El Retorno del Emperador

Prólogo

El Imperio Oriental ya no recordaba a Sovieshu como el emperador imponente y orgulloso que una vez fue. Su reinado había llegado a un final amargo, marcado por el arrepentimiento, la soledad y el dolor de haber perdido a la mujer que lo acompañó durante toda su vida: Navier.

Desde el momento en que la vio casarse con Heinrey, la realidad lo golpeó con una crudeza imposible de ignorar. Todo lo que había hecho—cada decisión, cada palabra dicha con desdén, cada herida infligida—se volvieron cadenas pesadas que lo arrastraban hacia un abismo de sufrimiento. Las noches eran largas y silenciosas, llenas de insomnio y recuerdos de tiempos mejores. Su salud comenzó a deteriorarse rápidamente. Las constantes jaquecas, el dolor en el pecho y la fatiga lo consumían, pero ningún médico podía ofrecerle una cura para la enfermedad que lo afligía: la culpa.

Un día, incapaz de soportarlo más, tomó la decisión que pondría fin a su sufrimiento. Subió al balcón de su oficina en el palacio, con la vista perdida en el horizonte. El viento frío azotaba su rostro, y por primera vez en mucho tiempo, sintió paz. Dio un paso al frente... y cayó.

No murió.

El destino, cruel e irónico, le negó incluso ese final. Fue encontrado gravemente herido, al borde de la muerte, pero sobrevivió. Su cuerpo, al igual que su alma, quedó roto y debilitado. Ya no podía gobernar. Finalmente, abdicó el trono, entregándolo temporalmente al duque Trovi, el padre de Navier.

Privado del poder, privado del amor y sin un propósito, pasó sus días en un palacio vacío, un emperador destronado en todos los sentidos

Privado del poder, privado del amor y sin un propósito, pasó sus días en un palacio vacío, un emperador destronado en todos los sentidos. La soledad se convirtió en su única compañía, hasta que un día tomó una decisión: viajar a la capital de Wilwol. Oficialmente, era un "descanso" para reponerse de sus dolencias, pero en el fondo, sabía que se trataba de algo más.

Quiso recorrer los caminos que una vez compartió con Navier, cuando ambos eran jóvenes, cuando el mundo aún no los había convertido en lo que eran ahora. Quiso recordar los días en los que ella le sonreía con ternura, cuando su amistad era su refugio y su destino parecía inquebrantable.

Aquel viaje no sería solo un recorrido por los recuerdos. Aunque él aún no lo sabía, era el primer paso para desafiar al destino mismo.




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