El Retorno del Emperador

9.- Una última oportunidad

Navier se había quedado dormida en mis brazos, su respiración pausada y entrecortada aún mostraba el peso del dolor que llevaba dentro. La observé por unos momentos, memorizando cada facción de su rostro. Su expresión, aunque se veía serena en el sueño, aún reflejaba rastros de angustia. Acaricié suavemente su cabello, sintiendo cómo su fragilidad me estrujaba el alma.

Mientras la sostenía, mi mente no dejaba de divagar. Tal vez había una forma de cambiar todo esto. Tal vez... Zerpanya Vaelcourt, la hechicera en regresiones de tiempo, podría ayudarme. Recordé lo que el decano de magia me había mostrado ese día sobre ella: una hechicera de nivel avanzado, clase 10, capaz de manipular los hilos del destino. ¿Sería posible? ¿Podría cambiar el pasado y salvar a los hijos de Navier? ¿Evitar su sufrimiento? Una cosa era verla enamorada de otro hombre, y eso, aunque doloroso, era soportable... pero prefería mil veces eso a verla así, rota, deseando dejar de existir.

La puerta de la habitación se abrió con suavidad, y Henrey entró con pasos cautelosos. Sus ojos, purpuras y serios, se clavaron en mí y en la mujer que dormía entre mis brazos. Podía notar la tensión en su expresión, la sombra de los celos escondida tras su aparente calma.

—Despertó hace un momento —expliqué en voz baja—. Estaba alterada, así que la abracé hasta que se durmió nuevamente.

Henrey asintió lentamente, sin apartar la mirada de Navier.

—Gracias... por cuidar de mi esposa.

Pude notar el leve matiz de incomodidad en su voz, pero no hice ningún comentario al respecto. Comprendía sus sentimientos. Era inevitable.

Con sumo cuidado, deslicé mis brazos y acomodé a Navier sobre la cama. Henrey me ayudó a ajustarle las mantas, asegurándose de que estuviera cómoda. Me puse de pie y lo miré con firmeza.

—Me retiro... para que puedas estar con ella.

Henrey me sostuvo la mirada por unos segundos antes de asentir.

—Te lo agradezco.

Sin más palabras, salí de la habitación, sintiendo el peso de la despedida en cada paso que daba. Mi próximo destino era el marqués Karl, necesitaba hablar con él sobre la hechicera... pero en mi trayecto, algo captó mi atención. Un murmullo. Voces conversando en tono bajo.

Caminé con cautela, reduciendo la velocidad de mis pasos para no ser descubierto. Me asomé discretamente y distinguí dos figuras en la penumbra del pasillo. El duque Ergi y el secretario de Henrey, Mackenna.

—Henrey estaba muy mal hace unas horas —la voz de Ergi resonó con un matiz de diversión y seriedad mezcladas—. Se arrepiente de todo lo que hizo por estar con Navier... hasta de haber ideado el plan para quitarle la magia a los magos del Imperio de Oriente... y de haber causado el divorcio de Navier y Sovieshu.

Mi respiración se detuvo por un instante. ¿Había escuchado bien?

Mackenna frunció el ceño.

—Eso... no cambia nada ahora. Lo hecho, hecho está.

Pero yo ya no podía seguir escuchando. Mi mente se llenó de dudas. Henrey... ¿causó mi divorcio con Navier? Eso no podía ser. Fui yo quien la dejó... fui yo quien trajo a Rashta al palacio...

Un sonido de pasos me alertó. Me enderecé de inmediato y fingí que solo estaba caminando cuando, de repente, me encontré de cara con Ergi y Mackenna. El duque me observó con una sonrisa astuta, su cabello rubio cayendo con desenfado sobre su frente, y sus ojos verdes brillando con picardía.

—Vaya, vaya —comentó con fingida sorpresa—. Buenas noches, emperador Sovieshu.

—Buenas noches —respondí con calma, sin demostrar la conmoción que aún latía en mi pecho.

Ergi me miró con curiosidad, como si intentara descifrar mis pensamientos. Pero no le di oportunidad. Me giré y continué mi camino, dejando atrás las sombras del pasillo y las palabras que amenazaban con trastocar todo lo que creía cierto. Necesitaba respuestas... y necesitaba encontrarlas pronto.

y necesitaba encontrarlas pronto

[...]

Después de haberme encontrado con Mackenna y Ergi, continué mi camino por los pasillos hasta encontrar al marqués Karl. Estaba de pie junto a una de las columnas del pasillo, con los brazos cruzados y una expresión seria en el rostro. Al verme, alzó una ceja, notando mi semblante tenso.

—Necesito hablar contigo —manifesté con firmeza—. En un lugar más discreto.

Karl asintió sin hacer preguntas y me siguió hasta los jardines. La noche era fresca, y el cielo estrellado se extendía sobre nosotros con un resplandor casi irónico, ajeno al peso que llevaba sobre mis hombros. Durante unos segundos, solo observé el firmamento, organizando mis pensamientos. Sabía lo que debía hacer, pero pronunciar las palabras en voz alta hacía que todo se sintiera aún más real.

Karl me miró con intriga y finalmente preguntó:

—¿De qué se trata, su majestad?

Respiré hondo antes de responder.

—Quiero que envíes a alguien a buscar a Zerpanya Vaelcourt, la hechicera del tiempo.

Karl suspiró con alivio y esbozó una leve sonrisa.

—Me alegra que haya tomado esa decisión. Así tendrá una segunda oportunidad con la emperatriz Navier y podrá evitar cometer los mismos errores.

Lo miré fijamente, sintiendo una punzada en el pecho.

—No lo haré para impedir conocer a Rashta ó el divorcio —aclaré con frialdad—. No quiero cambiar el pasado por mí. Solo quiero salvar a los hijos de Navier.

El marqués frunció el ceño, como si tratara de procesar mis palabras.

—Pero, su majestad, esta podría ser la oportunidad que estaba esperando para recuperar a Navier... Si regresa en el tiempo, podría hacer todo de manera distinta. Evitar todo el sufrimiento, evitar que ella terminara aquí.




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