[.NAVIER.]
Caminé con rapidez por los pasillos del palacio, el eco de mis pisadas resonando en el mármol frío.
No me importaba que estuviera ocupado.
No me importaba si tenía reuniones, deberes o documentos que revisar.
No podía besarme y luego simplemente desaparecer.
Pasé junto a un ventanal y vi el carruaje imperial llegando al palacio. Karl descendió con su andar relajado, como si no tuviera prisa.
Sovieshu no bajó.
Fruncí los labios.
¿Dónde estaba?
Aceleré el paso. Si Karl venía a verlo, significaba que Sovieshu estaba en su habitación. Escondiéndose como un gusano.
Cuando llegué, alcé la mano para llamar a la puerta, pero algo en mi interior se detuvo.
No.
Después de todo lo que había hecho, no merecía la cortesía de un aviso.
Giré el picaporte y entré sin más.
Sovieshu estaba sentado en su escritorio, con un gran mapa extendido frente a él. Era un mapa del continente de Wol. Sus ojos se movían de un reino a otro, su rostro era serio, y absorto en sus pensamientos.
No me importaba.
Me acerqué con decisión.
—¿Por qué no fuiste a la clase de equitación? —solté sin preámbulos.
Él alzó el rostro, desconcertado.
—¿Navier?
Ignoré su sorpresa.
—¡No puedes simplemente ignorarme! —espeté, sintiendo cómo la rabia se mezclaba con algo más profundo, algo que me quemaba el pecho.
Sovieshu parpadeó, completamente perdido.
—¿Ignorarte? Navier, yo no estaba ignorándote.
Mi paciencia estalló.
—¡No puedes besarme y luego actuar como si nada hubiera pasado!
Su expresión se congeló.
Lo vi tensarse, como si no esperara que dijera esas palabras en voz alta.
Lo encaré sin dudar.
—¡No puedes entrar en mi habitación, besarme y luego desaparecer sin darme la cara!
Sovieshu abrió la boca, pero antes de que pudiera responder, una voz resonó detrás de mí, afilada como una daga.
—Vaya vaya. Que interesante.
Mi corazón se detuvo.
Giré bruscamente y encontré a Kosair apoyado contra el umbral de la puerta. Karl estaba a su lado, visiblemente incómodo.
Kosair no sonreía.
—Así que... te atreviste a besar a mi hermana sin su consentimiento.
Su tono era gélido, calculador.
Avanzó lentamente, con las manos cruzadas a la espalda, pero la tensión en su cuerpo dejaba claro que estaba listo para atacar.
Sovieshu suspiró y se pasó una mano por el cabello, frustrado pero sin apartar la mirada.
—No. Así no sucedieron las cosas.
Yo también lo miré.
—¿Entonces cómo sucedieron? —pregunté, sin ocultar el temblor en mi voz.
Kosair no esperó explicaciones.
—No me interesa cómo pasó —soltó con un tono de advertencia—. No vuelvas a tocar a Navier sin su consentimiento.
Y sin más, levantó el puño, listo para golpear a Sovieshu.
—¡Kosair, no! —intenté detenerlo, pero él era más rápido.
Sovieshu, sin embargo, no se movió.
No esquivó, no alzó las manos para defenderse.
Solo se quedó ahí, mirándolo con seriedad.
Y antes de que Kosair pudiera golpearlo, habló.
—Jamás le faltaría el respeto a Navier —exclamó con una firmeza que detuvo el mundo entero.
La habitación quedó en silencio.
Kosair se detuvo en seco.
Mis manos temblaron.
Y entonces, Sovieshu dijo algo que jamás imaginé escuchar.
—Porque la amo.
El aire se volvió irrespirable.
Karl dio un paso atrás.
Kosair entrecerró los ojos.
Y yo... yo sentí mi corazón martillar con fuerza.
Pero Sovieshu no se detuvo.
—Amo a Navier —su voz sonó fuerte, decidida, como si estuviera confesando la verdad más importante de su vida.
Mis labios se entreabrieron.
Mi respiración se entrecortó.
—No solo la veo como mi amiga o mi compañera de vida... —sus ojos se clavaron en los míos—. La veo como el amor de mi vida.
¿El amor de su vida?
El impacto de esas palabras fue tan fuerte que mi mente tardó en asimilarlas.
Sovieshu dio un paso adelante y, de repente, se arrodilló frente a mí.
Mi cuerpo entero se estremeció.
—Cásate conmigo.
Mi mundo se derrumbó.
Lo miré sin poder articular palabra.
Sovieshu estaba arrodillado ante mí, con los ojos llenos de una intensidad que nunca antes había visto.
¿Era real?
¿De verdad me amaba?
¿Por eso me besó?
¿Por eso me está pidiendo esto ahora?
El silencio era sofocante, pero antes de que pudiera responder, Kosair habló por mí.
—No.
De inmediato, tomó a Sovieshu por los hombros y lo obligó a ponerse de pie.
Sovieshu lo miró, atónito.
—¿Qué?
Kosair bufó.
—No es así como Navier merece ser pedida en matrimonio. Aunque ya sea tu prometida, es bueno que tengas la intención de pedirla. Pero no así.
Sovieshu apretó los labios.
—Si realmente la amas —continuó mi hermano, con voz firme—, deberías hablar primero con nuestro padre y presentarte formalmente con un anillo. Uno muy caro, por cierto.
Por primera vez, Sovieshu no tuvo respuesta.
Pero después de un momento, asintió.
—Está bien —susurró, con los ojos fijos en mí—. La pediré como se lo merece.
Yo aún no sabía qué decir.
No sabía qué sentir.
Kosair suspiró y cambió de tema.
—Bien. Ahora dime, ¿por qué mandaste a llamarme?
Sovieshu se recompuso rápidamente.
—Quiero que me ayudes a negociar con el Reino de Occidente.