El resurgir de los titanes [en edición]

Capítulo 7 - El profesor

La clase de segundo A, del IES Alameda, se encontraba llena. Casi, llena. Cuatro asientos estaban vacíos. No habrían llamado tanto la atención, de no ser, porque estaban en primera fila.

Ana García se sentaba junto a Silvia en la tercera. Ese día era especialmente agobiante. No quería estar allí.

La chica de grandes ojos marrones, delgada y con un incipiente pecho, destacaba entre sus compañeras. Su pelo largo, parecía querer resistirse a su intención de rizarlo mechón a mechón, sin embargo, su dueña no se daba por aludida. Sumida en sus pensamientos intentaba no mirar atrás, donde Juanjo, el chico repetidor, guapo, de sonrisa de media luna, de seguro la miraba.

Silvia, a su lado, le daba codazos de forma intermitente, por debajo de la mesa.

¿Por qué tuvo que salir el día anterior?, ¡era domingo!

Estaba cabreada. Había fallado. Debía integrarse, disimular, ser una adolescente más, pero sin complicarse, ni llamar la atención. ¡Era responsable de la vida de sus padres!

Hacía 6 años habían escapado. Toda una vida reprimidos, sin saberlo, y ahora, volvía a cometer el mismo error que los había convertido en fugitivos. Se había acostado con ese, no quería pronunciar su nombre. Una botella de Jack Daniels, la oscuridad del muro y su amiga, ocupada, habían tenido la culpa.

Su lado salvaje tomó el control. Quería ser normal, disfrutar, pero se equivocó. Lo supo en el mismo momento que había ocurrido. Dolió, no le gustó y encima ahora lo tenía detrás, mirándole, seguramente cabreado, porque esa mañana le había hecho "la cobra".

¡Estaban en un "puto examen", y no podía concentrarse!

Recordó ver al chico "Elefantes voladores", Jack, pasar junto a ella esa mañana, antes de entrar al instituto, sin mirarla, cosa poco habitual. Corría con gracia, saltando bancos y esquivando los árboles de la Alameda, yendo al dichoso muro.

El Físico, andaba entre las hileras de escritorios, vigilante, con una mano en el bolsillo, andando con paso seguro, mientras el sonido de las monedas, al chocar, rompía el silencio del aula. Era corpulento y alto, aunque con una bondadosa barriga, de patillas largas y afeitado perfecto. Su rasgo más característico: sus brazos, algo más largos de lo habitual, sus manos grandes y velludas y sus ojos, pequeños, verdes y de mirada, no afilada, sino más bien, punzante. Se llamaba Javier Márquez, y era el sustituto de su antiguo profesor, el que desapareció. Si, desapareció, ya que nadie les dio una explicación. Se decía que estaba de baja por una pierna rota, también, que cansado de los cuernos de su mujer se había ido. A Ana, le daba igual.

Javier acababa de incorporarse hacia unas semanas. Parecía joven, unos treinta, cojeaba, taconeando cada vez que andaba. Su perfume, penetrante, hacía difícil que su presencia pasara desapercibida. Miraba a todos altivo, con una sonrisa escondida y siempre, siempre, con algún comentario preparado.

Ana estaba rizando su pelo, nerviosa, cuando algo rozó su trasero. Giró la cabeza y allí estaba, esa sonrisa, señalando con los ojos a su culo. Al principio no entendió, hasta que con la mano palpó la silla detrás de ella y agarró una pequeña libreta roja de anillas que habían dejado allí. La escondió rápido. El Físico estaba observando el examen de Álvaro, un estirado prepotente, que se creía más listo que todos ellos juntos, aunque luego solía suspender varias.

La libreta tenía escrito en la portada con rotulador, la frase "El camino del éxito". Por supuesto era invento de Juanjo. Cada día se la iban pasando en clase, escribiendo estupideces varias.

Debajo de la mesa, la apoyó en sus rodillas y leyó la última anotación: "Para triunfar hay que follarse a la guapa y que tus amigos sepan lo guarra que es".

Como si un martillo hubiera golpeado sus tímpanos, así quedó. No pudo evitar volverse con la mirada cargada de rabia, ciega e intensa, tanto, que la sonrisa del chico se esfumó unos instantes.




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