El Retorno del Emperador

13.- Palabras de despedida

[.NAVIER.]

El silencio en mi habitación era abrumador. Solo se escuchaba el tenue crujido del papel bajo la pluma, deslizándose con movimientos calculados y firmes. Mis pensamientos eran un torbellino de emociones contenidas mientras escribía las últimas palabras en la carta para Sovieshu. Sentía el peso de cada palabra, como si cada trazo de tinta marcara el fin de algo que nunca debió terminar de la manera en que lo hizo.

Cuando terminé, contemplé la carta durante unos instantes. Mis manos temblaban ligeramente, pero no por indecisión. Ya no había lugar para la duda. Doblé la carta con delicadeza y la guardé con cuidado. Luego, tomé otra hoja de papel y empecé a escribir la segunda carta, esta vez dirigida a Henrey. Mi corazón latía con fuerza, pero mi semblante seguía sereno. Sabía que esta sería mi última carta.

Mientras mis damas de compañía hacían mi equipaje, sus voces apenas llegaban a mis oídos. Parecían ajenas a la tormenta de pensamientos que se desataba en mi interior. Rosa se encargaba de doblar mis vestidos con precisión, mientras la señorita Mastas supervisaba con su postura firme y atenta. La condesa Jubel organizaba los accesorios con meticuloso cuidado, aunque de vez en cuando lanzaba miradas en mi dirección, seguramente notando mi inusual quietud.

Terminé la carta para Henrey y la dejé sobre la mesita de noche. Apreté los labios con fuerza y tomé aire profundamente antes de levantar la vista.

—Condessa Jubel —mi voz sonó más débil de lo que esperaba, casi apagada.

La condesa dejó lo que estaba haciendo y se acercó con rapidez.

—Su majestad, ¿se encuentra bien? —preguntó con el ceño fruncido, examinándome con preocupación.

Yo le dediqué una leve sonrisa, una que no llegaba a iluminar mis ojos. Extendí la carta doblada hacia ella, y ella la tomó con delicadeza.

—Guárdela —le pedí en un susurro—. Cuando llegue el momento, désela al emperador Sovieshu.

Jubel parpadeó, desconcertada.

—Majestad... ¿Qué quiere decir con 'cuando llegue el momento'? —inquirió con evidente preocupación.

Mi sonrisa se mantuvo serena, pero no respondí de inmediato. La condesa me miró con aprensión, pero finalmente asintió.

—No se preocupe, su majestad. La entregaré cuando sea necesario —afirmó con voz firme, aunque en sus ojos vi la sombra de la incertidumbre.

Asentí con un leve gesto y me giré hacia el balcón.

El aire de la tarde era fresco y traía consigo el aroma de las flores del jardín

El aire de la tarde era fresco y traía consigo el aroma de las flores del jardín. Me acerqué despacio, apoyándome en la barandilla de mármol mientras contemplaba el vasto paisaje. El palacio occidental se extendía ante mí, majestuoso y ajeno. Este no era mi hogar... nunca lo había sido, pero lo quise como si lo fuera. Como si pudiera moldearlo a mi esencia y hacerlo mío, aunque en el fondo supiera que era un sueño imposible.

Cerré los ojos un momento y exhalé lentamente.

—Lo siento —susurré en un hilo de voz, dejando que las palabras se disiparan en el viento.

No podía decir a quién iba dirigido mi perdón. Tal vez a mis hijos, a quienes no pude proteger. Tal vez a Sovieshu y Henrey, a quienes una vez amé sin reservas. O quizás a mí misma, por todas las decisiones que me llevaron hasta este punto.

Unas lágrimas se deslizaron silenciosas por mis mejillas, pero no hice ningún intento de secarlas. Del bolsillo de mi vestido, saqué un pequeño frasco de cristal. Lo sostuve entre mis dedos, observando el líquido incoloro que brillaba bajo la luz del sol. Lo contemplé por unos segundos, sintiendo el peso de lo que significaba.

Luego, con la misma serenidad con la que había escrito mis cartas, lo volví a guardar en mi bolsillo.

La condesa Jubel me observaba desde la habitación, y cuando giré para entrar nuevamente, fingió estar distraída organizando mi equipaje. Fingí no notar su mirada inquisitiva y caminé de regreso con paso elegante y tranquilo.

—Majestad —intervino Rosa con suavidad—, tal vez debería descansar un poco antes del viaje.

La miré y le dediqué una sonrisa amable.

—Tienes razón. Un poco de descanso me hará bien.

Me dirigí a la cama y me recosté, cerrando los ojos. Pero sabía que el sueño no llegaría. No cuando en mi corazón, ya había tomado una decisión irrevocable.

[.SOVIESHU.]

Mientras doblaba cuidadosamente una de mis capas y la colocaba en la maleta, sentía el peso de la revelación reciente oprimiendo mi pecho. Karl estaba a mi lado, ayudándome a organizar el equipaje, pero el silencio en la habitación era pesado. Sabía que debía contarle lo que había descubierto, lo que había leído en aquel maldito diario de Henrey. Respiré hondo y solté las palabras que aún ardían en mi mente.

—Karl... Henrey lo planeó todo desde el principio. La guerra, la debilidad del Imperio de Oriente, la manipulación de Rashta, incluso el distanciamiento entre Navier y yo... ¡Todo fue orquestado! —expresé, con un tono de amarga incredulidad. Me senté en el borde de la cama y froté mi rostro con ambas manos.

El marqués Karl, que había estado acomodando documentos dentro de un cofre de madera, se giró de inmediato hacia mí con el ceño fruncido. Su expresión estaba cargada de ira contenida.

—¿Qué está diciendo, Majestad? ¿Que todo lo que ha pasado, la caída de su reputación, la debilidad de nuestro imperio, la humillación ante el mundo, fue porque los jodidos occidentales lo planearon? —gruñó, golpeando la mesa con el puño.




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