El reto de Chocky

Capítulo uno

Con sus ojos cerrados, Matthew puede ver con asombrosa claridad. El verde del césped del campus, el oro de la torre de la capilla, las piedras gris ceniza de la casa del consejo: todo esta vivamente presente.

Sabe que ese edificio es King's Chapel. Lo ha visto en la televisión, en fundas de discos en navidades y en la imagen de una postal de Albertine solo un par de meses antes. La postal no decía nada. No había nada que decir, pero ellos no obstante intercambiaban postales de vez en cuando. La telepatía no lo es todo.

Aquí abajo en Londres, grandes nubes de color morado se empujan unas a las otras a través de la alta ventana del estudio. Una fría brisa húmeda serpentea bajo la puerta. Pero en Cambridge hace un día divino. Sonríe mientras cierra sus ojos. Casi puede sentir la fuerza de la luz del sol en sus hombros. Casi puede oir el tintineo y el crujido de las bicicletas y el susurro del algodón rizado. Casi puede oler la esencia del césped que se pega a las faldas estampadas y los vaqueros.

Sus ojos se abren de golpe. Boceta la casa del consejo con rápidos y fervientes trazos. Una y otra vez el lápiz se alza mientras el sol alcanza una ventana y la hace destellar mas brillante que el cielo. La punta de su lengua se asoma por la comisura de sus labios. Está captando la emoción de Albertine mientras dibuja...

A pesar del tiempo, Harold Meyer viste de tweed. Sus zapatos con suelas de acero resuenan en el pavimento mientras empuja su vieja y recia bicicleta negra en King's Parade. Albertine empuja una bicicleta también, pero está vestida acorde al tiempo. Su bici es verde lima y brillantemente nueva. Tiene el manillar bajo y un montón de accesorios. Ella va vestida con suave algodón blanco todo recubierto de pequeños puntos rosa. Su sombrero de paja salió de la tienda de Oxfam. Ella lo adornó con esa cinta y esas flores rosas de seda.

La mano de su padre se posa en su hombro y lo aprieta. '... demasiado,' dice él. 'Es decir, has trabajado increíblemente duro. De verdad. Y tienes la mayor habilidad del mundo. Pero lleva tiempo, ya lo sabes. Simplemente en términos fijos, lleva tiempo. Un año, lo sabes, bueno...'

'Está bien, papa.' Su voz suena calmada. Le dedica una fina sonrisita por encima de su hombro. 'No te preocupes. Está bien.'

Apoya la bicicleta contra la barandilla. Ya hay una pequeña multitud esperando en los escalones de la casa del consejo. Unos cuantos ojos se giran cuando Albertine y su padre se agachan para encadenar sus bicicletas. Algunos estudiantes, abajo en el césped, murmuran a sus vecinos y mueven la cabeza hacía ella. Uno, un delgado hombre rubio que lleva un frac manchado con briznas de hierba, apunta hacia ella con una botella de champagne.

Ahora Albertine está subiendo los escalones. Una o dos veces cruza un saludo con otros estudiantes. Su padre la sigue. Él sube los escalones de dos en dos, con sus manos sobre las rodillas. Se mira los pies.

La multitud alrededor del tablón de anuncios tiene deferencia hacia la diminuta estatura de Albertine. Se aparta para dejarla pasar.

'¿Están ya?' gruñe Harold Meyer detrás de ella.

'Espera' Se pone de puntillas y estudia los anuncios. 'Lenguas modernas... Historia... ¡Si! Oh. Aquí están. Matemáticas... Um...'

Matthew lo ve al mismo tiempo que ella. '¡Oh, bien hecho!' susurra. Baja el lápiz. '¡Bien hecho, Albertine!'

Por lo que sabe están un paso mas cerca de su meta.

'Bien, ahora podemos ponernos con el trabajo real,' dice Albertine a su padre. Se montan en sus bicicletas y se dirigen hacia Peterhouse. 'Debemos ir a ver al profesor Ferris esta tarde.'

Harold Meyer agita su cabeza y sonríe, con aprobación. 'Bien hecho, chica.' Pisa fuerte el pedal. 'Se lo mostramos bien, ¿verdad? Absolutamente fantástico. Ahora nada puede interponerse en nuestro camino. Tendrán que darnos una beca para la investigación.'

'Si.' Asiente ella seria. 'Si, eso creo...' Mira a su derecha. '¿Que está haciendo ese idiota?'

Su bici se tambalea. Un gran coche azul se detiene a su lado. La ventanilla mas cercana desciende. 'Hola. La señorita Meyer, ¿verdad?' Una cabeza rosa moteada emerge, rodeada por mechones de arenoso cabello. Los ojos que la observan desde abajo son azul pálido y bulbosos, la piel seca como el talco. Gordos pliegues bajo los ojos y en la barbilla.

'¿Que quiere?' pregunta Meyer.

El hombre con cara de bebe lo ignora. 'Muchas felicidades, señorita Meyer.' Su voz es un oclusivo y ronco gimoteo. 'Bolus, The sun. ¿Que se siente al ser la graduada mas joven que ha habido nunca en esta universidad?'

'Muy bien, gracias,' dice Albertine secamente. Muestra brevemente una rauda sonrisa.

'¿Cuales son sus planes ahora, señorita Meyer?'

'Continuar con su trabajo sin interrupciones,' suelta Meyer sobre la cabeza de Albertine. 'Si quiere hablar con mi hija, debe concertar una cita conmigo.'

'Señorita Meyer...' insiste Bolus a pesar de todo, pero la bici de Meyer se mueve alrededor de la de Albertine.

'Parece olvidar, señor Bolus,' gruñe, 'que mi hija solo tiene catorce años. Ella está a mi cargo. Le he dicho en repetidas ocasiones que no hable con extraños. Usted es un extraño. Déjenos solos amablemente para continuar con nuestro trabajo.'




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