Mi padre permanecía sentado frente a mí, su expresión era serena, pero sus ojos reflejaban una profundidad de pensamientos que aún no había compartido.
Después de todo lo que le conté, él no pareció sorprendido.
Solo asintió lentamente y exhaló con cansancio.
—Entonces... tienes una segunda oportunidad —manifestó con voz firme—. Aprovéchala lo más que puedas.
Me quedé en silencio, procesando el peso de sus palabras.
Lo sabía.
Sabía que este era un regalo que pocos recibirían.
Pero...
—Padre... —titubeé un segundo antes de continuar—. ¿Por qué estabas tan seguro de que regresaría? quiero decir... Como sabias que sería yo.
Él apoyó un codo en el escritorio y pasó una mano por su rostro, como si esa pregunta le pesara más de lo que aparentaba.
Finalmente, se reclinó en su silla y me observó con intensidad.
—No lo sabía con seguridad, porque esperaba que fueras mejor emperador de lo que yo fui. Pero lo suponía, tenía sueños recurrentes con este suceso.
El silencio en la habitación se volvió sofocante.
Apreté las manos sobre mis piernas y le sostuve la mirada.
—¿Por qué viajaste en el tiempo?
Sus labios se tensaron levemente.
—Por ti.
Fruncí el ceño.
—¿Por mí?
Asintió con pesadez.
—En mi primera vida... tú moriste.
La temperatura de la habitación pareció bajar de golpe.
Algo en mi estómago se encogió.
Abrí la boca, pero no salió ninguna palabra.
Mi padre inspiró profundamente antes de continuar.
—Fue mi culpa.
Lo miré, confundido.
—¿Qué quieres decir?
Se apoyó en los reposabrazos de su silla y su semblante se endureció.
—En esa vida... mi mayor deseo era expandir nuestro territorio. Me enfoqué en reunir los recursos, los ejércitos y la ventaja estratégica para conquistar cada reino del continente de Wol.
Su voz adquirió un matiz calculador, frío.
Uno que conocía bien.
Mi padre nunca fue un hombre sentimental.
Pero esta vez...
Se escuchaba diferente.
—Para lograrlo —continuó, entrelazando los dedos frente a él—, necesitaba magos. Muchos.
Yo no dije nada.
—Así que tomé una decisión —prosiguió, su tono volviéndose más tenso—. Te envié a la escuela de magia de la capital de Wilwol.
Mis ojos se abrieron un poco.
—¿Desde joven?
—Desde que tenías cinco años.
Sentí un escalofrío recorrerme.
No recordaba nada de eso.
—¿Y Navier? —pregunté con duda—. ¿Ella también fue?
Mi padre negó con la cabeza.
—No. En esa vida, Navier no era tu prometida.
Mis labios se separaron con sorpresa.
—¿No lo era?
—No. Ni siquiera era prioridad encontrarte una.
—Pero... la familia Trovi siempre ha sido de las más influyentes...
—Y por eso estaba en la lista de candidatas a emperatriz —confirmó, inclinándose levemente hacia adelante—. Pero mi enfoque no estaba en matrimonios. Estaba en la guerra.
Mi mente tardó en procesarlo.
Navier... no había sido mi esposa en esa vida.
Y si yo había muerto...
—¿Cómo morí? —susurré.
El semblante de mi padre se oscureció.
—Enfermaste en la academia.
Me enderecé en mi asiento.
—¿Cómo?
—La magia no es algo que todos los cuerpos puedan soportar, Sovieshu. Y el tuyo no lo resistió.
Mis manos se crisparon.
—Pero... nunca me enfermé en esta vida...
—Porque en esta vida, no te envié a esa academia —afirmó con seriedad—. Pero en mi primera vida... sí lo hice.
Mi padre suspiró con pesadez y sus ojos adquirieron un brillo de remordimiento.
—No le di importancia a tu enfermedad en ese momento. Estaba demasiado ocupado conquistando el continente.
El peso de sus palabras me golpeó con fuerza.
—¿Ganaste?
Mi padre dejó escapar una leve sonrisa, con un destello de orgullo en sus ojos.
—Sí. Conquisté casi todo el continente de Wol.
Sentí un escalofrío recorrerme.
Mi padre, Osis III, había logrado lo que yo jamás soñé: dominar todo el territorio conocido.
Pero entonces, su expresión cambió.
Su mirada se oscureció.
—Pero te perdí a ti.
La sensación de triunfo en su voz se desvaneció.
Me quedé sin palabras.
—Y cuando eso ocurrió, nuestros enemigos aprovecharon la oportunidad.
El tono de mi padre se volvió tenso, lleno de rencor contenido.
—Una segunda guerra estalló. Nos atacaron por todos los frentes. Y sin suficientes guerreros para defendernos... nuestra dinastía cayó.
La idea de un Imperio de Oriente reducido a ruinas me estremeció.
Mi padre me miró con intensidad.
—Cuando me vi solo, con mi reino destruido y sin mi hijo... supe que tenía que hacer algo.
Mi garganta se sintió seca.
—Entonces... ¿Zerpanya?
Mi padre asintió.
—Le pedí regresar.
Mis pensamientos se arremolinaron.
Ambos lo habíamos perdido todo.
Ambos habíamos hecho un trato.
Ambos estábamos aquí... otra vez.
—¿Y qué hiciste diferente esta vez? —pregunté con un hilo de voz.
Mi padre exhaló lentamente.
—No busqué una guerra por territorio.
—¿Entonces?
Sus labios se curvaron levemente.
—Fortalecí el Imperio de otra manera.
Lo miré con curiosidad.
—Me enfoqué en la economía. En el comercio. En crear alianzas con los reinos en lugar de conquistarlos.
Mis ojos se abrieron un poco.
—¿Por eso hay tantos tratados con los reinos vecinos?
—Sí.
Mi padre hizo una pausa y luego me observó con detenimiento.
—Y más importante aún... no te envié a la academia de magia.
Las piezas empezaron a encajar en mi mente.
—Si no me mandaste ahí... entonces...
—Navier entró en nuestras vidas.
Sentí que el aire abandonaba mis pulmones.
Mi padre me dedicó una mirada firme.
—Esta vez, me aseguré de prepararte para ser emperador. Junto a ella.