pero aún contenía una autoridad indiscutible.