[.SOVIESHU.]
Kosair se recargó en el respaldo de la silla con una expresión de aparente indiferencia, pero yo sabía que estaba analizando cada palabra, cada gesto.
—Así que... —musitó con fingida pereza.— ¿En unos días partirás a Occidente?
Asentí, extendiendo una carta con el sello del Reino de Occidente sobre el escritorio.
—El príncipe Henrey celebrará su cumpleaños. Será una buena oportunidad para observar de cerca a la nobleza occidental.
Kosair tomó la carta y la giró entre sus dedos antes de levantar la vista.
—¿Cuántos años tiene ese mocoso?
Karl, que hasta ahora se había mantenido en silencio, intervino con eficiencia.
—Está por cumplir catorce.
Kosair arqueó una ceja y murmuró con desdén.
—Aún le falta mucho para ser una amenaza.
Karl inclinó la cabeza.
—Tal vez, pero su hermano, el heredero, ya debe de estar cerca de los veinte. Warton III tiene aproximadamente diecinueve o veinte años.
Kosair soltó un bufido.
—Eso ya es otra cosa.
Me enderecé en mi asiento y entrelacé los dedos sobre la mesa.
—Precisamente por eso quiero que vengas conmigo.
Los ojos de Kosair se entrecerraron con suspicacia.
—¿Para qué exactamente?
Me incliné ligeramente hacia adelante, asegurándome de que comprendiera el peso de mis palabras.
—Para conocer de cerca a la nobleza de Occidente, para saber quiénes pueden ser aliados y a quiénes conviene mantener a raya.
Un destello de interés cruzó su mirada antes de que su expresión volviera a su habitual desinterés.
—Suena entretenido —musitó, jugueteando con la carta.— Pero dime, ¿Qué gano yo con esto?
Navier, que hasta ahora había permanecido en silencio, se giró hacia él con el ceño fruncido.
—¿Acaso necesitas algo más que la estabilidad del Imperio?
Kosair le dedicó una sonrisa ladeada.
—Desde luego que no. Pero si voy a ensuciarme las manos con Occidente, quiero algo a cambio.
La observé de reojo. Navier se veía contrariada, pero no sorprendida. Sabía que su hermano no haría nada sin obtener algo de provecho.
Me recliné en mi silla con calma.
—¿Qué quieres?
Kosair me miró fijamente antes de inclinarse hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.
—Quiero ser el Capitán Imperial de la Caballería.
Karl soltó un leve suspiro, como si ya hubiera esperado esa respuesta.
Navier, en cambio, lo miró con sorpresa.
Yo me limité a sonreír.
—Lo suponía.
Kosair alzó una ceja.
—¿No te sorprende?
Negué con la cabeza.
—Es un puesto adecuado para ti. Pero necesitarás más que tu reputación para conseguirlo.
Kosair sonrió con malicia.
—Ah, ¿y qué sugieres, Alteza?
—Haz que Occidente firme el tratado.
El ambiente en la habitación cambió.
Kosair dejó de jugar con la carta. Navier se tensó a mi lado. Karl, siempre tan impasible, se mantuvo expectante.
Proseguí con tranquilidad, como si no acabara de ponerle un precio al título que Kosair deseaba.
—Si logras que Occidente acepte el Tratado de Paz y Cooperación Mutua, mandaré llamar a la Orden Transnacional de Caballeros y negociaré una alianza con Occidente.
El nombre de la Orden hizo que la expresión de Kosair cambiara sutilmente.
Lo tenía.
—¿La Orden de la Sombra? —preguntó, fingiendo desinterés, aunque su mirada brillaba con interés.
—Exacto —asentí.— No solo fortaleceríamos nuestra relación con Occidente, sino que tú podrías encargarte de esa alianza. Si todo sale bien, incluso podríamos establecer nuestra propia orden de caballeros.
Silencio.
Navier lo miró con atención.
Yo también.
Vi la forma en que sus dedos se crisparon sobre la carta.
Vi la leve contracción en su mandíbula.
Vi la emoción contenida en su mirada.
Kosair ya estaba dentro.
Pero, antes de que pudiera responder, Navier intervino.
—Yo también quiero ir.
Mi mirada se dirigió a ella de inmediato.
—¿Qué?
Navier me sostuvo la mirada con firmeza.
—Voy a Occidente contigo.
Mi instinto me hizo negar al instante.
No.
No quería a Navier cerca de Henrey. No ahora. No cuando era un niño impresionable que, en unos años, podría convertirse en un problema.
Pero antes de que pudiera decir algo, Kosair soltó una carcajada.
—No me digas que tienes miedo de que los monarcas de Occidente caigan rendidos ante mi hermana.
Fruncí el ceño.
—No es eso.
—¿Entonces?
Navier intervino antes de que pudiera encontrar una excusa convincente.
—Es una cuestión de imagen.
Karl la miró con curiosidad.
—¿Imagen?
Navier asintió con determinación.
—Si el Imperio quiere dar la impresión de solidez, entonces el futuro emperador y su prometida deben presentarse como una pareja unida. Incluso antes de ser coronados.
Karl pareció meditar sus palabras.
Yo, en cambio, la observé fijamente.
Sabía que tenía razón.
Pero no me gustaba.
No me gustaba la idea de exponerla a Occidente. No me gustaba la idea de que otros ojos la evaluaran como una pieza en el tablero político.
Y, sobre todo...
No me gustaba la idea de que Henrey la conociera.
Apreté los dientes y desvié la mirada.
—Está bien —concedí finalmente.— Vendrás con nosotros.
Navier no sonrió, pero su expresión se suavizó.
Karl tomó la palabra.
—Si vamos a Occidente, deberíamos acercarnos a Warton III.
Kosair asintió.
—Aunque no sea el rey, sigue siendo el heredero. Si logramos que confíe en nosotros, podríamos asegurar una relación más estrecha con Occidente cuando tome el trono.
Me incliné sobre la mesa, pensativo.
—Una amistad estratégica...
Karl asintió con calma.
—Exacto.
Deslicé la vista por el mapa, evaluando nuestras opciones.