El aire en los aposentos del emperador estaba cargado de una mezcla de solemnidad y calma cuando Marcus entró. Las grandes cortinas doradas caían pesadas a los lados de las ventanas, filtrando la última luz del día. La cama imperial, adornada con brocados y sedas, parecía aún más imponente con el cuerpo frágil del emperador recostado en ella. A su alrededor, doctores y sirvientes se movían en silencio, atentos a cada detalle.
Cuando Marcus se acercó, su padre levantó la mano, haciendo un gesto a todos para que salieran de la habitación.
“Déjennos solos,” dijo el emperador en un tono suave pero autoritario. Los sirvientes y médicos intercambiaron miradas, pero no se atrevieron a cuestionar la orden. Con inclinaciones de cabeza respetuosas, abandonaron la estancia, cerrando las puertas tras de sí.
Marcus se acercó al borde de la cama de su padre, observando con atención el rostro marcado por la enfermedad, pero aún lleno de una fuerza que parecía imposible de vencer.
“Padre…” comenzó Marcus, pero el emperador lo interrumpió con un gesto de la mano.
“Sé lo que estás pensando, hijo,” dijo el emperador con una pequeña sonrisa. “Pero no te he llamado para hablar de mi salud o de la sucesión... Al menos, no en la manera en que imaginas.”
Marcus, sorprendido por sus palabras, se sentó en una silla cercana, escuchando con atención.
“Sé que mi tiempo no es eterno,” continuó el emperador, su mirada fija en Marcus. “Pero no quiero que cargues con el peso de la corona antes de que sea necesario. Aún tienes mucho por vivir, mucho por aprender, y no quiero que mis preocupaciones se conviertan en una carga para ti.”
“Pero, padre...” Marcus comenzó a hablar, pero su padre lo interrumpió nuevamente.
“No, Marcus. La sucesión vendrá cuando deba venir. Lo importante ahora es que sigas creciendo, no solo como guerrero y príncipe, sino como hombre. Quiero que el Imperio esté en manos de alguien que no solo sea fuerte, sino sabio. Alguien que entienda los corazones de su pueblo, y también los suyos propios.”
El emperador hizo una pausa, y en su mirada se percibía un amor profundo hacia su hijo. “He visto el peso que llevas en tus hombros, y sé que el destino del Imperio Solar es un asunto que no tomas a la ligera. Pero te pido que, mientras yo esté aquí, confíes en mí para llevar esa carga. No tienes que apresurarte a ser el hombre que todos esperan que seas.”
Marcus escuchó en silencio, las palabras de su padre alivianando la presión que sentía constantemente. Su relación siempre había sido cercana, pero en momentos como este, Marcus se daba cuenta de cuánto su padre había sacrificado por él, protegiéndolo del peso del poder tanto como había sido posible.
“Gracias, padre,” dijo Marcus, su voz cargada de gratitud. “Significa mucho escuchar eso de ti.”
El emperador le dedicó una sonrisa cansada antes de su expresión cambiar a una más inquisitiva.
“Ahora, cuéntame, ¿qué has estado haciendo fuera del palacio? Sé que tus salidas no son simples paseos.” Sus ojos brillaban con un toque de picardía, como si ya intuyera parte de la respuesta.
Marcus dudó por un momento, pero al final decidió ser sincero. No tenía sentido ocultarle algo a su padre, no cuando su relación se basaba en la confianza.
“Fui a ver a Alan, el sacerdote, pero también me encontré con algo más…” Marcus le relató todo a su padre, desde el extraño encuentro con Lyra hasta el anillo que poseía y su conexión con la Emperatriz Verde. Mientras hablaba, su padre lo escuchaba en silencio, aunque Marcus notó un leve brillo de diversión en los ojos del emperador.
Cuando Marcus terminó de contarle todo, su padre se inclinó hacia atrás en su cama y soltó una risa ronca, pero sincera.
El emperador soltó una carcajada. “asi que Solo eso ¿Y no crees que eso es suficiente para un día tan largo?”
Marcus frunció el ceño, confundido por la reacción de su padre. “¿Te parece gracioso? Esto podría ser un asunto muy serio.”
“Lo es, lo es,” dijo el emperador, calmándose un poco, aunque la sonrisa no desaparecía por completo. “Pero a veces, Marcus, la vida te arroja situaciones extrañas y complicadas no para que las resuelvas de inmediato, sino para que aprendas a lidiar con la incertidumbre. Todo esto puede parecer abrumador ahora, pero con el tiempo lo entenderás.”
El emperador suspiró profundamente, un cansancio evidente en sus ojos. “De todos modos, es tarde, hijo. Ya has hecho bastante por hoy. Deja que las preocupaciones del reino y de estos misterios queden en segundo plano, al menos por una noche. Ve a dormir. Mañana será otro día y habrá tiempo para pensar más sobre todo esto.”
Marcus lo miró con escepticismo, pero la firmeza en la voz de su padre lo convenció. Él también estaba agotado. Quizás su padre tenía razón, y por ahora, lo mejor era descansar. Se levantó de la silla y se inclinó hacia su padre, tomándole la mano brevemente.
“Descansa tú también, padre,” dijo Marcus. “Te veré mañana.”
El emperador le devolvió una mirada cálida antes de asentir. “Ve, hijo. Mañana hablaremos más, si es necesario.”
Marcus salió de los aposentos de su padre, su mente aún procesando todo lo que había sucedido ese día. Era difícil dejar de pensar en Lyra, en el anillo, y en las advertencias de Alan. Pero por primera vez en mucho tiempo, las palabras de su padre le habían dado una sensación de paz. Quizás, después de todo, no tenía que cargar con todas las respuestas de inmediato.
Se dirigió hacia sus propios aposentos, sintiendo el peso del cansancio sobre sus hombros. Mañana sería otro día, y quizás, con algo de descanso, todo parecería un poco más claro.
En la penumbra del dormitorio, el emperador se quedó mirando las sombras por un momento, con una sonrisa en los labios. “Así que ya ha comenzado...” murmuró para sí mismo, antes de dejar que el silencio reinara nuevamente en la estancia.